
Juan Manuel Patiño
Gracias a la formidable película de James Cameron, todos conocemos la historia del RMS Titanic, un transatlántico británico que en 1912 naufragó en las aguas del océano Atlántico, lo que resultó en la pérdida de más de un millar de vidas. Fue una de las mayores tragedias navales, en tiempos de paz, de la historia moderna. Si bien la mayoría de la tripulación y los pasajeros murió, una parte no menor sobrevivió al accidente, en su mayoría mujeres y niños. Esto último, sin duda se vincula con esa máxima de “mujeres y niños primero”, que proviene del ideal victoriano y caballeresco del siglo XIX. Es un concepto que nos parece destacable, ya que, podría decirse que la forma en la que una sociedad trata a sus miembros más vulnerables dice mucho del “ethos” de esa sociedad, de su calidad ética, en resumen, de sus valores.
Ahora, miremos las noticias, el debate público de estos días en el país, e imaginemos un Titanic uruguayo. ¿Cómo hubiera sido el proceso de evacuación?, una aproximación podría ser: jubilados, empleados públicos y sindicalistas primero, mujeres y niños pobres al final. Parece irónico, y en parte lo es. Ahora, lector, considere el siguiente dato: en el Uruguay, entre los niños menores de seis años, la incidencia de la pobreza es del 20.1%, mientras que, para los mayores de 65 años, dicha cifra se reduce al 2.2%. Con este telón de fondo, el movimiento sindical uruguayo y otras fuerzas de izquierda consiguieron las firmas para que, en unos meses, los uruguayos concurramos a un plebiscito a ratificar – en caso de que sea aprobado – nuestro desprecio por las generaciones futuras y los elementos más vulnerables de nuestra sociedad. Parece una afirmación muy dura, pero es importante dar la discusión en el plano moral, y no perder el tiempo con cálculos actuariales y cifras de déficit fiscal proyectado a 2050, que nadie entiende.
La cuestión es: ¿son estos los valores de la sociedad uruguaya?, ¿la insolidaridad, el robo liso y llano?
¿De qué va este plebiscito? Se propone bajar la edad de jubilación a 60 años, aunque vivamos más, y a contramano de lo que sucede en todos los países del mundo. Al mismo tiempo, propone vincular la jubilación al salario mínimo, y “elimina las AFAPs” o lo que es más preciso, para dejarnos de metáforas, le roba a usted lector, el ahorro acumulado en su fondo de pensión.
Los técnicos, ya hicieron los números y saben que el proyecto es inviable, involucra un creciente déficit en la seguridad social, retrotrae cambios muy necesarios que se habían implementado en la última reforma (que unificaba criterios, y reducía muchas de las asimetrías del sistema previsional uruguayo). Por otro lado, tampoco hay que olvidar que el proyecto supone un cambio de reglas de juego tan fenomenal que tiene potencial de desestabilizar a la economía nacional, poniendo en riesgo inversiones, empleos y demás, por lo que excede la mera cuestión de la sostenibilidad temporal e intertemporal de las finanzas públicas. De ahí que todos los técnicos, de todos los partidos, se opongan al proyecto.
Las razones de fondo
¿Entonces por qué vamos a votar por una iniciativa que es manifiestamente inviable, populista y demagógica? Por varias razones, la primera es que hay un deterioro de la institucionalidad democrática uruguaya. Que en la discusión pública se hable cada vez más de jueces, fiscales, etc. -algo que normalmente asociábamos con la Argentina-, es un síntoma claro de la “judicialización de la política”. Al margen de otros episodios bizarros que están marcando la pauta de la campaña electoral, ciertos sucesos en el seno del gobierno nacional han contribuido a este clima de época. Por otro lado, y esto también es problemático, parecería que una parte de la izquierda procesó muy mal su derrota electoral en 2019.
Da la impresión de que en el Uruguay se apuesta cada vez más a una democracia de colisión, donde el que gana trata de gobernar y el que pierde le torpedea la gestión (via referéndums, plebiscitos, etc.). Un país que deriva en una “democracia plebiscitaria”, corre riesgos de que su institucionalidad se erosione rápidamente. En este sentido, Max Weber hablaba de dos formas de democracia: la parlamentaria/representativa y la plebiscitaria. En la primera, la demanda social es canalizada por las vías institucionales propias de una democracia liberal, o sea, a través de los representantes del pueblo, legítimamente electos. En la segunda, la democracia plebiscitaria, la norma suelen ser los mecanismos de consulta directa a la ciudadanía. En esta segunda modalidad suele predominar un marco de alta emocionalidad (irracionalidad), y una gran simplificación -si o no, a favor o en contra- de problemas muy complejos, como es el caso de la seguridad social.
