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Contraviento

El cisne Donald

10 abril, 2025

Trump es ahora el emblemático cisne negro que amenaza ser fatal para la economía mundial

 

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Sería pecar de simplista creer que el efecto de la imposición del presidente norteamericano de un paquete de recargos impositivos prácticamente universales, un proteccionismo alevoso y arcaico, se limitará a producir una montaña rusa en las bolsas del mundo entero, tradicionalmente oscilantes entre el temor y la temeridad instantáneos e histéricos.

.El mismo miércoles el índice Dow Jones pasó de caer 3 puntos a subir 10 puntos en poco más de diez minutos. Trump había decidido un momento antes intempestivamente suspender por noventa días la mayoría de los recargos que había aplicado a casi 100 países, agrupados en unas tablas escolares pegadas sobre cartón, en las que se cuidaba de no sancionar a Rusia, claro. («Parpadeó primero» -dice el Wall Street Journal)

En la semana había hecho humillante mofa de los países que se habían comunicado buscando algún tipo de negociación en una reunión de recaudación de fondos del partido Republicano. (NRCC) Las grandes empresas que planeaban iniciar juicio contra el presidente por el daño infligido no tenían el mismo humor.

Los mercados y muchos observadores, y aún el mismo ex anaranjado mandatario (su pelo lucía blanco en las últimas apariciones) insinúan, o esperan, que se trata de un bluf de póker para luego negociar. El propio histriónico presidente se ocupó de sembrar más incertidumbre al decir que “vería” si negocia o no. Como si creyera que se trata de una frase inteligente.

Los recargos de que se acusa a cada país son falsos

Antes de avanzar en el análisis, resulta imprescindible aclarar que las cifras de recargos de los diferentes países que usó para justificar la tariff retaliation no es correcta. En prácticamente todos los casos se están mostrando cifras 3 o 4 veces más altas que los recargos que verdaderamente aplican esos países. La cifra de esos seudo recargos surge de unos cálculos jamás explicados del Departamento de Comercio, a cargo de otro personaje también bastante ignorante tanto de las ventajas del libre comercio como de los efectos de esos recargos.

A estar por los mismos dichos de Trump, se trata de reducir el déficit comercial con esos países y se ha buscado una forma de transformar ese desbalance en un supuesto recargo teórico que justifique la revancha arancelaria. O sea que las premisas son falsas, para no usar eufemismos.

Tampoco se incluye en el cálculo de los déficits comerciales con cada país el resultado del intercambio de los servicios, desde regalías, consultorías, a exportaciones como Netflix, X, Amazon, Facebook, y cientos de otros, en cuyo caso los déficits se hubieran reducido a la mitad y en algunos casos serían superávits a favor de EEUU.

Eso significa que de los déficits que se usan como dramática explicación para la reacción trumpeana son sólo los de la industria. Como es sabido, ya desde su presidencia anterior, el mandamás estadounidense tiene una fijación con resucitar el sector obsoleto de la industria norteamericana, que hace mucho tiempo ha renunciado a competir.

El output industrial chino es el doble que el estadounidense

La industria china, como se sabe también, tiene un output que es casi el doble de la norteamericana. EEUU ha preferido acusar a China de todo tipo de tropelías y reducirla a un país de copycats, como era hace 50 años, prefiriendo negar el progreso tecnológico, educativo, creativo y de inversión de la potencia asiática, que también tiene una infraestructura varias veces mejor y más moderna.

Subyacentemente, detrás de esta suerte de sanción global, está el ataque a China, que puede ser considerada un enemigo por varias razones importantes, pero no justamente por las que alega ahora Trump. Estados Unidos está atrasado en muchos aspectos industriales con relación a China. Tampoco quiere competir, razón misma de los recargos.

También olvida y omite el presidente del mundo, (perdón, de EEUU) que cuando en 1992 Clinton impulsó la libertad de comercio vía la llamada globalización, expresó una verdad de a puño: “Estados Unidos no quiere dedicarse a las industrias que ya no son de avanzada, y quiere en cambio concentrarse en los servicios, donde está el futuro”. Clinton tenía razón. Trump prefiere retornar al pasado en una regresión que bordea lo mental y que de paso consigue votos.

