Momento de reflexión para el votante del otro lado del río, pero también para los candidatos, sus asesores y los analistas, que no se deben dejar engañar con espejitos
Por Dardo Gasparré
En rápida mirada al proceso electoral del vecino país, es posible advertir tanto en los votantes como en los candidatos, los profesionales convocados por los candidatos – aunque fuera a nivel de consulta – los comentaristas, periodistas y analistas, los expertos de Twitter, (perdón, de X) una súbita adhesión a los principios liberales, o al menos un súbito impulso de esgrimir tales principios como la mágica e instantánea solución que esperan los argentinos a todos los problemas que supieron conseguir.
La columna ya ha destacado el peligro que la idea de venderlo como un tónico curalotodo puede causar a la filosofía y ética que inspirara John Locke basado en los tres derechos naturales: vida, libertad y propiedad privada.
Hay que aclarar que no es el intento de esta entrega repetir ese concepto, sino analizar cuán liberales son los liberales que surgen como hongos, o mejor, cuán liberales son las ideas de los liberales instantáneos y exprés que hoy inundan la patria de Alberdi, Sarmiento y Roca.
Corresponde poner énfasis en quién se ha apoderado de la bandera liberal y la enarbola más que como un asta, como una lanza con la que empala a sus adversarios y a quienquiera le discuta cualquier idea: Javier Milei, que probablemente resulte el próximo presidente.
La prédica es el componente central de la democracia
Con relación a su estilo, no hacen falta demasiados argumentos para demostrar que su intolerancia, sus insultos y descalificaciones a quienes lo contradicen, su negativa a sopesar cualquier observación que se le realice y el mesianismo de sus afirmaciones, entre otras la de que tiene un plan que no es un plan sino un punteo de deseos, su fácil adjetivación de “burro” hacia otros economistas que merecen tanto respeto como él, al menos, no tiene mucho que ver con los conceptos esenciales del liberalismo.
La prédica, no el insulto o el agravio a las ideas es el componente central del sistema democrático, que, así como no acepta el reparto de choripán, la platita o el arreo de partidarios, tampoco acepta la imposición vía el relato, la mentira, el humo dialéctico o la prepotencia o el temor a la descalificación de ninguna verdad teologal.
Tampoco coincide con el liberalismo en la liviandad con que descarta, junto a muchos de sus asesores y seguidores supuestamente más instruidos que el resto de los ciudadanos, los principios republicanos de división de poderes, aunque los matice con ideas como “haré un plebiscito” – que no es vinculante según la Constitución – ó “me sacarán muerto de la Casa Rosada”, o sostenga que como ha ganado las PASO “hay que obedecer el mandato del pueblo”, conceptos que políticamente son graves.
Pero si se prefiriese hablar solamente de economía, cuando se le reprochan frases y posiciones de su pasado, el candidato sostiene que recién luego de 2019 se “convirtió” a la escuela austríaca, la escuela que más adoptó los principios del liberalismo, que tan brillantemente definiera von Mises cuando entendió la economía como la ciencia social que estudia la acción humana.
Anulando el pasado
Conveniente explicación que permite resistir el archivo, como diría el saber popular, al usar la definición que Borges le propinara al cristianismo: “una doctrina del perdón que puede anular el pasado”. Con lo cual nada de lo que haya dicho Milei antes de 2019 tiene ningún valor ni sirve para evaluarlo, inclusive su empecinada defensa de la política del Banco Central de Macri en 2015, entidad que ahora intenta quemar. (Una expresión del estilo Guy Fawkes que no colabora, ciertamente) Al mismo tiempo que abre una pregunta: ¿cuándo se producirá la próxima “conversión”? Sería interesante conocer ese dato.
Si se trata de analizar las ponencias puramente económicas, la baja del gasto es una imposición de la lógica, más que del FMI y o de la teoría liberal. Lo dicen con énfasis tanto Milei como Patricia Bullrich. Aunque tampoco está en claro cuál será la metodología, fuera de las expresiones insultantes e incendiarias del libertario.
En cuanto a la dolarización, que se presenta desde varios sectores como la solución a muchos de los problemas inflacionarios, que “atará las manos de los políticos gastadores”, fue adoptada por La Libertad Avanza hace bastante poco, en uno de los cambios de mensaje que produjo luego de su “conversión” a la Escuela Austríaca. Tanto él como los autores del más actual proyecto sobre esta iniciativa, sostienen ahora que el proyecto habla del “cómo” pero no del “cuándo”, y anticipan que tomará un par de años lograr las condiciones para semejante paso.
¿La dolarización garantizada por bonos del estado a favor del estado?
Para ponerlo de un modo irónico, pero que resume bastante la realidad, la dolarización parece resolver muchos de los problemas monetarios y de déficit actuales, pero recién se podrá aplicar cuando esos problemas estén resueltos. Una particular tautología que también se puede encontrar en el modo de conseguir dólares para este proyecto, que se basa en ofrecer como garantía los bonos del gobierno argentino en poder del Banco Central. Con lo cual se postergaría la quema de esa entidad.
El asunto cobra gran importancia por dos razones. Por un lado, muchos votantes jóvenes parecen estar entusiasmado con una solución liberal salvadora, que resolvería de cuajo viejas costumbres dilapidadoras argentinas. Pero podrían estar corriendo el riesgo de una gran desilusión.
