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Contraviento

La pirámide ha muerto

9 enero, 2024

El redistribucionismo, el estatismo y la compulsión a regularlo la vida de las personas necesariamente cambian el formato de la clásica conformación poblacional

 

El fenómeno de la disminución de la tasa de natalidad es, como se sabe, mundial. Va desde Uruguay a Europa, desde Argentina a China. La tradicional pirámide ha dejado de serlo, se asemeja más a un rombo o a un huso de hilar, si se prefiere. La sociedad mundial no quiere tener tantos hijos.

Esto es percibido como un serio problema para el sistema de pensiones de cualquier país, para empezar, porque se teme que al haber menos población serán menos los nuevos trabajadores y menos los aportantes.

También porque se prevé con temor una reducción del consumo al no incorporarse una masa continua de nuevos consumidores, lo que también anticipa una reducción del crecimiento potencial al aumentar la población.

Soluciones utópicas

Entonces se buscan soluciones tales como la inmigración, que difícilmente se pueda dar en cantidad y calidad suficiente, porque el problema es mundial, y los inmigrantes a cualquier país no son, en general, el tipo de nuevos ciudadanos que cada país desea. Al contrario. Suelen crear más problemas o costos de los que solucionan. No es casual que tantos países se opongan a la inmigración masiva. O que otros pongan limitaciones muy duras para aceptar el ingreso de nuevos habitantes, como ocurre en Australia.

Como en tantos otros casos en que se trata de negar la evidencia empírica y la simple evidencia, todos estos análisis están equivocados, cuando no bordean la ignorancia, si no la estolidez.

Dos principios de la acción humana rigen la economía universal, o la sociología, si se prefiere: toda demanda crea su propia oferta y toda oferta crea su propia demanda. Se puede empezar por el extremo que se desee.

El primer concepto sostiene que si en una sociedad aumenta la población por la razón que fuese, esa masa de habitantes generará necesidades adicionales, salud, alimentación, enseñanza, seguridad, vestimenta, vivienda, transporte, etc. lo que implicará un aumento de la demanda que prontamente será satisfecha por la aparición de nuevas empresas o el crecimiento de las existentes para satisfacer esa demanda adicional, por una simple razón de apetito por el lucro, o greed, como aman decir los norteamericanos.

La mano invisible no hace magia

O sea el ejemplo más simple de la famosa mano invisible de Adam Smith. Falso de toda falsedad por incompleto. Para que eso ocurra, el sistema laboral debe ser un sistema competitivo, donde el salario sea un precio que se determina en libertad, donde el sueldo y demás condiciones sean el resultado de la oferta y demanda, sin abusos ni trampas de un lado ni regulaciones estatales-sindicales del otro. Como eso tiende a ocurrir cada vez menos, es mentira que cuanto más crezca una población más demanda generará, porque para comenzar, no es cierto que ese crecimiento humano producirá más empleo.

Es posible que se cree más seudoempleo estatal, un eufemismo para esconder el subsidio con excusas múltiples, que no agrega ni valor ni bienes a ninguna economía. Porque su contrapartida son impuestos y exacciones a “los que más tienen”, recurso que pronto se esfuma, porque por un lado no alcanza la ecuación matemática del reparto, ya que la “riqueza” se agota en menos de una temporada si tiene que hacerse cargo de las necesidades crecientes e infinitas de la sociedad; y por el otro el desestímulo es tan grande que en poco tiempo aún los más enfermizos creadores de riqueza terminan dependiendo de uno u otro modo del estado, un círculo vicioso. (Ver el libro aún no escrito titulado Argentina, un modelo de naufragio infalible, por Néstor y Cristina Kirchner)

Una demanda sin ingresos auténticos no crea su propia oferta

Lo que es seguro es que no es cierto que una demanda sin ingresos auténticos cree su propia oferta, salvo la de subsidios, desempleo, miseria, hambre y correlativos. Un simple aumento de la masa poblacional no es garantía de crecimiento ni de aportes jubilatorios adicionales, ni de nada, salvo del crecimiento de gastos, impuestos y déficit.

En esas condiciones, las familias mundiales no son idiotas. Adivinan que traer muchos hijos al mundo es condenar a varios o a todos ellos a la marginalidad. La idea de quitarle al patrón para darle al trabajador lo que le corresponde, la arcaica teoría de la plusvalía, ni siquiera se aplica ahora. Ha cedido ante el simple arrebatémosle a la empresa su dinero y repartámoslo de alguna manera.

 Tampoco es cierto el llamado ofertismo, que popularizara Reagan, o sea la idea de que la oferta crea su propia demanda. Eso puede ser cierto temporariamente y mientras existe algún público con recursos adicionales, pero no es masivamente cierto: el costo marginal es el enemigo mayor del ofertismo, y de los consumidores. Ya no se puede esperar un estilo comercial como el de Japon posguerra, de bajar sus precios hasta poder vender y ganar mercados. Ni los salarios y demás costos laborales crecientes y regulados, ni los impuestos crecientes y desaforados, permitirían hacerlo.

Mucho menos si se analizan los tratados internacionales antes llamados de libre comercio, que ahora son simples garantías de proteccionismo ineficiente. La oferta creando su propia demanda es un sueño para pocos, que no se puede redistribuir.

La estrategia del Frente Amplio garantiza el desempleo y la pobreza

Si se analiza el plebiscito previsional que planea el FA escondido tras el PIT-CNT se notará que agregar nuevos candidatos al subsidio de un sector cada vez más pequeño de la sociedad es un suicidio seguro. A menos que se decrete la jubilación a los 40 años de edad, que es un modo de que la ecuación cierre. Mientras duren los aportantes privados.

En la misma línea está la idea – por respeto habrá que llamarla así – de los dos senadores del Frente Amplio que pretende ahora restar más derechos de propiedad y de conducción de sus negocios a los empresarios, a los que se considera servidores de sus empleados, que le han prestado la empresa para que aporten su capital, su riesgo y su talento en beneficio de la clase trabajadora, parecería.

Esto no resulta nada raro si se observa que los quince años de gobierno del Frente estuvieron plagados de esas minas que fueron sembrando tanto en la Constitución en las leyes y reglas menores, incluyendo la cotidianeidad, el derecho consuetudinario.

Garantizar y liberar  la acción humana

La economía ortodoxa se apoya en dos principios centrales para garantizar la acción humana: la competencia a ultranza, contra todo monopolio y toda prebenda estatal, y la libertad de empresa, de comercio, de trabajar, de contratar y de propiedad. Sin esas seguridades, el mundo tenderá a ser una gigantesca dictadura. El estatismo, las regulaciones, prohibiciones y controles de todo tipo chocan contra ese principio central, no lo defienden aunque proclamen hacerlo.

Las familias orientales y universales son más inteligentes e intuitivas que los gobiernos. Tener muchos hijos en estas condiciones es procrear vasallos, simples novillos de un poder que los devorará. No engendrarlos es salvarlos de la servidumbre. La pirámide poblacional es una fábrica de esclavos. ¡Viva el rombo poblacional!

Aunque en una de ésas, el estado omnímodo comienza a fabricar bebés de probeta, frente a tanta incomprensión y desobediencia de las masas. O a subvencionar los nacimientos, que es como comprar africanos cosechadores de algodón o de caña de azúcar en la cuenca del Misisipi en la época de Mark Twain.