Como se olvida que en el viaje de Nixon a China que fue fundamental en la lucha contra el entonces comunismo perverso y totalitario de Rusia (no bondadoso y democrático como el de la Rusia de hoy -dirá irónicamente usted, lector) EEUU negoció reglas comerciales que iban a permitir el crecimiento de la economía y el bienestar del pueblo chino, como antes había hecho, desde el plan Marshall en adelante, con sus derrotados en la WWII. De modo que no tiene derecho a comportarse hoy como si los recargos de los demás países hubieran sido aplicados mientras Estados Unidos dormía. Las concesiones comerciales fueron siempre un mecanismo de negociación de alianzas y adhesiones para ese país. Lo que hace Trump es simplemente incumplir esos acuerdos, pactados o tácitos. (Pagará precios estratégicos por esa traición)

La importación reduce el costo de vida

Otro punto que el grupo de comandos de Donald no toma en cuenta, es que ese comercio con el resto del mundo permitió a su población, como en todos los casos de apertura comercial de la historia, mantener un costo de vida razonable y gozar de todas las ventajas y progreso que implica la competencia, al igual que producir artículos competitivos.

La competencia, que ahora se quiere eliminar de un plumazo, es la esencia del sistema Capitalista y de toda la economía liberal, basada justamente en la defensa del bolsillo del consumidor y el contribuyente. Trump se vuelve entonces no sólo una combinación del proteccionismo de Franklin Roosevelt, que llevó a la miseria a una generación mundial completa, y del garrote de su primo político, Theodore, que usaba las mismas actitudes y recursos que el actual mandatario, sino de las líneas seudoeconómicas de Keynes, que llevó a la devaluación de la Libra y al posterior default británico en 1946 encubierto bajo el seudónimo de “la inconvertibilidad de la Libra”, con la complicidad americana de entonces. Se puede profundizar el punto en otras notas.

 Porque no cabe ninguna duda de que estas medidas, cualquiera fuera su razón o su objetivo, tienen consecuencias ineludibles. Por un lado, al proteger industrias ineficientes y sin vocación de competir e impedir que se sustituyan sus productos con bienes importados, el costo de vida subirá de modo relevante. No se trata exactamente de una inflación, que es un fenómeno monetario, pero el consumidor lo sufrirá en su bolsillo y el consumo total se verá afectado. El Mercosur es un buen campo de estudio al respecto.

No termina ahí. Al afectar los insumos de producción, en un mundo hasta ahora felizmente integrado, sus costos finales se elevarán, lo que redundará en una reducción de exportaciones, porque todo recargo de importación termina siendo un impuesto sobre la exportación. El vecino Argentina, que hace lo mismo vía el manoseo del tipo de cambio y de sus impuestos, sabe muy bien las consecuencias.

En cualquier supuesto el consumidor norteamericano pagará más caro

Por eso ya sea que se mantenga el recargo, se acuerde con los países reducir lo que exportan a EEUU o se acuerde que hagan una fábrica (algo verde y largo) el consumidor terminará pagando siempre más caro. En consecuencia, con el disfraz de que es un impuesto externo a los otros países, se está aplicando el impuesto más alto de las últimas 4 décadas al consumidor americano.

Paralelamente, o simultáneamente, parece existir una confusión en el análisis del arbitrario Trump sobre el déficit en la balanza comercial que le hace equipararlo con un déficit fiscal. No se parecen en nada. El déficit fiscal genera siempre una de tres consecuencias: más inflación, más deuda o más impuestos. Con todos los efectos negativos que cualquiera de las tres representa.

El déficit comercial baja los costos y los precios y obliga a la competencia y la creatividad y no se convierte directamente en déficit en la balanza de pagos, ni en deuda ni en impuestos. En el caso único de EEUU el déficit lo paga con sus dólares propios el consumidor que compra los productos, no el estado.  Además representa una decisión del consumidor o el fabricante, no un impuesto que no tiene contrapartida.

En el afán de eliminarlo o reducirlo, Trump recurre a la prohibición que es el recargo. Sostiene además que de ese modo hará que las industrias que están en el exterior se radiquen en Estados Unidos. No comprende que si no lo han hecho es porque los costos son mayores, porque la productividad es menor, o porque los impuestos son menores en el otro país. Pero como lo quiere hacer de prepotencia, empuja los costos para arriba. Eso afecta el costo de vida y también la exportación.

El estilo de negociación de Trump, aprendido en el negocio de la basura

Por otra parte, Trump parece creer que instalar una industria compleja como las que requieren alta tecnología es algo que se decide, se financia y se hace en 3 o 4 años. Estados Unidos no ha podido fabricar chips ni una tecnología 5g decente hasta ahora, por caso. Por algo tiene que recurrir al “apriete”para forzar ciertas decisiones . Aprendió a negociar en el negocio de la basura o del development, como bien sabía Franco Macri cuando hace algunas décadas lo paseó en su auto del que bajó “convencido” de que el negocio no era para él.

