No hay libertad sin derecho de propiedad
El hecho ocurrió en Argentina durante la reciente disputa de la Copa América. Un sitio denominado como el título de esta nota publicitó que accediendo a sus servers se podían ver gratuitamente los partidos sin necesitar abonarse a un canal pago que brindase ese servicio.
Como suele ocurrir con este tipo de piratería, rápidamente muchos interesados entraron al sitio y comenzaron a ver alegremente la trasmisión “gratuita”. También como suele ocurrir en estos casos, el creativo entrepreneur de cabotaje fue detenido y acusado del robo de los derechos respectivos, para ser luego liberado por la bondadosa justicia argentina.
Al unísono, los predicadores del anticapitalismo y del antimérito salieron a protestar por lo que consideraban un atropello, ya que, como todo el mundo sabe, ver el fútbol sin pagar es un derecho divino que está por encima aún de los derechos humanos, su santo nombre.
El principio socialista de negar el derecho de propiedad
El tema, menor en sí, sirve sin embargo para proyectar las consideraciones que merece sobre el mismísimo principio socialista de negar el derecho de propiedad o limitarla autoritariamente en nombre del supuesto bien superior. Peor aún, el doble estándar que se aplica siempre en todos los casos similares, pequeños o importantes.
En el caso particular se suele argumentar que “no se puede privar a la gente de ver fútbol”, como si se pudiese entrar a un estadio, a un teatro o al cine sin pagar entrada. No muy distinto a lo que creyeron los simpatizantes que, sorprendidos por una final en la que estaba su equipo, se lanzaron en masa desde su país para ver la final de la copa sin tener entrada y que luego arruinaron la fiesta deportiva creando un tumulto insoportable y un perjuicio a los legítimos compradores de tickets en “defensa de sus derechos” seguramente.
Desde hace mucho tiempo que los derechos intelectuales, actorales o interpretativos son eludidos en nombre de quién sabe qué privilegio, y no solamente por las masas futboleras, sino por muchos que lucran con esa conveniente ignorancia. El maestro oriental Francisco Canaro, allá por 1930, fue fundador del círculo de compositores y autores que en 1936 se transformó en SADAIC, (a la que donó su primera sede en Buenos Aires) que defendió con encomiable firmeza los derechos de los autores rioplatenses de obras musicales, en especial el tango, cuyas letras eran copiadas desaprensivamente por los civilizados europeos, para poner un solo ejemplo.
Los bienes intangibles siempre fueron pirateados
Desde siempre los derechos de propiedad sobre los bienes intangibles fueron eludidos, despreciados, robados, discutidos considerados un objeto menor de derecho. Robar una motocicleta o un celular son considerados más delitos que plagiar una canción o un texto, piratear un libro o un soft, o emitir sin pagar derechos un partido de fútbol. Todo ello, en un mundo donde esos bienes intangibles conforman cada vez una parte más importante de la economía.
En el caso concreto del fútbol, piénsese cuánta gente vive de los ingresos que perciben vía entradas, contratos de trasmisión, publicidad, merchandising y conexos, algunos protagonistas a gran nivel, muchísimos otros a niveles modestos, pero todos siempre configurando un modo legítimo de vida que se lesiona con el robo o la elusión de esos derechos. Lo mismo vale para cualquier espectáculo, emisión radial o programa de TV.
Internet hizo creer en sus primeros años que el solo hecho de que muchos de esos bienes, por ejemplo las películas, fueran “colgados” de la red por cualquiera, daba derecho a disfrutar de ese contenido gratuitamente, equivalente a creer que si alguien robaba un reel de un film estaba autorizado a exhibirlo en el almacén de la esquina sin costo alguno e impunemente, y hasta a cobrar por esa proyección.
La realidad vista con un solo ojo
También hay una desconexión cómoda, conveniente e hipócrita en ese concepto. Otra vez, tómese solamente el ejemplo del fútbol. Detrás del enorme negocio tan criticado por los Robin Hood del deporte, hay cientos de miles de futbolistas de todas las edades, divisiones, categorías, países, ciudades y pueblos que han hecho del balompié su modo de vida. Entrenadores, auxiliares, cancheros, personal administrativo, médicos, kinesiólogos, periodistas, personal de limpieza, seguridad, mantenimiento y muchos más rubros.
