La dictadura venezolana no sólo le hace trampa a su gente, también pone al país fuera del mundo
No puede negarse que las payasescas actitudes y argumentos del régimen venezolano traen reminiscencias de algunas creaciones de Alberto Olmedo en su Costa Pobre, o para sonar más internacional, recuerdan a Moon over Parador, la película de Richard Dreyfuss y Raúl Juliá que ridiculiza y paradigmatiza a todos los dictadores de la historia, que parecen actuar siempre bajo el mismo libreto, con las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos muertos, los mismos perseguidos, los mismos sufrimientos y el mismo final para el país, y para los tiranos, no olvidar.
Podría decirse algo similar de El gran dictador, donde Chaplin mostró la tragicomedia del nazismo, que también se puede aplicar a los opresores de todos los tiempos, hablen con pajaritos o no.
El fraude electoral, ofensivo a la inteligencia universal por lo grosero, pergeñado por Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez y Nicolás Maduro, con el apoyo o el mandato de las Fuerzas Armadas venezolanas, era ya evidente de antemano, cuando se prohibió el ingreso al país caribeño de los observadores internacionales invitados por el propio régimen, una confesión a priori casi infantil o tal vez fruto de la sensación de impunidad y omnipotencia.
En términos más académicos, podría recordarse por milésima vez la aseveración de Hayek, de que todo gobierno de planificación central de la economía culmina siempre en una dictadura, con prescindencia de su ideología o su tendencia.
Juicio penal a los vencedores, la respuesta de Maduro
Sería casi redundante referirse a los perseguidos, vilipendiados, insultados, apresados, atacados, golpeados y hasta asesinados por el régimen, que no es nada más que la continuidad de una violencia de todo orden que se disfrazó siempre de legal, como ocurrió ayer mismo, cuando el “gobierno bolivariano” (otro insulto gratuito al denominarse así) anunció su denuncia penal a Corina Machado y al presidente electo, que seguramente serán condenados de no mediar antes la inexorable caída de la dictadura.
Pero esta columna se refiere a la lucha poco difundida que está llevando adelante Argentina para defender a los seis asilados opositores importantes al régimen que aún están en su embajada, ya abandonada por su expulsado cuerpo diplomático, cuyo traslado a otra sede o a otro país es sistemáticamente denegado por el gobierno venezolano, contra todas las normas y todos los acuerdos y convenciones que lo obligan a conceder el salvoconducto.
Está claro que abandonarlos a su suerte es entregarlos atados de pies y manos a la venganza y sanción del chavismo, que se ha amamantado y perfeccionado en el mecanismo de sanciones de los sistemas cubano, ruso y chino, que por supuesto insisten en proclamar su condición de democráticos y representantes del pueblo como si fuera cierto.
No enfurecer al tirano. para que no se ensañe con los asilados
Como haciendo honor a esa frase de Martín Fierro, que al decir de Borges gritó el Sargento Cruz “aquella noche en que entró en la historia”: “Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí a un valiente” la diplomacia argentina defiende el derecho de asilo de ese grupo que ha buscado su protección. Derecho humano primordial, y base de todo el sistema de convivencia universal.
Para hacerlo el gobierno argentino se ha tragado ya varios sapos. Ha debido morigerar su clarísima definición como dictadura del gobierno de Maduro & amigos, ciertamente la más contundente que se haya expresado.
También ha debido atemperar su definición fulmínea de elecciones fraudulentas que le valió el insulto patotero y tribunero de Maduro y sus jefes. Esto le creó varios retrocesos y contradicciones dentro de su propia esfera, esta vez con razón. Un contundente tuit de la canciller Mondino (por alguna oculta razón hay hoy una suerte de diplomacia por “X”) fue inmediatamente seguido por una comunicación anodina de la Cancillería, evidentemente más profesional, donde se dice que se insta a la presentación de las actas. Una salida anodina para no ensañar al neochavismo contra los refugiados.
Dorando la píldora a Lula
igualmente debió darse marcha atrás o al menos suspender las hostilidades en la tenida con Lula da Silva por este y otros temas. Brasil, luego de angustiantes tratativas, aceptó y logró que Venezuela aceptase, convertirse en una especie de sereno-custodio de la embajada argentina en Caracas, lo que ahora se ha logrado extender al asilo de los opositores, virtuales rehenes de Maduro que no los deja huir, al punto de haber rechazado la propuesta de su amigo Lula de mandar un avión de su Fuerza Aérea a evacuarlos. (Venezuela no tiene vuelos comerciales racionales)
El tema aún no se ha resuelto, como todo el resto de la trampa electoral. Al contrario, el chavismo ha reaccionado como sabe hacerlo, con amenazas, juicios amañados, declaraciones insultantes y descalificadoras sin prueba alguna, sólo posibles por el respaldo del militarismo que actúa como tal, creando reglas después de los hechos y declamando que obra en nombre del pueblo venezolano, que según los regentes los han elegido nuevamente por más del cincuenta y uno por ciento (y creciendo día a dia)
Al fraude electoral se suma en este caso el desprecio por los tratados, que el comunismo castrochavista exige que se respeten cuando le conviene, pero ignora cuando le impiden sus arbitrariedades. El derecho de asilo está garantizado desde la misma creación de las Naciones Unidas hasta los acuerdos regionales, en la OEA, por ejemplo, y rigen por encima de las constituciones locales. (Cuando le conviene al castrochavicomunismo, claro)
¿Y los tratados internacionales? No rigen para Venezuela
Venezuela es firmante del acuerdo sobre asilo diplomático de la Convención de Caracas, paradojalmente, celebrado en 1954. Este hecho no tiene nada que ver con el resultado del escrutinio, sino que es consecuencia de la persecución previa durante la campaña. Con lo que ya no se trata de un “asunto interno de los venezolanos” como sostienen los partidarios regionales de Maduro y lo que queda de Biden.
Se trata de la violación de un tratado entre naciones, que es burlado con el total silencio de la ONU y la OEA, cuya principal misión, según sus cartas fundacionales, es garantizar el respeto entre naciones y el cumplimiento de las reglas y acuerdos internacionales. La necesidad de venganza y de dar un escarmiento ejemplificador a sus opositores, ciega siempre a los dictadores, sean de película o del mundo real. Pero este hecho pone a Venezuela fuera del mundo, mas de lo que lo hace el mismísimo fraude.
Venezuela ha sostenido que no se trata de asilados políticos, sino de delincuentes que huyen de la justicia. Además de que no hay ninguna constancia de ese hecho anterior al pedido de asilo, la Convención de Montevideo de 1933 sostiene en su artículo segundo: “La calificación de la delincuencia política corresponde al Estado que presta el asilo”.
Si bien esa convención no fue refrendada por Venezuela, la convención posterior aún vigente de 1954 en Caracas, refrendada por el país anfitrión, dice exactamente lo mismo.
Los venezolanos están sometidos a una dictadura sin vergüenza, sin pruritos, sin escrúpulos y sin piedad. Las Fuerzas armadas sometiendo al pueblo. Ni Bolívar ni San Martín, ni Artigas, hubieran convalidado semejante barbaridad. Todo con la anuencia de los organismos que supuestamente deben velar por la institucionalidad, el derecho y la convivencia y en nombre de la democracia, como acostumbra el neomarxismo. Afortunadamente varios países, entre ellos preeminente y claramente Argentina como también Uruguay, (salvo el frenteamplismo que espera las actas redentoras de un proceso que ve como totalmente regular) se alzan y se juegan en defensa de esos valores.