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Contraviento

El solidarismo, el gran precursor del socialismo

19 septiembre, 2023

 

La insistencia asnal en mecanismos que, además de ser costosos e injustos, no funcionaron nunca

 

Los seres humanos no nacen comunistas, ni socialistas, ni woke, ni ninguna otra cosa. Nacen libres. Perfectamente preparados por la naturaleza, Dios o La Fuerza – como cada uno prefiera – para la tremenda epopeya de gestarse y ser paridos, y luego sus consecuencias lógicas, la vida y la muerte.

Pero de pronto, cuando se agrupan en tribus, luego en pueblos, luego en tertulias de living, aparece el solidarismo. Como saben los que saben, esta teoría de la lástima sistémica, inventada sobre el fin del siglo XIX, invade hoy las sociedades y las torpedea bajo su línea de flotación.

Así, los pequeños que reprueban en las escuelas se reputan víctimas de la sobreexigencia de los padres, de currículos sobrecargados, de las agresiones de las notas, tremendo estigma sobre los más vagos, de la falta de alimentación adecuada, de largas horas de clase, de maestros y profesores despiadados, de hogares destruidos, de la pobreza, del frío, del calor, de la tortura de aprender. (Como si antes nada de eso hubiera ocurrido) Entonces surge la solución mágica: bajar las exigencias, la duración de los estudios, eliminar las notas, prohibir la repetición de grados o cursos, elegir al abanderado por sorteo para no humillar a los que no saben nada.

Los jóvenes que huyen al exterior son víctimas del solidarismo educativo

No. No es una cuestión de riqueza o pobreza. Este columnista vio a decenas de miles de padres marchando por las calles de Buenos Aires reclamando por el ingreso irrestricto a la Universidad, y jura que no eran pobres. Sólo incompetentes de pensamiento corto. Nada hizo más daño que ese solidarismo, o facilismo, que consiste en bajar la altura de la red de vóley, o agrandar el arco para que todos hagan goles y que Suárez no sea una odiosa excepción. Nada dañó más el empleo que esa idea. Muchos de los jóvenes que ahora huyen del país vecino son víctimas de esa lástima.

También el solidarismo llegó a las cárceles. Las pobres víctimas de una sociedad cruel, despiadada, desamorada y egoísta no eran criminales. Eran mártires. Entonces el solidarismo se transformó en abolicionismo y los jueces fueron bondadosos, comprensivos y permisivos. Con lo que los criminales salían más rápido de lo que entraban. Y entonces se dejaron de construir cárceles porque era un símbolo de tortura y esclavitud. Para terminar hacinando a los presos como cerdos y garantizando su perpetuidad en el delito.

En todos los casos el solidarismo estalla en fracaso

El solidarismo se ha filtrado en toda la sociedad y en todas las sociedades. Es un antecesor y un germen de lo políticamente correcto, que termina haciendo desaparecer al varón en solidaridad con la mujer antes maltratada, al no negro, o al no gay, al no ignorante, al no inútil. Que desprecia al mérito y el orden como generador de desigualdad, bajo el supuesto de que todos los pueblos son minorados e ignorantes, que necesitan una mano magnánima que los cuide, los guíe, los proteja y los salve. El sistema de jubilaciones tiene miles de esas sensibilidades, que lo hacen inviable.

Casi siempre el solidarismo estalla en fracaso, miseria, hambre, pobreza y crimen, pero siempre hay alguna falta de solidaridad a la que culpar, siempre hay algún enemigo de la felicidad a quien acusar. Siempre falta un paso más, una vuelta más de tuerca.

En términos económicos, eso se traduce en demagogia, populismo, impuestos confiscatorios, leyes que “abuenan” la realidad, aunque en la práctica la empeoran o la tornan invivible en poco tiempo. Véase la bondad y comprensión en cada una de las leyes y medidas del kirchnerismo argentino, resumidas en el plan platita. Solidarismo del más eficaz. No es cuestión de aparecer como insensible ante la necesidad ajena. La inflación es exógena. Marciana.

Siempre hay algún nuevo supuesto egoísmo al que culpar del fracaso de la solidaridad exprés

Si los presos necesitan celulares (teléfonos, no camiones) no es cuestión de privarlos de semejante medio de comunicación con los suyos, que tanto los aman. Entonces se les da libre acceso, que se usa para planificar y ejecutar todo tipo de delito desde las cárceles o las comisarías. Eso es sensibilidad.

