
Todos declaman que no hay más remedio que crecer, lo que no se conoce es el cómo
Escuchar:
El presidente Orsi ha expresado que su accionar estará orientado al crecimiento. Loable. No muy distinto por otra parte de lo que dice cualquier mandatario recién asumido en el mundo, cualquiera fuera su orientación o ideología.
Es el triste deber de esta columna hacerle saber que ese sueño es simplemente inalcanzable y haría mal en hacer albergar falsas esperanzas a sus partidarios y en general a toda la sociedad.
Buena parte de lo que se expresa a continuación es repetitivo, remanido y aburrido. Pero como se trata de un nuevo gobierno, y además los políticos tienden a olvidar ciertos conceptos (más aún los políticos neomarxistas) es menester repetirlos en la acaso vana esperanza de que, como un mensaje desesperado arrojado al mar en una botella por un náufrago, sea encontrado y leído por alguien, que además lo tome en serio.
El mundo ha entrado en una etapa proteccionista a ultranza, conducido por ignorantes en la mayoría de los casos, encabezado por Estados Unidos, liderado ahora por un presidente que tiene dos o tres principios básicos precarios y una política internacional de prepotencia e imposiciones.
Europa por su parte, ha sido siempre proteccionista, y para decirlo con claridad, es un enemigo comercial de países como Uruguay o Argentina, que tienen largamente mejores sistemas de cultivos y de cría de ganado vacuno. Eso ha hecho que inventase una serie de restricciones no aduaneras que en nombre de la protección del medio ambiente y con la excusa sacrosanta de salvar al planeta prácticamente ha expulsado de su mercado a los productores más eficientes y como un efecto secundario ha destruido de paso su sistema agropecuario, por lo que pagará caro en el futuro, como ha ocurrido con la energía.
La globalización sepultada
Ese proteccionismo ha sepultado, en todos los casos en que se llevó a extremo, a los productores de commodities agrícolas, y los ha condenado al estancamiento. La globalización, o la libertad comercial de Clinton, fue un veranito que permitió que cientos de millones salieran de la pobreza, pero la globalización ha sido también sepultada y es ahora considerada una especie de estafa que los países en desarrollo perpetraron contra Estados Unidos y Europa.
En semejante marco, el crecimiento de esos países secundarios ha sido precario y de poco valor agregado, lo que garantiza su pobreza y su estancamiento, o su menor crecimiento relativo. Sobre todo, ese poco crecimiento no ha sido un gran generador de empleo.
El crecimiento de una economía como la uruguaya, acaso de todas, viene dado por la inversión, por el consumo interno, por la seguridad jurídica, por el precio al que exporta sus productos y por la innovación, que suele ser función de la educación y de la inversión. Siempre que el resto del mundo le permita venderle.
El precio de los bienes transables o exportables está fuertemente condicionado a los costos salariales, a la carga impositiva y al tipo de cambio. En lo que hace al salario y otros costos laborales, todos los planes, promesas, plataformas y dogmas del socialismo reinante indican que aumentarán alegremente. De modo que no se debe esperar que los precios de nada de lo que se produzca localmente puedan serlo a valores competitivos, al menos si de ese rubro dependiese.
El modo de perpetuar la alta inflación
La carga impositiva, o en su defecto la inflación, el mismo fantasma con otra sábana y otras víctimas, tenderán a aumentar fuertemente. Cualquiera de las políticas que abierta o solapadamente defiende el gobierno, tienden no sólo a un aumento del costo salarial de toda la economía, sino a un aumento del gasto público, comenzando por el de seguridad social en el que la concepción socialista es simplemente irresponsable.
Recientemente el asesor del gobierno Richard Read ha afirmado (contra la posición del ministro Oddone, cuyos lineamientos el señor Read no toma en cuenta), que la indexación salarial automática no genera inflación, salvo que se traslade a precios. Remató su disertación explicando que “siempre ha sido así y ha sido ampliamente demostrado”. No aclaró dónde, cuándo y cómo fue demostrada semejante idea.
Vale la pena detenerse en esa frase por el doble ejemplo que implica: el razonamiento precario y voluntarista, sin base alguna, y los efectos que provocan cuando alguien comete el error de tomarla en serio.
La indexación automática por la inflación pasada en los sueldos de los empleados estatales, tanto en la administración como en sus “empresas” monopólicas, como en cualquier departamento, es siempre inflacionaria, porque aumentan el gasto público, razón misma de la emisión presente o diferida, vía deuda. Además, condena a tener un “piso” de inflación futura que garantiza su eternización.
