
Argumentar que el color de piel otorga méritos no es inocente. Integra un conjunto de cuestiones inexistentes, o saldadas desde hace mucho tiempo, que resultan funcionales al momento de intentar dividir o fragmentar a la sociedad.
El racismo por oposición; situación de quienes destacan su color de piel como mérito indiscutible, es una de esas cuestiones. Integra, junto a otras manifestaciones, las estrategias de fragmentación que apuntan a transformar a la sociedad en un conjunto de minorías enfrentadas. Grupos que se asumen como víctimas de la sociedad, pero que al mismo tiempo aspiran a transformarse en victimarios.
Tal es el caso del mediatizado «Black Lives Matter» (Las vidas de los negros importan). Un hecho policial muy puntual y determinado que, convenientemente impulsado, transformó a una minoría en victimarios. Hasta que el paso del tiempo, y la acción de la Justicia, diluyeron su impetuosa irrupción. No es el único ejemplo. Citemos al Me Too, el Yo Sí Te Creo, e incluso al ya mítico Stay Woke. Todas minorías asumiendo un rol de supuestas víctimas aspirando a convertirse a la brevedad en victimarios.
«Y vos, ¿de qué lado estás?»
Lo particular que une estos casos, es que cuentan con la simpatía del autoritarismo de izquierda y la complacencia de la socialdemocracia a nivel mundial. No es un detalle menor. Ambos necesitan sociedades fragmentadas y anómicas para desarrollarse.
En tal sentido, el Dr. Alberto Binder, profesor en Derecho Procesal Penal, señala que: «La fragmentación de la sociedad, como estrategia de poder, busca construir o fabricar grupos sociales aislados, “minorías”, y busca generar prácticas de “guerra” entre esas minorías, logrando un control social horizontal, que involucra a esos mismos grupos sociales en una relación víctima-victimario, dual y cambiante.»
Cuando estos grupos minoritarios, aunque ruidosos y totalitarios en esencia, son cuestionados por su accionar o ideas, activan mecanismos de cancelación social. Su objetivo es la inmediata anulación de la persona o entidad que se oponga a sus intenciones. A veces, también, promueven la expulsión de su lugar de trabajo o residencia. De alguna manera puede considerarse a estas prácticas como un avance humanitario. En el medievo, tales grupos, solían condenar a la hoguera a personas acusadas por motivos similares.
El feminismo se ha mostrado particularmente activo en este tipo de prácticas totalitarias. Del antiguo y amplio concepto feminista, ya nada queda. Han derivado paulatinamente a grupúsculos radicalizados, refractarios a todo aquello que represente valores sociales como familia, maternidad o incluso el simple decoro e higiene personal. Enconos similares encarnan las minorías que enarbolan sus preferencias sexuales como bandera de supremacía. Sin olvidar al ambientalismo extremo o las actitudes extemporáneas del veganismo militante. En realidad no exigen respeto, exigen obediencia.
Anticuerpos sociales
Estos segmentos de la sociedad, en general creados de manera artificial a partir de situaciones menores, son en extremo elitista. Consideran que ostentar determinados atributos físicos, grupales o exteriorizar puntuales inclinaciones sexuales les habilita, sin más, para ocupar cargos públicos. Es así que suelen reclamar supuestos derechos perdidos o conculcados.
Reclamos que se satisfacen mediante aportes económicos, ventajas personales o cupos laborales en el Estado segmentados por color de piel, orientación sexual o talle. La particularidad es que tales reivindicaciones se complacen con un sillón y escritorio, nunca con un lugar en la cosecha de naranjas, en destapar desagües pluviales o cavar zanjas. Raro.
Podemos concluir, entonces, en que la fragmentación de la sociedad es una singular estrategia de poder. Dividir a la sociedad en pequeñas minorías enfrentadas genera desorientación social, desconfianza y falta de cohesión social. Situación en la que será particularmente difícil generar respuestas vitales y efectivas a la degradación democrática.
Lo paradójico es que tal atomización en grupos les quita poder a los mismos. Los encierra en sus propios fines e impide que acuerden o pacten con los demás grupos. Son impugnadores del resto de la sociedad y al mismo tiempo tan manipulables. Una buena medida de respuesta es no prestarse a los burdos intentos de división social. Señalar lo perimido de sus propuestas carentes de toda inocencia, dejándoles en evidencia.