Pero, hay algo más, un problema más de fondo. Y esto tiene que ver con el hecho de que el Uruguay está por cerrar una década de muy bajo crecimiento económico (apenas por encima del 1% promedio anual en 2015-2024) y tiene una baja tasa de crecimiento potencial (2.8% según algunas estimaciones). El estancamiento es un formidable caldo de cultivo para el populismo y la demagogia. En ausencia de crecimiento, prolifera una mentalidad de suma cero, más propensa a “repartir la torta” que a “hacerla crecer”. En el caso del plebiscito de la seguridad social, imaginemos un cumpleaños donde son los padres quienes se comen la torta y no dejan nada los niños, es decir, las futuras generaciones
Esto debería llevar a preguntarnos ¿por qué no crecemos? La respuesta no es simple, pero podemos aventurar varias conjeturas. Si bien el Uruguay es un país cuya calidad institucional y seguridad jurídica lo ubican por encima de la media del continente latinoamericano, las condiciones de rentabilidad empresarial no son las mejores. El país tiene una tasa de inversión del 17% del PBI, cuando debería estar en niveles cercanos al 25%. A su vez, el país enfrenta numerosos problemas ligados a las rigideces del mercado laboral (sobre regulado, con sindicatos muy poderosos), mano de obra con altos salarios en relación a la productividad, tarifas públicas caras (energía, combustibles), que se suman a un peso del estado muy grande -cerca del 18% de la población empleada trabaja para el Estado- que requiere para su mantenimiento de una alta presión impositiva (presión fiscal equivalente del 31.5% del PBI, entre las más elevadas de América Latina).
Asimismo, es una economía con un bajo grado de apertura comercial, ligado a las restricciones que impone su condición de miembro del MERCOSUR, que atenta contra el dinamismo del sector transable (exportador). Un sector que además debe soportar la carga de muchas ineficiencias en el sector no transable de la economía, como salud, transporte, combustibles, etc.
Para volver a crecer
En la literatura económica, se usa el concepto de “trampa de ingresos medios” para describir esta situación. La pregunta relevante que surge es ¿Podemos salir de esta trampa? A corto plazo, la respuesta es no. Para volver a crecer precisamos que la política encare reformas micro y macroeconómicas, que tocan intereses creados y requieren de una calidad técnica y una madurez institucional que no tenemos. Son muchas las decisiones difíciles que hay que tomar, ¿Cómo explicarle a la sociedad que este estado de bienestar gigante e ineficiente es impagable y requiere de una presión impositiva que asfixia la iniciativa privada? Voracidad fiscal que incluso es insuficiente, dado nuestros abultados déficits fiscales y creciente deuda pública. ¿Cómo comunicar que nuestras empresas públicas son una mochila enorme con la que carga el sector productivo y que limitan su crecimiento? ¿Cómo le hacemos entender a la sociedad uruguaya que la estructura de regulaciones asfixiantes de la actividad privada y de las relaciones laborales no pueden sino producir una economía de bajísimo dinamismo?
Terminar con el estado hipertrofiado, con los Consejos de Salarios, con empresas estatales ineficientes -que son todas y cada una de las existentes-, con la manía regulatoria, abrir completamente el país al mundo, etc., implicaría dejar de jugar a este capitalismo prebendario de baja intensidad en el que estamos inmersos desde hace décadas y poner al Uruguay (ya no solo al sector transable, exportador, que hace tiempo ya que juega ese partido, sino a todo el país) en la senda del capitalismo moderno, competitivo, propio de un país que quiere ser realmente desarrollado. Sin embargo, la política claramente no parece estar dispuesta a abordar reformas estructurales, prefiere dedicarse a repartir rentas y prebendas.
En este punto, parece que nuestros políticos se dividen en dos clases, los que responden mayoritariamente a grupos de interés y presiones sectoriales -como los deudores hipotecarios, la caja bancaria, los laboratorios, etc- y los que directamente viven en Narnia, es decir , los que creen que el Estado tiene “bolsillos de payaso” y todo se resuelve subsidiando y aumentando el gasto publico.
Si quieren un símbolo del patetismo y el escaso sentido de realidad de la clase política piensen que unos días antes de que anunciara el cierre de la planta de la FNC en Minas (dejando a decenas de obreros sin empleo), el Senado de la República declaraba a esa ciudad “Capital Nacional del Alfajor”. Un tema estratégico, sin lugar a duda. Pensemos por ejemplo en la situación de la pesca, que recientemente ha tomado notoriedad, una industria entera quebrada por la impericia y la negligencia del Estado.
Es claro que hoy nuestro principal problema es la carencia de una dirigencia con una visión de país, con un poco más de grandeza, enfocada hacer del Uruguay un país de vanguardia, desarrollado. La administración pacífica y tranquila de un “paisito” decadente, que sólo crece cuando experimenta un boom de materias primas, o gracias a los desastres que protagonizan algunos de sus vecinos (normalmente Argentina) Eso no puede continuar. Porque después de una década de estancamiento, si no se le ofrece una solución, la sociedad va a demandar masivamente populismo, y la decadencia no hará sino agudizarse.
Lo cierto es que, si el plebiscito no triunfa en 2024, con 5 años más de mediocridad, no hay dudas de que, en 2029, la irracionalidad y el populismo prevalecerán. El iceberg está a la vista, estamos a tiempo de esquivarlo y llegar a buen puerto. Pero no tenemos más tiempo que perder. De los uruguayos, de su coraje para hacer los cambios necesarios, depende….