La crítica de Bielsa a la Conmebol tiene mucho de cierto, seguramente. Y hay excesos importantes, seguramente. Como en toda actividad económica. Pero eso no anula los enormes beneficios que el fútbol rentado ha generado a una gran cantidad de individuos, y no se trata de quienes estén beneficiados con sus altos cargos, sino a los cientos de miles de personas que participan de la actividad.
En Argentina se está discutiendo, a instancias del presidente Milei, la posibilidad de que los clubes tengan la facultad de organizarse como sociedades anónimas comerciales. Rápidamente han surgido las críticas aduciendo que una organización comercial daña una actividad aparentemente impoluta como es el fútbol.
«Sociedades Anónimas» informales y secretas
Se puede discutir y hasta sospechar de la propuesta presidencial, tanto en su oportunidad o en su orden de importancia como en la improcedencia de su cruzada que puede ser sospechada de defensa de algunos intereses. Pero al mismo tiempo, sería hipócrita, inocente o cómplice ignorar que hace rato que los directivos de los clubes funcionan en muchos casos como sociedades anónimas informales y secretas, comprando una participación en los futuros contratos y pases de los futbolistas a cambio de contribuir a su mantenimiento y gastos durante su período juvenil de prueba y desarrollo.
Y yendo a lo puramente deportivo, sería sospechosamente inocente omitir que esos dirigentes están tentados a hacer jugar a sus “pollos” para valorizarlos, aun cuando no sean los mejores. Eso ha contaminado a veces a la propia selección, ya que quienes sean convocados incrementan su valor de mercado. Algunos directores técnicos de gran valía han renunciado para no ser cómplices de ese procedimiento, que evidentemente no merece sanción alguna y que para defender sus interese atiza los resquemores de una Sociedad Anónima legal. No habrá que olvidar que el Maradona DT convocó a más de 300 jugadores a la selección para jugar solamente un partido o dos de suplentes, en el banco, muchas veces. Ese negocio, para llamarlo de alguna forma, no es un invento ni una exclusividad argentina.
Saliendo de lo particular, esto que pasa con el fútbol, las películas o series, los contenidos en Internet y otros medios, los libros, trabajos, artículos, ensayos, estudios, fórmulas y otros bienes que no vienen en una caja de cartón o embotellados y se venden con marcas en un supermercado, se generaliza en la supuesta ideología política del reparto, la redistribución, la colectivización del derecho de propiedad en todos sus aspectos. Y esto incluye al dinero, al ahorro, al capital y a la riqueza, para usar el nombre con que el neomarxismo sanciona y condena cualquier manifestación de éxito y trabajo que sea apoderable o confiscable. La gratuidad de todos esos rubros implica dejar en la calle a millones de personas en el mundo. ¿Será un objetivo? La gratuidad es el fin del empleo. La piratería es una forma prepotente y violenta de gratuidad.
La ley de patentes y el bienestar americano y mundial
Habrá que recordar que la Ley de Patentes americana, un instrumento tan resistido en muchos países, fue la que generó un siglo de bienestar, en Estados Unidos primero y luego en el mundo, el período de transformaciones y ascenso social más grande de la historia. Además, una espectacular lista de marcas de productos, métodos y sistemas de producción, llevan curiosamente el apellido de modestos trabajadores especializados que patentaron sus invenciones. Ni el auto, ni la electricidad, ni las cubiertas, ni los sistemas de teléfonos y comunicaciones, ni la producción de acero, ni los protocolos y principios de Internet y la propia Inteligencia Artificial, fueron inventos de millonarios, ni siquiera de grandes empresas, aunque luego se hayan tornado millonarios y grandes empresas gracias a sus inventos.
La creencia de que cualquiera se puede apoderar de la creación de alguien por algún privilegio divino que no está ni en la Biblia ni en el Evangelio ni en el temidísimo Corán, es simplemente apañar o justificar un robo. Después se podrá analizar el grado de importancia o los mecanismos.
Una sociedad sin derecho de propiedad incondicional no es una sociedad libre. Es apenas una organización tribal que siempre se autodestruye.