Los futuros cambios en el Congreso y la presidencia norteamericana deben ser seguidos con mucha atención porque son vitales para el país
La inusual anticipación con que se programó el debate entre los candidatos norteamericanos – aun antes de ser proclamados como tales por sus partidos – fue un movimiento deliberado de los kingmakers burros (por el avatar del partido demócrata, claro) que se las ingeniaron, con el apoyo de la siempre parcial CNN, para forzar un insólito debate entre precandidatos.
Esa martingala permitió algo que el partido de la corbata azul quería: obligar a Joe Biden a aceptar que no estaba en condiciones intelectuales no sólo de gobernar los próximos cuatro años, sino de competir contra Donald Trump. El debate fue una interna demócrata, de algún modo.
Esta aseveración no es un simple comentario desde la tribuna. (sic) Acaso más importante que la presidencia es la elección de los miembros del Congreso, que, pese al sistema distrital unipersonal americano, es por razones de soporte económico y sociopolíticas influida por el accionar y la prédica del candidato presidencial, como se ha visto otras veces en los resultados electorales de USA
Tras el patético nocaut técnico sufrido por el incumbent presidente su partido se da el lujo ahora de cambiar de púgil frente a un rival que le pasó por encima, con lo cual, para seguir con la metáfora boxística, Trump se encuentra, tras haber sopapeado al rival original, con que a mitad del combate sube al ring un nuevo boxeador. Como si Rocky Balboa tuviera que enfrentarse seis rounds a un contrincante y éste fuera a esa altura reemplazado por otro fresco hasta el final del match.
El resultado de esta elección no es indiferente para Uruguay
Pasando por alto esta anécdota, o artimaña, como se le quiera llamar, el resultado de esta elección no debe ser indiferente para Uruguay y en consecuencia para quien sea gobierno en un período casi paralelo al de Estados Unidos.
Está claro que ni Biden, ni Trump, ni el relevo de Biden son aperturistas. Al contrario. Siguen una línea proteccionista a ultranza que los precede y los rige, que tiene que ver con el hecho central de que la otrora gran potencia ha dejado de serlo en términos económicos y ha sido desplazada de su hegemonía histórica, inclusive en muchos planos de la mismísima tecnología. También su sociedad lo padece. Ha dejado de competir mundial y domésticamente. Quiere ser protegida. La sociedad americana ya no es una sociedad valiente. Tiene miedo. Miedo de su sexo, de su ética, de luchar, de competir, de gozar, de vivir, de dar examen, de reprobar.
En términos económicos, al extremo que tiene miedo de los sistemas 5G de comunicaciones, que han quedado lejos a la zaga de los chinos. O de la IA, que teóricamente arrasará con el empleo siempre que a Microsoft no se le caiga el sistema como al contador del barrio.
También teme a las consecuencias de su otra herramienta de poder económico, las guerras, a un ataque nuclear, y se conmueve ante la posibilidad de que un ínfimo porcentaje de sus tropas regrese en un ataúd envuelto en la bandera. En tales condiciones, adopta la posición del miedo, también en lo económico, que es protegerse, defenderse, cubrirse. Una posición fetal colectiva. No hace falta recordar lo que pasa mundialmente ante este tipo de proteccionismo.
Bush: «Ya no seremos el gendarme del mundo»
Ya George W. Bush había declarado solemnemente seis meses antes del vergonzoso ataque a las torres que su país “ya no sería el gendarme del mundo”, una formal renuncia al liderazgo que su nación merecía y debía ejercer. Las torres fueron el sepelio de la grandeza americana. Y el nacimiento de una era de ineficacia, de una burocracia copada por el miedo, y de paso, por el enemigo.
Dos referencias: el triste papel de las agentes del FBI durante el atentado a Trump es otro símbolo de la defección americana ante el wokismo barato que ha invadido a esa nación, llena de cupos de inútiles, no por ser mujeres, como en este caso, sino por ser inútiles, nomás. ¿Dónde están las valientes mujeres policías y espías de las series? Seguro las hay. Pero no custodian a expresidentes. Curioso.
En otro orden, la destrucción del negocio de las universidades en manos de otra burocracia de temerosos cuidapuestos que no tienen el coraje para cumplir con su tarea, que ha pasado a un lugar intrascendente para ser reemplazada por la obsecuencia hacia falsos estudiantes que reclaman por su sensibilidad herida por las notas y otras estupideces. Y junto al fin del negocio también se rompe el paradigma de la educación como herramienta para el ascenso social, principio esencial de capitalismo. Habría que recordarles el discurso que en la ficción produce el personaje de Al Pacino en la universidad en “Perfume de mujer”, suponiendo que fueran capaces de tener alguna vergüenza.