Si los desocupados necesitan un subsidio, paguémosle aún más que los que ganan los que trabajan, para que no se nos tache de injustos y mucho menos de insensibles. Los efectos, ¿quién los mide? Y siempre podrán atribuirse a otra causa, a algún otro egoísmo.

En lo más profundo, el solidarismo plantea la misma solución que el socialismo: seamos todos pobres, liberémonos de la molestia de la comparación. Siempre habrá alguien a quién sacarle para pagar la cuenta.

Uruguay, socialista con matices, tiende a abrazar el solidarismo como una virtud patriótica y ciudadana, como un acto de generosidad y altruismo, sin comprender que ese camino desemboca siempre en una Argentina modelo 2023.

La «regularización» de los cuidacoches

En cumplimiento de esos mandatos atávicos solidaristas, un edil nacionalista ha propuesto a la Junta Departamental de Montevideo, (como acercarle un canario a un gato para que jueguen) que los cuidacoches sean “regularizados”, o sea que dependan de la intendencia, que tengan un registro, un sueldo, relación de dependencia, indemnización, y otros beneficios que tienen los empleados del estado con preferencia.

Un viejo sueño que hace años persigue la Asociación de Cuidacoches de Uruguay, un invento seudosindical de los tantos que existen, que trata a su vez de inventar un trabajo donde no lo hay. Y sobre todo un nuevo gasto. Porque como todas las falacias socialistas, el argumento de que esta imposición no implica erogaciones adicionales es falso de toda falsedad. “Se redirigirá el ingreso proveniente de las tarifas de estacionamiento pago, de modo que no se crean nuevas partidas”.

La mentira de la «redirección» de fondos

Bonita frase que demuestra que los políticos creen que sus votantes son descerebrados. ¿Qué se hace hoy con el ingreso del estacionamiento? ¿Sobra? ¿Se ahorra? ¿Genera un superávit que se guarda para el futuro? En tal caso la intendencia no habría aumentado sus contribuciones al doble, ¿verdad? Si los fondos provenientes del estacionamiento se “redirigen”a pagar este nuevo subsidio con formato de sueldo, algo quedará sin financiar. Pero el argumento suena elegante. Aunque sea falso.

Otro tema que pinta cómo funciona la burocracia, es que, puestos ya en la narrativa de la construcción ideológica, se dice que si el cuidacoches regularizado faltara cinco días consecutivos perderá la remuneración y el cargo. Será muy interesante ver una tropa de inspectores cuidando a los cuidadores, como diría Juvenal, y llevando el control de sus faltazos. Una buena manera de crear nuevos empleos, como le llaman a los puestos en el estado. Seguramente para pagar esos cuidadores de cuidacoches se “redirigirán” otros gastos, que ahora no se “dirigen” a ninguna parte. Con lo que “no se crearán erogaciones adicionales”, otra apelación a la estupidez de quien escucha y paga en silencio.

Pero donde el solidarismo se muestra en todo su esplendor es cuando se recurre al argumento de que así se puede dar trabajo a expresidiarios que no encuentran otra forma de insertarse en el mercado laboral. Algo parecido a lo que se dijo de los hurgadores, (también en la Ciudad de Buenos Aires precursora de cuanta solidaridad exprés se pueda concebir) y razón de fondo del atraso en los sistemas de recolección de basura, los más precarios e ineficaces del mundo.

¿Cuántos cuidacoches son expresidiarios?

Es posible imaginar una ciudad con miles de expresidiarios cuidando los coches y el acceso a los mismos de los ciudadanos, que descansarán tranquilos ante la seguridad que ello les inspira. Es sólo una frase, pero sirve para justificar un nuevo gasto, un mini plan platita, a los que la Ciudad es tan adepta, y adicta. Finalmente, ¿cuántos cuidacoches son expresidiarios? ¿O no se puede relevarlos para no estigmatizarlos – otra palabra mágica que cierra todas las discusiones?

Como en tantos otros temas similares, quien esté en contra de la medida aparecerá como un insensible ante el drama de los exconvictos que no consiguen trabajo, y entonces el estado corre a salvarlos del drama con el dinero ajeno. A esto se llama “dignificar”, otra palabra desvirtuada que sólo elude el término subsidio o limosna.

De paso, bajo el mismo paraguas del solidarismo, hay quienes proponen regalarle un local al seudo sindicato, y hasta pagar un sueldo a sus dirigentes. Más solidaridad, imposible. Lo grave es que hay quienes creen, tal vez de buena fe, que esta es la manera de combatir la marginalidad.  Evangélico, casi.