
Denise Aín
Basta con intentar llevar adelante cualquier tipo de gestión frente a organismos públicos en Uruguay, para entender por qué vivimos en un país extremadamente caro. Tener un Estado de dimensiones insólitas para sus menos de 3.5 millones de habitantes, y una burocracia descomunal (además de pasmosa) no es gratuito ni se paga solo.
Es en ese sentido que cualquier gobierno y cualquier ciudadano, por lógica debiera entender prioritario achicar el Estado, y hacer de la infernal estructura burocrática algo bastante más racional. La realidad, sin embargo, es porfiada.
Tan porfiada es, que no importa qué vientos soplen, este problema que existe desde tiempos remotos, jamás llega a resolverse. El gobierno saliente en los próximos días, deja en ese sentido una gran deuda a la luz de lo que fue una promesa de campaña, considerando que la “reducción”, no llegó a ser siquiera simbólica.
Botón de muestra y su costo
Como si se tratara de una realidad paralela, el miércoles pasado, trabajadores del B.P.S (botón de muestra de nuestra burocracia aún a pesar lo sus muchas reformas y procura de modernización) se movilizaron en tono de murga, para despedir lo que consideraron “la peor gestión de los últimos años”, y reclamando el ingreso de al menos 1.500 funcionarios más.
Inicié esta columna aludiendo a lo caro que significa tener un Estado tan grande y pasmoso. Sin embargo, lo caro en términos económicos, seguro que no es lo más más grave. Lo más grave, a mi juicio, son los costos de su
ineficiencia, esa que generalmente sólo se mide en cantidad de expedientes no resueltos.
Vuelvo al B.P.S (con su murga) para dar cuenta con un solo ejemplo, ínfimo, de cuál es el costo más tremendo de nuestra burocracia, con una
situación que remite a ese organismo.
Le voy a pedir a usted, lector, ayudarme o ayudarse a entenderlo con una suerte de ejercicio físico de un minuto, al alcance de cualquiera y para el que ni siquiera tendrá que abandonar su silla: en la posición en la que esté, sin mover las piernas, deje caer la cabeza hacia un lado, con todo su peso, como si los
músculos del cuello se le hubieran vencido. Permanezca así por 20 segundos.
(Notará entre otras cosas, que ya no puede seguir fijando la vista en la pantalla.
Ella apuntará a cualquier plano, a cualquier rincón, pero es parte del ejercicio).
Sin abandonar esa posición, culmine el ejercicio dejando caer tronco y brazos, en la misma línea de la que cuelgan su cabeza y su cuello. Permanezca así otros 40 segundos. Listo.
¿Cuánto tiempo más hubiera podido tolerar permanecer en esa posición? Un
minuto más? Cuatro? Quince? ¿Qué tiene que ver este ejercicio con el B.P.S, con la burocracia, y con los costos no económicos del Estado? La respuesta es“ todo”.
Emma, o las Emmas
Emma es adolescente, tiene Parálisis Cerebral, y está impedida de mover voluntariamente su cuerpo a excepción de algún músculo de la cara. Tiene importante rigidez, y no tiene control cefálico, por lo que su posición “natural” es
la misma que usted ejercitó durante un minuto. Ese minuto es su todo el tiempo de Emma, toda su vida, excepto cuando se la acuesta.
Entre las prestaciones que le corresponden por B.P.S. están las de una silla de ruedas (silla postural) que contemple justamente su condición y sus medidas, para poder mantener su cabeza y tronco lo más alineadas posibles, y a pesar de su profunda escoliosis, permitirle estar medianamente cómoda (si es que podemos hablar de “comodidad”).
Trabajo a diario con Emma y con otras personas con discapacidad severa, de quienes me hago eco aquí para amplificar su voz y la de sus familias, o para ser más precisa, para contrarrestar el silencio producto de su resignación, de su paciencia extrema, o del temor real o fantaseado a las consecuencias de
“levantar los techos” con un reclamo bastante más que válido.
Los chicos crecen, y/o sus necesidades varían, pero lo que permanece invariable es el tiempo promedio que usuarios como Emma esperan para acceder a ayudas técnicas (en este caso, una silla postural que le sea funcional).
Dos años (sí, leyó bien), dos años es lo que le insume a B.P.S, en colaboración con el Centro Nacional de Ayudas Técnicas (CENATT) la adaptación o refacción del equipamiento que haya disponible (o no), que fundamentalmente
Noruega y en menor proporción Alemania donan a Uruguay. En este caso, podría decirse que cuatro, porque la silla que en su momento se le adecuó, nunca resultó funcional. Mientras el tiempo pasa y su escoliosis empeora, vamos enmarcando su cuerpo con almohadones improvisados de un lado, de otro, intentando ajustes a su cabezal con un muy buen herrero (que es herrero, pero no ortopedista), y sosteniendo su cabeza “a mano”. Aclaro que lo
de sostener la cabeza a mano no es una metáfora. Es literal.
Uruguay, que no ni no!
Un dato anecdótico, pero que bien refleja el absurdo al que llega nuestra burocracia (esa en la que les va la vida a muchas Emmas), me lo refirió un amigo: un familiar suyo que gerencia grandes geriátricos en Europa, por norma
debía recambiar el equipamiento, aunque estaba en impecables condiciones.
Se trataba de cientos de camas, sillas de ruedas, bastones, andadores etc. Fue así que comenzó a hacer las gestiones para donarlo a Uruguay. Resultado: la donación no pudo hacerse. “No pudimos con la burocracia uruguaya, y se tuvo que tirar todo” relata su familiar uruguayo.
La murga debe cambiar el cuplé
Si en el 2020 el B.P.S tenía 3.732 funcionarios públicos más 317 no públicos, y en el 2023 contaba con 3.369 públicos más 490 no públicos, y la situación de las muchas Emmas no ha variado ahora, ni hace cinco años, ni hace diez, a las claras está que la murga debiera revisar su cuplé, para ir en busca de otra narrativa. Porque como dice otro amigo, “al Uruguay burocrático no lo resuelve el Uruguay burocrático”.