El recurso de sostener que se está construyendo un futuro para la próxima generación o por los siglos que vendrán no parece convincente. El proteccionismo y la intervención estatal que Argentina viene blandiendo hace 80 años en nombre de lo mismo parece demostrarlo, entre otros ejemplos, Uruguay también puede dar testimonio de algunos resultados. ¿O será que la norteamericana también es una industria “naciente” que requiere protección?

De todos modos, se está suponiendo que este gobierno durará por siempre. Con la misma displicencia con la que se crean hoy estos falsos escenarios se pueden desmontar mañana con una orden presidencial, o decreto, o cartón con recargos o mofas groseras en cualquier otro momento. La  necesidad de seguridad jurídica y confianza que tanto reclama el propio Estados Unidos también se le aplica. Habrá que ver el efecto en los inversores de estos impromptus.

El miércoles mismo Trump decía que suspendía la aplicación de los recargos porque al sistema financiero y fabril le había “entrado miedo”. Esa frase puede leerse de muchas formas. O de una sola. Lo de Wall Street fue una crítica contundente. Y un rechazo. Las empresas americanas saben lo que les costará esta boutarde. Saben los efectos.

¿Control de precios?

También el mandatario sostuvo en la semana que había “pedido” a las automotrices que no subieran el precio de los autos, otra arbitrariedad que creará un nuevo conflicto porque las fábricas no tendrán vocación de absorber los costos de los recargos, además de las demoras en las entregas y la reducción de producción que sufrirán. Pero la fatal arrogancia siempre lleva por el mismo camino y rinde los mismos resultados.

Paradojalmente, el sistema industrial americano está en desacuerdo con estas decisiones del presidente.

Más allá de la precaria recuperación de las bolsas, todo este proceso ha creado una ola de incertidumbre insoluble, tanto por la naturaleza del “decretazo”, como por la pérdida de confianza en los acuerdos con Estados Unidos, como por la vulnerabilidad del que era hasta ayer el centro mundial de negocios y finanzas, como por el temor a nuevos exabruptos.

No es sensato suponer que eso se restablecerá de un día para el otro. Ni es sensato suponer que habrá crecimiento ni mucho menos satisfacción en el consumidor y en el público en general cuando se comiencen a ver los resultados. Sin contar el impacto de las medidas que pueda tomar China contra empresas específicas de EEUU, a las que apuntan sus contrasanciones.

Por supuesto que Trump comenzó a amenazar a su rival con acciones bélicas en el Canal de Panamá, en un intento de transformar la guerra comercial en guerra sin aditamentos, un peligro que Donald es incapaz de enfrentar con sensatez, extraño en alguien que prometió terminar con las guerras en dos días.

Hay una amenaza mayor al proteccionismo

Sin embargo, este caos comercial y bursátil no es la amenaza más importante que enfrentan Estados Unidos y Occidente. Es la deuda estadounidense, que en este momento se estima en 36 billones (de doce ceros) de dólares, que representa más del 125% de su producto bruto, un total alarmante. Que este año aumentará en 1,8 billones y algo más en 2026. De ese total al menos entre 18 y 20 billones son letras o bonos del tesoro, las popular Treasury Bills y Treasury Bonds, de las que este año vencen 9 billones de dólares.

 Indirectamente, ese es el problema central de Trump, aunque no lo presente de ese modo. Por eso insiste en que su plan cierra si bajan las tasas de esas Treasuries. Idea sin relación a la que se prenden muchos críticos y analistas. Algunos incentivados, otros porque entienden parcialmente el problema, otros porque representan los deseos de Wall Street y sus fondos, que saben que las ganancias aumentan en un contexto de bajas tasas y “un poquito de inflación”.

Trump sabe que debe bajar el déficit fiscal, pero parece resultarle más fácil atacar al déficit comercial, que ya se ha dicho que no tiene el mismo efecto. Pero hace aparecer como terco a Jerome Powell, el presidente de la Reserva Federal, que sabe que bajar las tasas tiene efectos inflacionarios inmediatos.

Aquí hay que hacer otra pausa. Estados Unidos no tiene una tasa determinada por el mercado, sino por el sistema mixto de la Reserva Federal, la banca central creada en 1913. Originalmente era un banco central independiente cuyo único mandato era preservar el valor de la moneda.

En ella se apoyó Nixon cuando en 1971, con la misma arbitrariedad, irrespetuosidad e impunidad de Trump incumplió los acuerdos de Bretton Woods por los que su país se comprometía a tener una reserva de oro para cubrir los dólares que emitía, a razón de 35 dólares por onza. Sobre esos acuerdos se basó todo el sistema financiero internacional.

