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Contraviento

Seguridad: ¿cómo llegamos hasta aquí, y cómo salimos?

14 junio, 2024

Roque García

En medio de una campaña electoral, los enfoques sobre el problema de la seguridad se centran en: «¿Quién hará qué?» Pero antes es necesario preguntarse «¿Por qué estamos en esta situación?»

La seguridad es el resultado de una vida guiada por valores morales elevados.  A nivel personal, esto es fácil de confirmar: si usted respeta las normas de tránsito y conduce a 45 km/h, su vida es más segura que si lo hace al doble de velocidad. Si hace negocios con personas honestas, lo peor que puede pasar es un problema con un cheque; pero si se relaciona con la mafia, su vida corre un mayor peligro. Individualmente, entendemos esto, pero a nivel colectivo parece que nos cuesta comprender las consecuencias de la inseguridad en una sociedad que descuida su deber moral. Las sociedades con menor criminalidad suelen estar más arraigadas a los valores que profesan. Por eso, hablar simplemente de medidas de seguridad sin abordar los valores subyacentes es infructuoso. Es triste decirlo, pero fácil de comprobar.
El lector podría preguntarse: «¿Cuáles son esos valores?» Básicamente, se resumen en dos: respetarse a sí mismo y respetar a los demás. Cuando alguien no se respeta a sí mismo, puede caer en adicciones, relaciones tóxicas y, en última instancia, en problemas de seguridad. Las drogas, cuanto más permitidas y promovidas como política pública, son un ejemplo de falta de auto-respeto. No es necesario extenderse en los daños que causan; el valor moral es lo que importa aquí.

Lo mismo ocurre cuando alguien no respeta a los demás, cuando considera que la propiedad o los derechos de otros pueden ser violados por una visión personal o política. Al quebrantar el respeto hacia los demás, esta persona pone en riesgo su seguridad. Cuanto más se aleja una persona de los valores, más arriesgada es su situación, y lo mismo sucede con las sociedades.
Los deberes de una persona están todos relacionados con el respeto a sí mismo y a los demás. Sin embargo, a nivel colectivo falta un deber, uno incómodo: el de castigar a quienes no cumplen con estos deberes. Los adultos tienen la obligación adicional de imponer castigos, porque hacerlo es una obligación moral. Y la sociedad uruguaya parece haber perdido esta batalla contra la seguridad; ya no lo considera un deber o, mejor dicho, no quiere cumplirlo.
La diferencia entre las necesidades éticas y morales de un niño y de un adulto es que el niño se porta bien y eso es todo, pero el adulto tiene una responsabilidad extra: debe contribuir a castigar a quienes se portan mal. La conducta moral apropiada en sociedad es comportarse bien y ayudar a castigar a quienes no lo hacen, porque el castigo es parte de los valores morales compartidos.
Para terminar, exploremos el valor moral del castigo según John Rawls, quien dice que se apoya en dos pilares: lo utilitario y lo retributivo. El primero es evidente: mientras un criminal está en prisión, no puede delinquir (aunque en Uruguay no siempre sea así). Esto es lo utilitario.
La parte moral es el segundo pilar, la retributiva. Si el individuo causó dolor, debe pagar por el dolor que causó. Esto va más allá de lo utilitario; incluso si no sirviera para nada, la parte retributiva es la parte moral del castigo, y es algo que en Uruguay hemos olvidado por completo. Un sentido elemental de justicia dicta que si alguien mató a un niño de 8 años por dinero, el dolor que causó es tan grande, su motivo tan mezquino, que el autor debe expiar su culpa con una condena severa. Esto es justicia retributiva, que es moral en sí misma y no utilitaria en absoluto.

En Uruguay, hemos perdido el sentido de proporcionalidad en la justicia retributiva. Un joven de 17 años y meses, a punto de cumplir 18, mató a su novia, la enterró con una pala y no pasará ni 10 años en prisión, ¡y nunca en una cárcel, porque al tener menos de 18 años, NOSOTROS LOS URUGUAYOS lo consideramos incapaz de entender lo que hacía! La familia de la víctima, dentro de una década, no habrá olvidado el dolor, ¿y él ya habrá expiado su culpa? ¿Es esto lógico, moral o ético?

¿Por qué vivimos en una sociedad así? Esta situación no es culpa de nadie más que de nosotros mismos, que hemos renunciado voluntariamente a mantener los estándares morales que teníamos hace solo dos o tres generaciones. Hemos renunciado a vivir una vida de acuerdo con nuestros valores morales, y la inseguridad solo se resolverá cuando los uruguayos asuman una postura adulta, comprendan que quien hace el mal debe pagarlo, y que el valor más importante de la pena, desde el punto de vista ético, es que el individuo pague con pena el dolor que fue capaz de causar.
Es triste, pero necesario y, sobre todo, justo.