El odio a la empresa privada
En cuanto a los salarios privados, el socialismo parte siempre de la creencia de que a la empresa privada hay que carcomerle su ganancia hasta dejarla exangüe, como un castigo a los imperialistas y similares. Pero la realidad es que a la gran mayoría de las empresas orientales no les sobra nada. No tienen más remedio que trasladarlas a precio. Con lo que si no se produce inflación en términos académicos, se produce un aumento generalizado de precios, lo que a los efectos del consumidor es exactamente lo mismo. La columna está dispuesta a preparar algunos gráficos para facilitar la comprensión del concepto.
Ese aumento del costo laboral público y privado, más el aumento de impuestos, lleva inexorablemente a tener costos no competitivos, o sea a no poder exportar a precios competitivos. Y ese concepto sí que ha sido probado reiteradamente a lo largo de la historia.
En cuanto a la inversión, esa situación descrita es de por sí un elemento disuasivo, casi sin necesidad de agregar ningún otro factor.
El crimen del impuesto
Pero si como el Frente Amplio sostiene y anhela se recurriese a otro tipo de impuestos o a otro tipo de víctimas, como el impuesto al patrimonio, al ahorro privado, a la herencia y al IVA “personalizado”, el efecto sobre el consumo interno de los bienes de mayor valor agregado, es decir los verdaderos generadores de nuevos empleos, sería mortal. En ese caso no haría falta inversión porque bajaría el consumo de bienes de valor agregado. También las radicaciones.
La importancia del valor agregado no parece ser tomada en cuenta por los ideólogos del gobierno, pero tiene que ver con la inversión, con el aumento del PIB y con el empleo. Justamente son los bienes con más valor agregado los que no se pueden exportar con proteccionismo. Por eso los países secundarios o terciarios se ven obligados a vender la producción casi primaria.
Un elemento que colabora para tener precios competitivos es, por supuesto, el tipo de cambio. Pero ese valor se mantendrá bajo – lo que se conoce como atraso cambiario – en la medida en que se tome deuda externa, que obligará al gobierno a vender esos dólares para afrontar gastos en pesos. (La financiación en pesos se encarecerá si sube el gasto, y en la medida en que se siga con la pulsión de ajustar los salarios por la inflación pasada)
La seguridad jurídica como bandera
Si se cometiese el error de intentar regular, administrar o controlar el tipo de cambio, habrá que olvidarse de la inversión, la exportación y el crecimiento.En cuanto a la seguridad jurídica, sólo importa para tomar más deuda y para realizar inversiones. Pero si no se dan las condiciones para invertir, la seguridad jurídica no tiene valor alguno, porque solo asegurará la continuidad de malos negocios. Sólo es un valor cuando se asegura algo bueno, no cuando se asegura el despojo, el impuestazo o la pérdida.
Es de suponer que a esta altura ya se estará conteste en que aunque el campo puede mejorar algo en ciertas condiciones, y es un buen aporte al PIB y moviliza cierto empleo y muchas actividades, pero no es suficiente para crecer realmente. Y también sufrirá en este escenario mundial suicida. Los recargos de China a EEUU sobre materias primas parecen una oportunidad, pero en los mercados de commodities agrícolas donde no se es formador de precios, no implica un aumento de ventas ni una gran ventaja, porque tienden al equilibrio.
También se debe tener presente que el crecimiento del mercado agropecuario tiene menos significación si no se agrega valor. La exportación de ganado en pie, con un crecimiento notable, agrega un valor agregado básico que tiene la actividad, pero no será fuerte generadora de empleos ni mejorará demasiado el PIB. Además de algunas consideraciones estratégicas.
La inutilidad de los tratados
Está claro, es de pensar a esta altura, que ningún tratado de libre comercio con EEUU o Europa tendrá valor alguno. Primero, porque esos tratados en la actualidad no son tales sino una rendición incondicional y un pliego de condiciones sin ninguna utilidad. De todos modos, la exportación, desde tiempo inmemorial, no se logra con tratados, sino con la tarea individual y de largo plazo de los privados, que construyen sus clientes laboriosamente, para perderlos en cinco minutos por culpa de los gobiernos manoseadores de variables y creadores de costos, gastos e impuestos que son una mochila para las empresas.
La utopía de “salir del Mercosur y negociar tratados individualmente » es apenas una frase, con buena voluntad. Es el riesgo que los países del Mercosur tienen es el mismo que corrió y sufrió Gran Bretaña, que se encontró de golpe con una pérdida importantísima de exportaciones, sin posibilidades de reemplazarlas en lo inmediato.
Todo tratado, además, conlleva reciprocidad. La otra utopía de vender lo que producimos pero no comprar nada a cambio ignora los flujos de capital, y también la técnica. Eso hace que cuando se piensa en un tratado con China, haya que pensar en qué bienes se le va a comprar, y cómo se adaptará el sistema laboral e impositivo a semejante shock, que se prefiere ignorar y hasta descartar, sin comprender el funcionamiento del intercambio.