La traición de Nixon

El entonces presidente los repudió y simplemente se convalidó la figura de los bancos centrales independientes como una manera de lograr cierta estabilidad global. De paso, la FED quedó como el único garante del valor del dólar, al tener capacidad de contralor del sistema bancario, de la emisión y de la fijación de la tasa de las treasuries norteamericanas, que es una manera de neutralizar los excesos inflacionarios de liquidez.

En eso tiene un cierto parecido con las Lebacs, y/o Leliqs y/o pases argentinos, que se transforman en una trampa fatal cuando la emisión se va de las manos y la inflación obliga a pagar altas tasas para sustituir consumo por ahorro.

Estados Unidos ha multiplicado por 8 o 9 su base monetaria con emisiones desaforadas desde 2000 en adelante por diversas causas, condenando a la FED a tener ahora tasas que seriamente no pueden bajarse.

Pero la FED, que originalmente sólo tenía que cuidar el poder adquisitivo de la moneda, desde 1977/78 padece un cambio en su mandato y ahora tiene que privilegiar también la creación de empleo. Sabe que si aumenta la tasa pone límites al consumo y eso afecta la creación de trabajo. (También sabe que la tasa de interés es por comparación el medidor de calidad de los proyectos. Una tasa baja hace que se lleven adelante proyectos fallidos)

La Reserva aplica un criterio parecido al de la Curva de Philips en una interpretación forzada. La Curva, basada en cuestionadas estadísticas en su tiempo, sostiene que un aumento en el empleo produce inflación. Los economistas matematicistas, empezando por Keynes, interpretaron que la inversa era también cierto: un poco de inflación crea más empleo. Eso no está verificado, y lo que suele ocurrir es que un poco de inflación produce en el corto plazo algo más de empleo, pero eso es efímero.

La irresponsabilidad de bajar las tasas de interés

Pero como la FED usa esos parámetros analiza permanentemente esos factores y busca alguna clase de equilibrio entre ellos. Antes de estos recargos la Reserva pensaba bajar las tasas porque parecía que el empleo podía peligrar y la inflación estaba casi contenida. Pero ahora hay serias dudas sobre el efecto en el costo de vida de estas medidas, como se dijo un verdadero impuesto al consumo. Si bien no es técnicamente inflación el efecto sobre el consumidor es el mismo.

Por eso no quiere apresurarse a bajar tasas hasta que no se puedan analizar los efectos de estas medidas. Lo cual vaticina un fuerte enfrentamiento entre Trump y Powell con todo tipo de insultos y calificativos presidenciales, obviamente.

Todo esto lleva a pensar que bajar las tasas implicaría para EEUU pagar menos interés por la renovación de su deuda, que en caso contrario aumentaría todavía más su déficit fiscal y cuasi fiscal que es ya peligrosísimo. Lo que también lleva a pensar si el objetivo no confesado de este desaguisado no es que el dólar se devalúe, lo que solucionaría, al menos en apariencia y por un tiempo, el problema del costo de endeudamiento.

Si se tratase de cualquier otro país, la tasa de interés ya habría subido por pérdida de su alta calificación crediticia. Por eso la decisión de China de vender las  Treasuries, de las que es el segundo mayor tenedor individual, puede impulsar una corrida que haga subir  la tasa implícita de los bonos americanos. Ayudaría a la FED, que se enfrenta a la impopular decisión de mantener la tasa de las letras a un nivel alto si el mercado dice otra cosa.

El peligro final es que con la misma impunidad con que rompe los acuerdos y las prácticas, Trump tome decisiones rupturistas sobre la tasa o sobre el capital de la deuda, como una quita o prórroga o cualquier despropósito similar, con igual impunidad que  hasta ahora.

Transformando al rival económico en enemigo estratégico

Su tendencia a transformar un rival económico en enemigo estratégico o sus órdenes en decisión estratégica hace que no sea descartable alguna excusa bélica o similar que justifique decisiones heroicas sobre los compromisos financieros norteamericanos. Gran Bretaña defaulteó tras la guerra cuando era la segunda potencia mundial y nadie se dio cuenta.

Al cierre de esta nota, los futuros de Wall Street volvían a caer, alimentando las sospechas ligeras de grandes ganancias para los amigos que supuestamente conocían las medidas y su suspensión.

Y como telón de fondo no se puede dejar de considerar que, así como su industria dejó de competir, innovar y renovarse hace 40 años y su Congreso abandonó la seriedad fiscal, hace 25 que EEUU renunció a ser líder mundial durante el mandato de George W. Bush, cuando decidió que su país “no sería el gendarme del mundo”. Acaso ese mundo está pagando esa decisión hoy. No es tan simple anular el pasado, diría Borges. Al menos si se intenta respetar la libertad.