Tras el intercambio de exposiciones –escritas, guionadas y leídas las más de las veces– que es lo que fue el no-debate, se impone igualmente intentar algunas reflexiones, con la intención de arribar a unas conclusiones sobre lo que nos dejó tal instancia. Al respecto:
* Difícilmente pueda obtenerse, tanto de un lado como del otro, un análisis enteramente objetivo, habida cuenta el 95% del electorado ya eligió el pasado 28 de octubre entre la Coalición Republicana y la Coalición Frente Amplio, otorgándole a aquélla una sólida ventaja de 90 mil votos;
Una primera aproximación
Aunque la comparecencia de los candidatos y el propósito de sus campañas haya sido el de llegar a los «supuestos» indecisos, muy probablemente la enorme mayoría de quienes siguieron el debate son votantes ya convencidos -a lo sumo, algunos buscando ratificarse en su decisión, en lo que suele llamarse sesgo de confirmación– por lo que, salvo errores demasiado evidentes, no parecería que pudiera tener mayor incidencia;
Desde la propia concepción y mecánica de la instancia, que claramente no responde ni a la letra ni al espíritu de la ley que lo hace obligatorio, tanto desde uno como del otro bando, pareció claro el propósito de arriesgar el mínimo y, en todo caso, apostar al empate;
Salvo algunas sutilezas propias de los analistas del lenguaje corporal y de imagen, también en este aspecto, la apuesta pareció jugar al menor riesgo;
Tras una tan insistente como insidiosa campaña del bando opositor, básicamente en las RRSS, tratando de instalar el discurso del “son más o menos lo mismo, no hay diferencias importantes” con la aviesa intención de aceitar la posible fuga de votantes coalicionistas de primera ronda, disconformes con que alguno de sus candidatos no estuviera en el menú, al fin procuraron no diferenciarse demasiado;
Acerca de los desempeños
Para valorar los desempeños, es imprescindible tener presente previamente las características, personales y políticas de cada candidato, así como las condicionantes políticas que pudieran limitar su postura y discurso.
Está claro que, en ese sentido el candidato Delgado llegaba mejor posicionado, ya que la totalidad de los partidos integrantes de la Coalición Republicana cerraron filas rápidamente tras su candidatura, más allá de algún ruido vinculado con la integración de la fórmula, y a ello se le agregó la rápida firma y difusión de un Compromiso de Gobierno ampliamente consensuado.
En cambio, el candidato Orsi llegaba notoriamente distanciado con su Vice -y los sectores a los que esta representa, o representaba- y con no menos notorias disonancias en la campaña que primero lo sacó a la cancha, luego lo mandó a guardar en un cuasi secuestro discursivo, y tras señales no precisamente alentadoras, optaron por abrirle las puertas del armario. Condicionado, eso sí, a circunscribirse al discurso y guion previamente armado.
Por si fuera poco, tras sentarlo en una silla sin respaldo, su apuesta a la credibilidad -el economista Oddone pone primera, y al rato marcha atrás, mientras recibe fuego amigo a diario y los desplantes y contradicciones del propio candidato- y, encima, el Gurú de la errática salú y sus desplantes: el último prendiéndole fuego en un mismo párrafo, casi un récord, a “esta señora”, la vice -que él no nombró y yo tampoco-, a la Senadora jerarquizadora calificada de repuesto y para cerrar al terrible desastre de la vice de Martínez. Se diría que, con tantos amigos, el candidato Orsi no necesita enemigo alguno.
Qué necesitaban y qué buscaban
Tal vez sea éste el aspecto más importante en este tipo de instancia: el qué necesitaban y por tanto qué buscaba cada uno.
Por el lado del candidato Delgado, la de transmitir una imagen de gobernante, experimentado en todos los ámbitos de la Administración, desde el Ministerio de Trabajo, la Cámara Baja, el Senado y la Secretaría de Presidencia, como el más cercano colaborador de una presidente que culmina mandato con un guarismo de aprobación del 50%, inusitadamente alto. El desafío para Delgado, en este aspecto, era el de mostrar que está a la altura de su mentor y es el indicado para continuar su obra.
Por otro lado, el de diferenciarse de su desafiante, Orsi, precisamente basado en su experiencia en la política en su mayor nivel, el del gobierno nacional.
A la interna, mostrarse como el candidato de todos, tanto (o tanto menos) del Partido Nacional, como del Colorado -crecido a partir de su votación- pero también del Partido Independiente -con marcado perfil coalicionista y de gobierno-, de Cabildo -que, en sí, es un capítulo aparte dado su baja votación y la complicada interna que enfrenta- así como la incorporación del Dr. Lust.
Por parte del candidato Orsi, la de revertir la imagen de candidato errático, sin discurso propio ni definiciones certeras y, al igual que Delgado, la de mostrarse como el candidato de toda la izquierda, incluso aquella que, personificada en el presidente del PIT-CNT Abdala, la misma noche de la derrota del Plebiscito -que Orsi ni apoyó ni enfrentó, sino todo lo contrario- le marcó la cancha y le condicionó en la aceptación a medias del resultado, poniéndole fecha de muerte a las AFAPs.
Por si fuera poco, debía mostrarse como líder -sin dudas ni condicionamientos- y a la vez como un gobernante capaz de saltar del plano departamental (la Liga “B” como lo graficó Adolfo Fito Garcé) para jugar en la cancha grande, la “A”.
# CONCLUSIÓN:
Pasado el debate, en la mesa de análisis constituida en Contraviento TV, moderada por Graziano Pascale y con la participación del Ec. Dardo Gasparré, del Dr. Juan Ramón Rodríguez Puppo y del periodista Alfredo Bruno, este columnista apeló a la metáfora de una pelea de boxeo en donde está en juego el título de Campeón.
Por tanto, hay un defensor (Delgado) y un retador (Orsi) que llegan al último round con una ventaja en la tarjetas a favor del campeón -los 90 mil votos de ventaja en primera vuelta- y con un retador obligado a revertir ese resultado, idealmente con un nocaut que, notoriamente se no se produjo.
Así las cosas, su única posibilidad era un consistente desempeño durante todo ese round, arrinconando al campeón contra las cuerdas, teniéndolo al borde de la caída, como para convencer a los jueces -el electorado que decide el próximo domingo con su particular tarjeta- que todo lo pasado perdía valor frente a esa formidable arremetida final.
¿Hubo tal arremetida?
Delgado necesitaba NO PERDER, por lo menos no de manera evidente.
Orsi, en cambio, PRECISABA GANAR, a ser posible sin discusión.
Creo que la conclusión es una sola, pero se la dejo al amable lector.