El otro punto es que el proyecto de dolarización no es representativo de las ideas liberales ni de la economía austríaca. Más bien impone una moneda a la sociedad, inclusive un tipo de cambio. Y el mecanismo tampoco contiene demasiadas opciones entre las que elegir.
Si se quisiera seriamente resolver el problema de la credibilidad monetaria, además de dejar de gastar en cual cualquier moneda y con cualquier financiamiento, debería liberarse el mercado cambiario, eliminarse las retenciones que crean un tipo de cambio diferencial, permitirse contratar en cualquier moneda y derogar un par de artículos del Código Civil que neutralizan esa posibilidad. Algo más fácil que modificar la Constitución, como parece requerir la dolarización, según varios juristas consultados.
La dolarización es una imposición a la sociedad. Y eso dista mucho de ser liberal. Sin entrar en el análisis de sus bondades o defectos.
El miedo a la libertad cambiaria. O a la libertad
Hay un miedo a dejar libre el mercado cambiario, probablemente por la falta de costumbre y por la desconfianza que muchos economistas tienen sobre el efecto de la acción humana, educados muchos bajo la teoría de que la burocracia estatal sabe mucho más que cada uno lo que le conviene hacer. Por eso se teme tanto a la libertad. Se teme a una corrida cambiaria, a una corrida bancaria, a una hiperinflación. Tal vez se deba recurrir a la opinión del experimentado y respetado economista Carlos Rodríguez, asesor principal de Milei, que dice a quien lo quiera escuchar que esos riesgos no existen con un plan y un gobierno serios.
En su reciente visita a Montevideo Mauricio Macri dijo – y luego repitió en su gira por los medios argentinos – que más del 60% de la sociedad había elegido el camino de la libertad económica contra el populismo. Es apresurado sostenerlo. Y justamente el riesgo es que no ocurra así, o, más bien que se intenten hacer cambios pasando por encima de las instituciones. No solamente Juntos por el Cambio no tiene una mayoría liberal, ni tampoco pura y eficiente, sino que muchas veces sus votos legislativos han estado más cerca del populismo kirchnerista que del liberalismo.
Se debe tener presente que ambos “candidatos de la libertad “ como arriesga Macri, tienen que imbricarse en dos tercios de senadores y la mitad de diputados que aún están en sus bancas, lo que significa que todos los cambios serán ásperos, por más que los demande un núcleo grande de la población, aun los que eligieron en su momento a legisladores que no los complacerán fácilmente.
Seguridad, pero con todas las instituciones funcionando
Bullrich pone el énfasis en la seguridad, pero también en este plano tendrá que recorrerse un largo camino institucional, judicial, legislativo, de persuasión y comprensión social, y de arduas negociaciones con los gobernadores e intendentes, muchas veces cómplices de la corrupción, la violencia, el tráfico de droga y el gasto irresponsable, incluyendo la emisión de cuasi monedas, como ya ocurrió en el pasado.
Los planes de cualquier tipo necesitan algunos requisitos previos para formularse. Uno de ellos es estudiar y conocer ampliamente lo que se intenta modificar. Otro es sopesar y medir adecuadamente los aspectos no sólo técnicos sino legales, regionales y la importancia de persuadir a la sociedad de la necesidad de los cambios. La sociedad, como se sabe, prefiere ignorar las dificultades que ella misma ha ayudado a provocar y hacerse la distraída frente a los sacrificios que plantean las soluciones. Por eso está ante el peligro de elegir nuevos magos que los desilusionen casi necesariamente.
Patricia, como Javier, cada uno en sus puntos fuertes, parecen confiar en el poder de su fortaleza, de su imposición, de su voluntad. Eso será muy comprensible y hasta elogiable, pero el argumento de fondo de la columna es que duda de que la población en su conjunto quiera que se le saquen los que cree sus privilegios. Está harta, pero no necesariamente está dispuesta a hacer ningún sacrificio para resolverlo. Por eso la persuasión y la prédica deben ser una cualidad esencial de los candidatos.
El liberalismo es un compromiso
Bullrich habla más vagamente de economía, no sólo porque no es su fuerte, sino porque todavía no tiene un economista principal que timonee y defienda un proyecto, y hay indudables disputas en la alianza y entre los técnicos hasta de un mismo sector. De modo que por ahora tampoco el discurso es claro. Pero tampoco es liberal. Ni lo será.
En cuanto al peronismo, o lo que queda del peronismo tras el kirchnerismo, no propone ningún cambio, sino hacer más de lo mismo, lo que pone en duda la viabilidad de cualquier proyecto sensato, tanto por la resistencia previsible de sus huestes, como por la convicción de su sorprendente número de votantes
Deben recordarse un par de hechos. También el socialismo en el mundo trató de arrebatarle el nombre – ya que no los principios – al liberalismo. Y equivocó a muchos, votantes y opinadores. Y también en circunstancias dramáticas Argentina recurrió y padeció dictaduras que teóricamente aplicarían principios liberales por la fuerza. Aplicaron la fuerza, pero ni por asomo los principios liberales. Y también fueron casta, diría Milei. Sin cambiar nada de fondo.
Subyacentemente, se muestra lamentablemente la certeza de un adagio habitual de la columna, que vale para cualquier país: cuando en una sociedad penetra el populismo, es casi imposible volver atrás.