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Contraviento

El baile de la adscripta

29 marzo, 2023

Por Denise Aín

Suena el timbre en el patio de un liceo.

Una mujer de mediana edad, de estilo informal (la adscripta), comienza a apartarse del grupo de adolescentes con el que está, para “volver a funciones”.

Al grito de: “Hasta abajo, dale profe! Hasta abajo!” y repiqueteando con una varilla contra un banco de cemento, uno de los muchachos la invita a volver con ellos.

Otro la toma de la mano, invitándola a bailar juntos, mientras el resto del grupo (otros 5, 6, 7 adolescentes) se van acercando a la ronda que improvisan entre carcajadas y más gritos de aliento a la adscripta: “dale, diosaaa!”

El partenaire la deja continuar el baile sola. Impresiona contenta.

Las carcajadas aumentan. Se suma algún adolescente más al público, y la arenga continúa con pedidos a la bailarina: “la batidora, la batidora!!”

A lo lejos, desde la galería del liceo, algún otro alumno se gira para ver la escena.

 

El video de 28 segundos se hizo viral en redes, y el hecho ocupó espacios en los diarios más importantes del país.

 

Podría comenzar esta columna preguntándome, e invitándolos a preguntarse, por qué una escena cualquiera, de un día cualquiera, en un liceo cualquiera, toma tal dimensión.

De hecho, durante una semana prácticamente, el público en las redes se fue expresando a favor o en contra del baile de la adscripta, y enfrentando posiciones casi como en un Boca – River.

¿Está bien o está mal que la adscripta baile? ¿Es apropiado o inapropiado?

Esa fue en términos generales la discusión que se instaló.

 

A mi juicio, sin embargo, centrar el debate en cuán apropiado o inapropiado resulta que una adscripta baile frente o con los alumnos, no sólo resulta estéril, sino que torna pueril el planteo.

De hecho, un baile, en sí mimo, o que alguien baile, no es o no debiera ser, una conducta cuestionable per sé al menos en el mundo occidental.

 

Habrán ustedes notado, que al momento de relatar el video, utilizo distintos términos para referirme a una misma persona: mujeradscriptabailarina. Obviamente es las tres cosas juntas, pero la alternancia de los términos no sólo fue deliberada, sino que permite imprimir otra óptica al asunto, que no es la del Boca-River, sino el de la diferencia entre la persona, el trato y el rol de un adscripto.

 

Confundir el buen trato, la actitud amigable, empática o cercana de una persona, con lo que es su rol, inevitablemente resulta un problema, provoca una cierta tensión, que seguramente explique la viralización del video.

La protagonista impresiona contenta, se ríe.

¿Y los alumnos? Los alumnos no se ríen. Los alumnos carcajean de manera ininterrumpida.

¿Y por qué carcajean? ¿Son tan cómicos el baile, o la adscripta?

Lo que es cómico para los adolescentes, no es el baile ni la adscripta, sino la conjunción de “la adscripta bailarina”, a la que, arengada, hacen correr de su rol.

Por eso digo no se ríen, sino que se burlan (con o sin expresa intencionalidad).

En otras palabras, las arengas resultan un aro, por la que la adscripta entra. En el fondo, y posiblemente hasta sin saberlo, los alumnos no la invitan a bailar, sino a correrse de su rol.

 

Esta puja es la que los adolescentes (cualquier adolescente) necesita propiciar para diferenciarse, y para reafirmarse en su identidad. Todos sabemos que la adolescencia es un período de natural rebeldía (que se expresará de muy diversas maneras y con distinta intensidad), pero para rebelarse, hay que tener contra qué, o contra quién, y ese incómodo lugar lo ocupamos los padres, los profesores, los adscriptos, determinadas causas o ideales y/o quienes las representan.

Esa puja, esa rebeldía saludable/esperable es posible, en la medida en que hay otro que actúa de tope y que sostiene ese límite sin abandonar su lugar.

Seguramente ustedes, al igual que yo, hayan jugado en su infancia a “La Cinchada”, ese juego en el que un contrincante (o un grupo) “tirando de la cuerda” (valga la expresión) desde cada extremo, intentaba que el otro pasara el límite trazado al medio, en el piso.

En ese juego, lo riesgoso no era perder, porque de ganar o perder justamente se trataba. El riesgo, lo que nos daba miedo, era que la contraparte claudicara soltando la cuerda. En ese caso, no ganábamos. En el mejor de los escenarios, caíamos tumbados, desplomados en el piso con algún que otro golpe.

Volviendo al video, y a porqué entiendo desafortunada la situación, es porque en la medida de que la adscripta desatiende el timbre, el llamado del liceo, para quedarse unos segundos más en el recreo, no solo deja solos a los adolescentes. Lo paradójico, es que los deja solos creyendo estar acompañándolos.

Si lo pensamos en su veta más jocosa, esa que nos mueve a la risa (por lo ridículo) la imagen se me representa similar a la de dos personas que festejan un mismo chiste, pero riéndose de cosas distintas.

 

Desconozco quién es la adscripta, ni los adolescentes, ni de qué liceo se trata. De hecho, podemos ser cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra vida, porque el límite a veces es fino, y porque raramente esté marcado en el piso.