El gobierno de Estados Unidos no va a hacer nada que le sirva a Uruguay. El proteccionismo americano no le va en zaga al europeo, aunque no sea igual. Basta leer cualquier tratado recientemente firmado por ese país para comprender que no se trata de libre comercio, sino de la subordinación a un sistema de protección a la economía estadounidense, que hace imposible competirle a las economías pequeñas.
La mayor discapacidad de Biden no es su edad
La mayor discapacidad de Biden no está en su edad, ni en sus alegadas limitaciones neuronales. Está en que es la figura usada como mascarón de proa para “capitanear” el resentimiento, el facilismo, el redistribucionismo y el anticapitalismo de sus inmigrantes de hoy, ya no limitados por los Elliot Ness de antaño, sino fogoneados por las Kamala Harris de ahora.
Trump es igual de proteccionista, tal vez aún más inocente en su papel de líder mundial, pero todavía cree en el mérito, el esfuerzo, el éxito personal y en la libertad de empresa. Con las mismas discapacidades éticas. Sólo que las de Trump se ejercieron en el mundo privado, y las de Biden en el estado.
Detrás de ambos, se juega el ascenso de los candidatos a diputados y senadores que accederán al Congreso, que definirán el futuro económico de Estados Unidos y global, en buena medida, con su política de endeudamiento, inflación, gastos, subsidios internos y externos, costos de la burocracia, leyes más proteccionistas aún que las actuales, barreras inimaginables, subsidios a entes supranacionales, más y más subsidios para que otros vayan a librar guerras que no quiere librar y que es muy probable se perderán. Detrás hay grandes negocios, por supuesto. A los que el Congreso americano no les hace asco.
Pese a todo, el partido Republicano sigue siendo capitalista
En ese aspecto, el partido Republicano es, pese a todo, el que todavía mantiene una línea más parecida a una economía libre, a un mundo capitalista, a la meritocracia, a la racionalidad. No es el mismo de antes, está claro, pero es mejor que la línea del partido Demócrata, en especial el sector que toma el poder tras la decapitación (perdón, tras el retiro) de Joe Biden.
También hay otra enorme diferencia. El partido Demócrata defiende y financia las burocracias internacionales que promueven la supranacionalidad, un modo de pasar por encima del estado-nación, de la soberanía, de la idiosincrasia y de la propia democracia de cada país, en definitiva la única democracia. Lo otro es una dictadura disimulada y odiada en silencio, como la UE. Un modo de anularla. ¿Eso tiene algo que ver con el sentir de la sociedad oriental prácticamente en su totalidad? Ese es el camino que han seguido y seguirán a paso redoblado los representantes demócratas en el poder.
En lo económico, las inversiones y radicaciones que necesita Uruguay para no tener que redistribuir la pobreza no provendrán del gobierno americano, sino del entorno global, y claramente del sector privado. Cuanto menos limitado, constreñido y regulado sea ese sector por EEUU, más propenso estará a invertir en donde le convenga.
La utopía demócrata de la lucha contra el cambio climático y los eclipses
Cuanto más lejos esté el que fuera gran país del norte de la utopía de la lucha contra el cambio climático o los eclipses solares, la felicidad repartida, la culpa hecha subsidio, y la religión de la agenda 2030, mejor será para Uruguay, si hace lo que se debe hacer para recibir inversiones privadas y tecnología, tema que ya se ha tocado hasta más allá del borde del aburrimiento en este espacio.
Se deberá también estar atentos porque de ganar el Partido Republicano, que está abiertamente en contra en su mayoría de esos desvaríos,habrá que salir corriendo de todas las adhesiones a prácticas, bonos, tratados y otros dibujos que serán ruinosos para quienes se subordinen a esa treta disfrazada de ayuda.
Las ideas que hoy defiende el partido Demócrata son como una sequía permanente para Uruguay. Hasta su explotación boscosa caerá inmolada bajo la advocación de la salvación de la raza humana, que como se sabe, está a cargo de los países de menores recursos, como corresponde a todo buen wokismo billgatesiano.
Todos los candidatos presidenciales de Estados Unidos son peores. Trump es sólo menos peor. La humanidad parece estar condenada a elegir entre los pésimos a ver quién es el menos malo. Acertar con el modo de navegar en ese mar proceloso es la tarea de los gobernantes y las instituciones locales. Suerte en pila.