Saltar al contenido
Contraviento

Oclocracia y Romina

9 mayo, 2024

Por Juan R. Rodríguez Puppo 

Los países no necesariamente caen en cataclismos por efecto de tragedias puntuales.
En general cuando esos episodios aleatorios y trágicos suceden las sociedades encuentran o se reencuentran sus ciudadanos en una suerte de compromiso recíproco de superación y en algún tiempo recuperan su estabilidad. Sobran ejemplos. La Alemania y Japón siglo XX.
Por el contrario, cuando la catástrofe no es fruto de algo cruento y repentino, pero sí de un “continuum” involutivo progresivo, las consecuencias futuras son nefastas. En términos sociopolíticos una degradación de las tantas en las democracias es lo que Polibio (antigua Grecia) llamó OCLOCRACIA. Se pasa de la democracia a ciertos modelos atrofiados de populismos y a partir de ahí y en nombre “del pueblo” todo el sistema queda contaminado en favor de algunos grupos que controlan variados resortes del poder
Rousseau lo definió aún mejor: “La degeneración de la democracia”
Mackintosh en 1808 definió la Oclocracia como “la autoridad del populacho corrompido y tumultuoso
¿Qué otra cosa estamos viendo en Uruguay hoy?
El país entero paralizado por una denuncia claramente “trucha” protagonizada en show televisivo político propenso a escándalos y donde quien voltea políticos y los acosa no es más que una traviesa dama musculosa que busca los 15 minutos de fama que sabiamente predijo Wharhol hace un siglo.
Rating mediante todo me transporto a aquel día en que estábamos prendidos a la pantalla de tv para ver la hazaña del ser humano que por primera vez pisaba la luna. Eso mismo constate yo el pasado domingo. Un caso de alienación colectiva para ver a dos travestis “re locas” metiendo una curiosa marcha atrás en una denuncia contra Orsi que ya no tenía pies ni cabeza desde que se conoció hace dos meses.
¿No es hora de preguntarnos si no habremos ingresado en estado de OCLOCRACIA? ¡OJO! Después de esto nada bueno es esperable.
Alguien representando una nueva verdad “Ideología de género” nos hizo votar una ley que permite ingresar denuncias “que tengan grado de credibilidad” (art. 59)
Romina se vale de lo que en el consultorio jurídico de Udelar le enseñaron sobre ella para inventar una denuncia y convencer a una colega de como plantearla para evitar responsabilidades penales. (Si será mala la ley). Debieron explicarle mejor el art.179 del Código Penal sobre Simulación de Delito.
Un Estado lleno de secretarías de género; fiscalías especializadas, etc que consolidan la solidez de una ley que viola principios sagrados constitucionales como el de Igualdad. Esas violaciones se disfrazan de normas inspiradas en un nuevo derecho natural que es respaldado por hordas de inadaptadas en marchas callejeras y el silencio cómplice de partidos que callan para no perder ni un voto.
Mientras tanto impera la denuncia falsa. Hoy como arma de desestabilización política-aparentemente- de un candidato. Y el país se paraliza para desplazar el debate de ideas por un dúo de niñas traviesas que buscando notoriedad para trascender son capaces de enchastres inauditos que hoy hasta ponen en duda hasta las denuncias originales contra el senador Penades.
¿Cómo creerle algo a esta gente? Seamos serios. Todo termina en un thriller “muy terraja” donde ningún actor de esta película es creíble.
Todo queda bajo manto de sospecha. Las niñas “traviesas”, los denunciados, la tele, el ex fiscal (nuestro cardenal Richelieu de la posmodernidad) y la duda de si participó o no algún político alimentando ambiciones o fue todo un crimen fallido de “mujer despechada”. ¿Hubo dinero para denunciar? ¿Y para retirar la denuncia? ¿es creíble que la denunciante que descabezó al principal senador del Partido Nacional hoy quiera favorecerlo organizando una denuncia sin pies ni cabeza para luego retirarla dos meses antes de una interna?
Orsi tiene razones para reclamar fair play y uno se solidariza con él. Pero en códigos políticos ¿es víctima o saca réditos de todo esto?
Pronto sabremos. O sabremos lo que quieran que sepamos.
En la Oclocracia manda siempre aquel que representa mejor a la turba que impuso valores sociales dominantes.