Sr. Director:
Los nostálgicos siempre afirman que todo tiempo pasado fue mejor. Ante carencia de un tiempómetro confiable y seguro, nosotros preferimos pensar que fueron simplemente distintos.
Corría mayo de 1970 y sin duda alguna eran otros tiempos. En este caso, agreguemos a «distintos» el concepto de «difíciles».
El presidente Pacheco Areco, en acuerdo con el Director de UTE, Ulises Pereira Reverbel, había decretado restricciones de energía eléctrica porque la única usina hidroeléctrica de Uruguay (la de Rincón del Bonete) tenía su embalse en altura crítica y la Central Batlle aún no había incorporado un quinto motor previsto varios años antes.
En Uruguay no se hablaba de tranvía montevideano hacia el Este, ni de tren ni de nada parecido, pero sí de la gran sequía en la cuenca del Río Negro, y de cortes de energía programados y restricciones para todo el país.
En aquellos tiempos distintos y difíciles, hubo un hecho que pasó casi desapercibido, a pesar de poder calificarse como: inédito, original, tragicómico, inverosímil, surrealista, y algún adjetivo más, incluso.
Lo habíamos descubierto hace mucho tiempo en revisiones de prensa; en su momento lo anotamos en la libreta de «no olvidar», libreta que se perdió en la frágil memoria pero que ahora los notorios hechos nos lo trajeron a la mente y al tapete.
¿Qué hizo Uruguay para solucionar el problema de la crisis hídrica en Rincón del Bonete?
Pues ¡contrató a un llovedor! Sí, tal cual lo lee. Pero no a cualquiera. El rainmaker de marras era famoso desde 1939 al menos, año en que siendo un ingeniero geofísico de casi medio siglo de edad, había andado agitando nubes en varias partes de Argentina, con éxito (aparente, digamos, porque en este tipo de antecedentes se suele anotar sólo las maduras y no las verdes).
El caso es que en aquel mayo de 1970 el veterano llovedor firmó contrato con UTE… a oscuras, claro (porque estábamos de restricciones y porque ni Pereira ni el presidente querían que alguien se enterara, por si acaso un fracaso).
Así fue que el veterano ingeniero Juan Baigorri Velar, nacido en 1891 en Concepción del Uruguay (E.R.), vino a tierras orientales el 30 de abril de 1970 munido de su harto probado invento, consistente en un aparato mágico que a través de dos poderosas antenas enviaba ondas directamente a los territorios de Zeus y de Thor. El resultado era garantido: 200 mm de H2O desde el cielo, en término de unos 30 días, máximo. Por la tarea cobraba 350 mil pesos, pagaderos a las primeras gotas.
Tras firmar los papeles de rigor, llegó a Durazno el 4 de mayo, sin chistar, enchufó el aparato en una zona cercana a la represa y se puso a trabajar sin problemas.
Sin problemas hasta que el 12 de mayo se enteró de la secreta aventura el senador Washington Beltrán Mullin (fuerte opositor, color hueso de bagual) y puso el grito en el mismo lugar que Baigorri sus ondas magnéticas. Enojadísimo, su reclamo retumbó fuerte en la Cámara alta: «¡A UTE le ofrecieron un tranvía y lo compró!, tras lo cual se armó tremenda tormenta en el honorable recinto parlamentario.
Resultado, una vez calmados los ánimos: el gobierno le ordenó a Don Baigorri que hiciera las valijas tan rápido pudiera. Ni el pasaje a Buenos Aires le pagaron. Baigorri se fue amenazando un juicio contra UTE por haberlo despedido tan injustamente. Al otro día de acatar la orden, cuando se tomaba el buque, comenzó a llover copiosamente en un radio de 1.000 Km2 donde tenía que llover y en la cantidad mínima necesaria.
«Yo hago llover donde quiero y cuanto quiero», dijo. «Me despidieron antes de tiempo y perdieron la oportunidad de hacer llover más», reprochó, luego de confesar que en los últimos días le habían pedido que acelerara los trámites, tras lo cual debió aplicar más fuerza a las ondas.
Llover, llovió (y hasta casi se le fue la mano) y la emergencia hidráulica pasó.
Baigorri falleció al año en Buenos Aires, pobre, como casi todos los inventores. En pleno auge de sus lluvias (1939), una empresa de Estados Unidos le había ofrecido el oro y el moro por el aparato y su manual, invitación a la que se negó por sostener con firmeza que el invento estaba al servicio del país y por tanto no era algo comerciable, como una antena cualquiera, o un paraguas.
Luego de aquellos exitosos primeros años (1938-39), continuó perfeccionando la máquina, y –a pesar de algunos éxitos– poco a poco la Academia (sobre todo) y varios más fueron descreyendo en él, hasta ignorarlo y caer en desgracia, ya entrada la segunda década del siglo. (hasta que Uruguay se acordó del ilustre entrerriano y lo contrató).
Pasada la tormenta, Beltrán no opinó más sobre el llovedor ni sobre su lluvia. La UTE y la prensa tampoco. Eran tiempos distintos y difíciles. Incertidumbre política y económica, desocupación… la celeste jugaba por el tercer puesto en México (ante Alemania); a los pocos días de aquellas lluvias de Baigorri, el 29 de mayo, un comando de conspiradores robó nada más y nada menos que 500 armas, municiones, granadas, bombas de gas, equipos de radio y otras yerbas de un depósito de la Armada, sin disparar un solo tiro.
También ahora son tiempos difíciles, distintos, no hay comandos ni restricciones de energía, pero…¡¿no habrá un Baigorri por allí, que traiga lluvia, y si es posible con tranvía y todo?!
Andrés Oberti Rual