
“Cada individuo tiene su derecho, pero ellos, ellos tienen el poder…sin embargo, un hombre, un único hombre que se afirma en su vida y lo niega, acaba con el poder. Uno no se puede rebajar a arrastrarse cuando es un hombre; ha de decir <<no>>, ése es el único deber de hoy y no el de dejarse llevar al matadero” (Stefan Zweig, “Obligación impuesta”)
El pasado sábado 1º de marzo se realizó, como marca la Constitución de la República, los actos correspondientes al cambio de mando del Poder Ejecutivo encabezado por el ciudadano electo como Presidente de la República por los próximos años.
En medio de esa liturgia republicana, se destaca la comparecencia del Presidente ante el pleno del Poder Legislativo investido el 15 de febrero, la Asamblea General, ante la cual pronuncia el discurso de estilo ante los parlamentarios, ante la ciudadanía que lo sigue por los medios y los dignatarios extranjeros que concurren como invitados, todo lo cual reviste al protocolar acto, desde su dimensión simbólica y gestual, de la mayor importancia.
El discurso del Presidente
Para los ciudadanos en general, como para los actores políticos locales y analistas diversos, suele ser una instancia poco más que protocolar, desde que es el punto final de una larga campaña electoral donde, por lo general, los candidatos se han explayado hasta el punto de saturación sobre sus ideas, planes, promesas, proyectos, prioridades y Programas, por lo que, el espacio para sorpresas suele ser muy reducido.
Sin embargo, el caso de Orsi, a priori, reunía algunas características que lo hacían distinto. En primer lugar, se trataba de un candidato prácticamente ausente del debate político de campaña, que no otorgaba entrevistas y había sido, en la práctica, secuestrado por su equipo de campaña. Tanto así que participó en un solo debate, con miras al ballotage, y ello porque era obligatorio y circunscripto a un formato impuesto -y aceptado por la contraparte- que lo tornó en un espacio de breves discursos, sin réplicas ni repreguntas, lleno de vaguedades y generalizaciones.
Adicionalmente, se daba la circunstancia que el electo presidente, llegaba a la investidura sin que su partido-coalición contara con un Programa de Gobierno (como, por otra parte, mandata la Ley), sino apenas un rejunte de intenciones y generalidades denominadas Bases Programáticas que en la práctica fungió como Programa, aunque se le negó calidad de tal tanto como luego se lo defendió como si lo fuera.
La asunción del Gobierno ya asumido
En materia de expectativas, no se puede soslayar un hecho político extraordinario, por demás inusual, y que, por ello mismo, marcó todo el largo proceso de transición de 4 meses. Sin que recuerde un antecedente similar o parecido en estas 4 décadas de gobiernos democráticamente electos, desde el día siguiente al del triunfo en el Ballotage, la Coalición triunfante se posicionó como fuerza de gobierno -y sus “ministeriables” asumieron sus carteras de facto- con la complicidad de los massmedia (solapados como dobles agentes, del periodismo y de la coalición política, como se vería después con la masiva fuga desde el micrófono a la banca o despacho) y del propio gobierno saliente, derrotado, que nunca asumió tal hecho y simplemente retuvo las tareas administrativas, prescindiendo de toda acción política de relevancia.
Esa audaz jugada le significó al nuevo gobierno por asumir un protagonismo que de otra forma no habría tenido, pero que, como efecto secundario no deseado, no solamente lo dejó huérfano de la clásica luna de miel (para desconsuelo del Secretario de Presidencia Sánchez) sino que también, desgastó a Ministros antes que éstos lo fueran. El caso más sonado, el de Castillo en Trabajo, que se quejaba amargamente de que iba a llegar al ministerio con una decena de conflictos (generados por él, su partido, y sus señales, demasiado explícitas) por delante.
Todo esto se conjuntaba para que, en el Atril donde Orsi apoyaría su discurso, se esperara bastante más de lo que habitualmente lo haría.
El columnista, en viaje por las rutas de la Patria, se abstuvo de verlo o escucharlo, para evitar la inevitable comparación que la memoria -siempre subjetiva- podría hacer con los discursos de asunción de Sanguinetti, Lacalle Herrera, Jorge Batlle o del propio Vázquez.
El discurso, sus obviedades y sus señales de peligro
Por lo que leímos luego, de la transcripción textual del discurso leído por Orsi, y seguramente elaborado y negociado punto por punto por sus operadores políticos es un largo rosario de esfuerzos dialécticos por mostrarse por encima de las diferencias políticas, con un talante republicano que cuesta casarlo, no ya con las Bases Programáticas sino con los pronunciamientos de sus apoyos, fuente segura de condicionamientos políticos que aseguran la reedición de un gobierno en disputa como lo inmortalizara el comunista Eduardo Lorier.
