Uno es dueño de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia. El presidente lo debe estar meditando
La cena de la Fundación Libertad en Argentina, como es costumbre, convocó a un surtido grupo de personalidades a su cena anual. Entre los invitados a exponer se contaba el presidente Lacalle Pou como invitado especial. La Fundación es conocida mayormente por su cena anual.
El presidente eligió como temática principal de su disertación la importancia de contar con un estado fuerte, lo que intentó contraponer al concepto de estado grande, sin demasiado éxito. Bastante poco oportuna su elección. Los argentinos son testigos (eso quiere decir el término mártires) de los efectos de un estado fuerte. Lo están sufriendo en carne propia y lo sufrirán probablemente por el resto de la década.
No se analizará aquí el posible faux pas diplomático de defender esa ponencia frente a quien se ha declarado enemigo del estado, siguiendo la prédica rothbariana.
Aunque sí cabe una pregunta importante: ¿qué se entiende por estado fuerte? ¿Un estado lleno de burócratas que representan más del 10% de la población, como ocurre en Argentina y Uruguay? ¿Un estado que controla, vigila, custodia, espía, ordena, decide sobre la vida y obra de sus ciudadanos? ¿Un estado que legisla cada paso y como dijera Tocqueville “extiende sus brazos protectores sobre la muchedumbre y trata de resolverle todos sus problemas y de evitarle todos los sacrificios, incluyendo el esfuerzo de pensar?
Un estado que garantiza derechos como si fueran chocolatines
¿Un estado que garantiza derechos como si fueran chocolatines y luego busca a quién obligar a pagar esos supuestos derechos? ¿O se trata de un estado que redistribuye la riqueza corrigiendo según su parecer inequidades vagas, cobrando impuestos o gabelas confiscatorias “a los que más tienen” para repartirlas entre los necesitados de modo perfecto e impoluto? ¿O acaso un estado que se dedica a “proteger el empleo” que da la industria nacional, como acostumbra la gran mayoría de empresarios que asistió a esa cena?
La defensa del estado fuerte se opone por el vértice al concepto de una ciudadanía fuerte, un consumidor fuerte, una competencia fuerte, una producción y comercio fuertes. Una libertad fuerte. Acaso el concepto de un “estado justo” habría implicado mejor un contrato, un compromiso con el ciudadano, una Carta Magna de Juan sin tierra ayornada, un juramento, un pacto social.
El término estado fuerte se acerca mucho al estalinismo, al fachismo que reinó por estas tierras tantos años, importado de Italia, que todavía está presente al menos en Argentina en la forma de lobbystas, prebendarios y contratistas sospechados, tercerizadores y licitadores de obra pública amañados. O importadores, diría un oriental.
Una gran contradicción
El presidente destacó como uno de sus logros el haber conseguido un acuerdo para profundizar en un metro el dragado del puerto de Montevideo, además. Incurrió en un contrasentido: fueron los gobiernos que agitaron el eslogan del estado fuerte los que odiaron sistemáticamente a Uruguay, fue el peronismo original, y también el peronismo franquicia Kirchner los que lo ningunearon y pisotearon. Justamente los dos gobiernos, el de Macri y el de Milei, que estaban contra ese estado absolutista, fueron los que consintieron el dragado adicional.
Y justamente fue el gobierno pro-estado fuerte del Frente Amplio el que cometió un error imperdonable (e impune) en el acuerdo con el gobierno de Macri y equivocó la profundidad del dragado.
También fue un estado fuerte el que ató a Uruguay a la esclavitud del Mercosur y lo siguió aprisionando junto con Brasil y la industria automotriz prebendaria para que no comerciara libremente. Y es probablemente un estado “débil” el que puede poner a Argentina de su lado.
¿Quedando bien con la izquierda «moderada»?
Muchos politólogos, que sin quererlo obran a veces como exégetas de las peores políticas, sostienen que Lacalle Pou estaba pensando más en la futura elección presidencial del país que en el encuentro protocolar en el vecino. Sería peor.
Al querer supuestamente atraer a un sector que se imagina moderado de votantes del Frente Amplio, ha contribuido a hacer pensar que todo es lo mismo, que Uruguay es socialista con variaciones. El mensaje a sus ciudadanos y al inversor es simplemente desilusionante y tendrá efectos no solamente en las elecciones sino en los plebiscitos delirantes inventados por los partidarios del estado fuerte.
Ya la región tiene suficiente con los discursos proHamas de Lula, los de Milei invocando a las fuerzas del cielo para entronizar a un impresentable como Lijo en la Corte Suprema, las sandeces que dicen Maduro, Petro y López Obrador y las de Biden. No habría necesidad de imitarlos. El presidente no defendió a Uruguay. Lo expuso.