No descartar un acuerdo entre China y EEUU
Tampoco debe descartarse un acuerdo comercial entre China y EEUU que borre las posibles oportunidades que la pelea de los recargos ofrece. Lo mismo en el NAFTA, que Trump quiere re-renegociar.
En cuanto a la innovación, es función de la Inversión y la competitividad. (A largo plazo de la educación también) Salvo que a alguien se le ocurra lanzar alguna shitcoin y se lo denomine emprendedor. El negocio tecnológico, en el sentido serio del término, está muy lejano, y no es exactamente la venta de servicios de programación o similares.
La pregunta que surge luego de estos comentarios será: ¿No hay entonces negocio posible, no hay nuevos caminos que explorar, no hay riesgos para tomar, no hay ningún caballo al que apostar? Sí, claro. Siempre los hay. Pero ahí aparece el que es tal vez el problema mayor. No solo el gobierno, sino una parte importante de la sociedad, creen que la empresa privada es maligna y que hay que controlarla, limitarla, someterla y darle solamente una parte subsidiaria de la tarea, reservándose el estado la parte “estratégica”, sea lo que eso signifique.
En la práctica, en especial en los gobiernos socialistas, esto ha significado una secundariedad, una subsidiaridad de la acción de la empresa privada en todos los emprendimientos importantes. Esto ha generado una enorme limitación a la toma de riesgos, a la creatividad y a la inversión y una pérdida en la calidad de los participantes. Y curiosamente (o no) se ha dado el resultado paradojal que las pérdidas han sido absorbidas muchas veces por el estado, igual que la inversión o parte de ella, se han hecho concesiones de las que después los mismos gobiernos que las otorgaron se arrepienten, se han desarrollado proyectos estúpidos, ignorando de paso otro principio económico invalorable, que es el de la evaluación de proyectos, que no se puede decir con seriedad que los gobiernos hayan hecho.
El estado eximidor transformando malos negocios en buenos a su costa
Gas Sayago es un ejemplo demasiado fácil de estupidez cara, pero hay muchos otros. El lector los conoce. Dentro de ese paquete están las exenciones, eximiciones y desgravaciones impositivas, la construcción de un ferrocarril y otras muestras de inseguridad que terminan o con el estado recogiendo el cadáver del emprendimiento si fracasa, o la pérdida y sus consecuencias. Ese tipo de “nacionalizaciones” o “coparticipaciones” termina generando un PIB de segundo nivel, porque se devalúa o resigna su valor fiscal.
En una reciente nota en este medio, Walter Raymond, (@TravelSurRay) analiza la idea de producir Hidrógeno verde y todos los condicionamientos y dudas que la misma conlleva. Es una típica actividad que debería desarrollar íntegramente el sector privado, a su riesgo y con la expectativa de obtener buenas ganancias. No debería el estado tener nada que ver en el negocio, fuera de su acción de control general sobre cualquier actividad.
A todas las dudas planteadas por el colega, se debe agregar la peligrosidad del producto, que ofrece severos riesgos de utilización, almacenaje y transporte, además de la dudosa evaluación de la ecuación energética, que como la recordada alconafta, corre el riesgo de consumir más energía de la que produce. Sin considerar el hecho de que, para su elaboración se está consumiendo efectivamente agua, ya que al descomponerla no se verifica el ciclo natural de reciclado acuífero, el viejo miedo de “vienen por el agua”.
Úrsula von der Leyen dorando la píldora
El estado no tendría que sacar pecho en este emprendimiento y similares, ni subsidiar, ni hacerse cargo de ningún costo presente o futuro. Algo que vale para cualquier proyecto de crecimiento. Que la empresa privada se lleve las ganancias y las pérdidas. De lo contrario el estado arriesga llevarse las pérdidas solamente. Esto también se ha probado reiteradamente, como diría Read.
Recientemente, la autócrata de la Unión Europea, Úrsula von der Leyen declaró en Montevideo, con la liviandad de análisis que la caracteriza, que su continente sería un buen cliente del hidrógeno verde uruguayo. Además de que su afirmación fue hecha a la ligera, ¿cuánto invertirá en el proyecto? Nada.
Los negocios, el crecimiento y el empleo, vienen de la mano de la ambición y el riesgo privado. También de sus ideas y su creatividad. Lamentablemente el presidente pertenece a una ideología que no cree eso, al contrario, le teme o lo repele.
Tal vez el concepto de un país en el que ”nada cambia demasiado”, algo que a veces se confunde con seguridad jurídica, no es el que más se adecua a este momento mundial. Y el cambio no debe ser hacia el estatismo, ni hacia el proteccionismo sindical ni hacia la solidaridad exprés facilista. Demagogia y reparto no son sinónimos de crecer.