En un gran porcentaje, pareció un discurso hecho para respaldar y hacerle sentir cómodo a su cuestionado Ministro de Economía Gabriel Oddone, deseoso de transmitir un frasco entero de grageas tranquilizantes a los mercados y operadores económicos, a los que Castillo y sus cuadros, les estarían esperando a la salida con la hoz, el martillo y las granadas en la mano.
Las cosas en su sitio institucional
Si bien la democracia, a la que Orsi aludió constantemente, es un subproducto de la República -sin esta no puede haber aquella- convertida en una cuasi religión secular, necesita de esa liturgia, las cosas deben ser puestas en sus justos términos.
Así como en su discurso el Presidente alude a los valores republicanos y democráticos que es necesario preservar, ante lo que denomina el avance de la antipolítica, es preciso que discurso y acción política vayan en el mismo sentido. Porque, si el discurso afirma que no vuelven con ánimos refundacionales, que pretende ser el presidente de todos y que la base de la continuidad democrática de 4 décadas es la acumulación positiva de 8 gobiernos de 4 partidos distintos, la contracara no puede ser la de una notoria senadora, del sector del presidente y principal operadora política, se promocione en las redes sociales con una camiseta (negra, como la muerte) que expresa “mal día para ser facho”.
Por ello, aunque los gestos ayudan y son importantes, no bastan.
Preocupan, en cambio, algunas manifestaciones que empezaron a sonar, al principio como si se tratara de ocurrencias retóricas de verborrágicos operadores frenteamplistas, pero que, con el tiempo pasaron a formar parte del discurso oficial y terminan siendo casi un mantra.
Las luces amarillas que amenazan ser rojas
Para ponerlo en debido contexto, transcribimos el párrafo entero donde el discurso aborda la cuestión de la libertad y de la igualdad.
“Queremos aportar a la construcción de mayores espacios de libertad, por cierto. Es esta una condición esencial de nuestra visión del ser humano, pero cuyo sentido o significado hoy adquiere interpretaciones tan vastas como vacuas.
Sobrevuela un concepto de libertad ultra individualista que predica el predominio del más fuerte. Nunca será esta nuestra noción de libertad. La libertad individual en la que creemos es en clave de convivencia e igualdad de oportunidades en los aspectos esenciales de la vida. ¿Cuánta libertad puede ejercer o gozar un compatriota que tiene que peregrinar semanas por un centro de salud para conseguir sus medicamentos? ¿Cuán libre es quien padece serios problemas de vivienda o de trabajo? ¿Cuánto, las mujeres que se sienten violentadas en la calle o puertas adentro de su hogar? ¿Qué libertad individual plena puede ejercerse en medio de la desigualdad colectiva? Ya la historia comprobó el error (u horror) de sacrificar la libertad en aras de una supuesta igualdad. No incurramos en la falacia contraria.”
Los pioneros ideológicos en poner a la libertad junto con la igualdad -arropadas ambas por una difusa fraternidad que sería “inherente” al ser humano- fueron los revolucionarios franceses.
Germen y guía de todas las revoluciones que en el mundo hubo con posterioridad, con la rara virtud de hacer olvidar que una década y poco antes, las 13 Colonias inglesas de América del Norte habían protagonizado otra revolución, con menos épica quizás, pero pasado el tiempo, con resultados bien distintos, se convirtió en el canon hasta hoy para determinar dónde está el lado correcto de la historia, si a derecha o izquierda, y qué valores deben predominar sobre otros.
El discurso reconoce, y que yo sepa es la primera vez viniendo de la izquierda leninista-guevarista uruguaya, que “ya la historia comprobó el error (u horror) de sacrificar la libertad en aras de una supuesta igualdad”, en una clarísima alusión a todas las tiranías liberticidas sufridas por el mundo desde Lenin en 1917 hasta La Habana, Caracas y Managua ahora mismo.
Sin embargo, cree del caso lanzar esta advertencia “no incurramos en la falacia contraria”, es decir, no sacrificar igualdad en aras de la libertad.
Tamaña afirmación, que, como todo el discurso, con seguridad, fue acordado y consensuado hasta en sus mínimos detalles, no puede, no debe caer en saco roto, porque es, a un tiempo un preocupante diagnóstico, tanto como una ominosa advertencia.
Dicho más claro, “con nosotros, señores, no habrá más libertad si ello sacrifica en algo lo que nosotros (ellos, el poder) consideramos igualdad”. Ante esto, la camiseta de la Senadora Díaz, más que burla o amenaza, parece premonición.
Concomitante con ese pasaje, donde se pone frente a esa bestia bifronte libertad-igualdad, este otro no le queda en zaga: “Sobrevuela un concepto de libertad ultra individualista que predica el predominio del más fuerte. Nunca será esta nuestra noción de libertad. La libertad individual en la que creemos es en clave de convivencia e igualdad de oportunidades en los aspectos esenciales de la vida.”
Aquí, es preciso no solamente ponerse muy en guardia, sino lisa y llanamente pararle los pies, al Presidente tanto como a quienes le redactan los discursos. Señores, poco nos importa -salvo que sea para avasallar la nuestra- lo que para ustedes sea la noción de libertad. A los que los conocemos desde los años 60, sabemos perfectamente cuál es su noción de libertad, y siempre han estado en contra de ella.
Escudarse tras un latiguillo tan absurdo como trillado, el de “ultra individualista”, para atacar, y tras ello, dentro de lo posible, eliminar la libertad, que es individual o no es libertad, es el recurso que han utilizado todos los tiranos de la historia, desde Mussolini hasta Álvarez, desde Lenin, Stalin y Mao, hasta el Chivo Trujillo o Fidel Castro.
Los liberticidas, por más que se vistan de seda, liberticidas se quedan.
La “pública felicidad” orsiana
“La única ambición de este gobierno está íntimamente ligada a la búsqueda de la pública felicidad”
Cuando escucho, cada vez con mayor frecuencia, este mantra de indudable inspiración orwelliana, pienso en qué consistirá la “pública felicidad” para un norcoreano que, convertido en cual hormiga rumbo al hormiguero, desfila con paso marcial frente a su Querido Líder, o si para un cubano la suprema felicidad estará dada por esas dos preciosas horas diarias en las que cuentan con energía eléctrica.
Sé, ya lo pudimos comprobar, cuál es una posible fuente de “pública felicidad” para el Dr. Leonel Briozzo, que es la práctica creciente de abortos “legales y oportunos”. A mayor cantidad de abortos, mayor “pública felicidad”.
Para otros, menos sofisticados, pero igual de fanáticos, ¿sustituir la camiseta por la mazmorra o el paredón para “eliminar fachos” podría ser una fuente de “pública felicidad”?
Tampoco es que las usinas ideológicas frenteamplistas hayan inventado nada. Lo de la pública felicidad se lo inventaron las cocinas del Foro de San Pablo para sacar fuera de circulación a la creación del hombre nuevo que el socialismo viene construyendo desde hace más de un siglo, convertido en un exitoso fracaso que convoca a la risa a propios y extraños.
La cuestión será determinar si la pública felicidad buscada será optativa u obligatoria, porque como dijera Vargas Llosa hoy, todo lo que no está prohibido, es obligatorio.
Los eternos amigos de las utopías
Todos estos párrafos que hemos transcripto, referidos a la cuestión social, y a los aspectos más relevantes para el ciudadano, huelen a renovada utopía.
Los franceses, maestros de la guillotina, borraron una monarquía, tuvieron monarquía constitucional, República, restauración, Imperio con Napoleón y lo único que cambiaba, de utopía en utopía, era el cuello que caía bajo la guillotina. Ora Robespierre guillotinaba de a miles, ora eran los otros quienes guillotinaban al otrora todopoderoso guillotinador.
En un trabajo de Isaiah Berlin que rescata Mario Vargas Llosa para su ensayo “La llamada de la tribu” expone lo que este, Berlin, llama la “teoría de las verdades contradictorias o de los fines irreconciliables”. Así, por ejemplo, descubre en Machiavelo la “incómoda verdad” que no todos los valores son compatibles. Muchas veces, en lugar de apoyarse entre sí, se excluyen. Berlin, un amante de las ideas era, sin embargo, un convencido de que son éstas (las ideas) las que deben someterse si entran en contradicción con la realidad humana, pues, cuando ocurre al revés, las calles se llenan de guillotinas y paredones.
La necesaria vigilancia activa del ciudadano libre
La lectura de este discurso, y las réplicas que seguirán como si de un terremoto se tratara debería ser material de lectura para hoy, pero también para tenerlo presente a lo largo del mandato del Sr. Orsi. Es aquí donde se hace importante el párrafo de Stefan Zweig arriba citado, en el sentido de decir no toda vez que sea necesario y no dejarse nunca llevar al matadero.
Tanto si es él quien redactó su discurso como si se lo hubieran redactado sus asesores, como me inclino a creer, unos u otros parecen haber aprendido solo una de las lecciones, y olvidan por completo la otra.
El columnista, que sin rubor admite preferir equivocarse con Aron que acertar con Sartre, recuerda que aquél citaba a Ortega y Gasset para sostener que “izquierda y derecha son dos hemiplejias equivalentes”, desde el disparatorio desplegado en la Hispanoamérica por ambas, se afilia a la tesis de Vargas Llosa que considera “al sentido común como la más valiosa de las virtudes políticas”.
El Sr. Orsi hace mención del sentido común. Resta saber si lo tendrá.