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Contraviento

Poblar o no poblar, that´s the question

23 junio, 2023

por Jorge Martinez Jorge

 

Luego de haber leído las columnas de Dardo Gasparré “El mito de la poca poblaciónhttps://contraviento.uy/2023/06/20/el-mito-de-la-falta-de-poblacion/ y de Graziano Pascale “Poblar es el caminohttps://contraviento.uy/2023/06/21/un-pais-que-expulsa-a-su-gente-no-tiene-futuro/ , me ha quedado la sensación de estar ante dos trabajos que, desde ópticas distintas, contribuyen a instalar un debate en el centro mismo de uno de los problemas del Uruguay del Siglo XXI al que nadie parece querer plantarle cara: se refieren a la población uruguaya, estancada y envejecida desde hace más de medio siglo.

Gasparré o el mito de la población escasa

Una, la de Gasparré, lo hace desde el mito de la poca población como presunto principal componente de la manifiesta inviabilidad del así llamado sistema de seguridad social, incapaz de sostenerse en el futuro, y al cual un teórico -e improbable- incremento demográfico proporcionaría la mágica solución buscada.

El columnista demuestra allí, que nada autoriza a pensar que la inviabilidad del sistema estatal de pensiones, apenas postergado con parches cutáneos cada década, se solucionarían con la “inyección” de un millón o millón y medio de habitantes. En primer lugar, porque suele confundirse a estos con trabajadores o contribuyentes, que lo serán o no.

Pero, además, porque parece elemental preguntarse de dónde, en cuánto tiempo, mediante qué mecanismos se piensa que se lograría importar tal contingente de inmigrantes, decididos a hipotecar su propio futuro contribuyendo a financiar transitoriamente el sistema uruguayo de pensiones.

Absurdo, es lo que viene a decir Gasparré, y en ese sentido demuestra tener razón en cuanto en “el caso particular oriental (del Plata, no del Mar de la China), sostener que falta población es una evaluación arbitraria y utópica. No hay ningún cartabón ni evidencia empírica que permita validar semejante afirmación. No se refleja en la tasa de actividad, ni en el nivel de desempleo, ni en el de la capacidad de viviendas, ni en ningún otro indicador”.

Sobre éste ultimo aspecto, volveremos más adelante.

Pascale, o el futuro hipotecado

La otra, escrita por Pascale, aborda la cuestión poblacional desde la comparativa con nuestros vecinos y con la propia historia del Uruguay como territorio receptor de inmigrantes, de donde infiere que no solamente no nos sobra población, sino que falta.

¿Tiene futuro un país “vacío” como es el Uruguay, rodeado de vecinos que duplican o triplican en sus regiones más cercanas su densidad poblacional?, se pregunta Pascale.

Para intentar dar una respuesta a una pregunta que es crucial en el tema que nos ocupa, el autor recurre a la aludida comparación cuantitativa con nuestros vecinos, y a la historia de nuestro país como receptor de grandes oleadas de inmigrantes.

En base a ello, el columnista, acudiendo al aserto del formidable Juan Bautista Alberdi que “gobernar es poblar” concluye que “un aumento de la población de la magnitud señalada antes –refiere al millón mágicoen un marco de reformas económicas que lo hagan posible, es el camino para superar muchas de las dificultades de hoy”.

El resaltado del concepto “en un marco de reformas económicas que lo hagan posible” es nuestro, y sobre él también volveremos más adelante.

Pero antes, alguna anotación sobre el estancamiento poblacional -hecho inobjetable, que comienza a ser declinación neta- del Uruguay.

La primera es que la afirmación de Alberdi, que se demostró cierta, era válida para su tiempo y sus circunstancias, las que obviamente han cambiado dramáticamente, huelga decirlo. Xi Xinping no podría estar más en desacuerdo con Alberdi, hoy día.

La segunda es que, aquella inmigración, sobre todo la aluvional producida en el período entreguerras, se producía en un tiempo y país radicalmente distinto, sobre todo en lo que a cantidad y calidad de mano de obra requería la economía de entonces.

Una visita a Ramón Díaz en su “Historia económica del Uruguay” nos permite visualizar que el Uruguay que se posicionó como una economía en constante crecimiento, acreedora de la principal potencia colonial de la época, la británica, lo fue el del Siglo XIX.

En cambio, la inmigración del siguiente siglo, a la par que permitía el desarrollo en algunos sectores, pareció preanunciar el inevitable estancamiento, de la mano de un Estado bulímico que no paraba de crecer y paría regulación tras regulación.

Ese Uruguay que, pasado el efecto guerras se encontró estancado, con más tipos de cambio que los que hoy ostentan los hermanos argentinos, fue el que comenzó a gestar el cambio de signo, lo que nos llevó al otro aspecto no considerado en la columna: la de la emigración, que llevó a que -por lo menos- medio millón de uruguayos hayan contribuido lo suyo para nuestro estancamiento poblacional.

 

De qué hablamos cuando hablamos de población

Lo primero es lo obvio: refiere al conjunto de seres humanos que residen de forma permanente en un territorio determinado.

En el caso que nos ocupa, lo que ambos trabajos tienen en común, es que encaran su análisis del aspecto poblacional -y su impacto en el sistema jubilatorio, en el de Gasparré, y el futuro de un país despoblado en Pascale-, casi exclusivamente desde el punto de vista cuantitativo.

Si bien puede concordarse en que es un aspecto central, tanto si atiende al problema estructural del sistema de pensiones -como lo plantea Gasparré- como si ello lleva a plantearse qué futuro tiene un país demográficamente estancado como lo propone Pascale, el suscrito opina que tanto o más importante es el aspecto cualitativo.

Trataremos de demostrarlo, y para ello no podremos evitar el ingreso al tortuoso camino de los números, toda vez que -parafraseando al padrecito Stalin- no importa, o no importa tanto, los números en sí, sino quiénes los leen e interpretan y con qué propósito. Allá vamos.

 

Otras realidades, distintas, pero no tanto

La misma mañana en la que leía a ambos columnistas en @Contraviento.uy , al pasar por la Escuela pública a donde concurre mi nieta mayor, pude ver no sin asombro a una tropa de 13 (sí, trece) personas abocadas al corte de un añejo gomero de un patio. Desde ayer están en esa tarea. Uno corta y otra espera. Los demás acarrean ramas y juntan troncos. Repito, desde ayer están en la tarea, y todo indica que podrían seguir hasta mañana, y si así fuere se estarían destinando treinta y nueve jornales para un árbol. Suerte los uruguayos no tenemos la secuoya Hyperion de 120 metros de alto para cortar.

En esa breve anécdota creo encontrar alguno de los puntos de mi acuerdo y desacuerdo con ambas columnas -cuyo vuelo intelectual y calidad argumentativa no sólo reconozco, sino que destaco-, que abren aspectos que merecen ser puestos en observación.

Para intentar demostrar la importancia del aspecto cualitativo en el análisis de la problemática poblacional, tomaremos el mismo camino de Pascale, recurriendo a la comparativa con otros países en los aspectos más relevantes, pero alejándonos de nuestra zona geográfica inmediata.

Elegimos para ello, en primer lugar, a Islandia, pequeño país insular europeo con una población de apenas 375.000 habitantes en 103.000 Km2, lo que arroja una densidad poblacional un poco inferior a 4 habitantes por Km2.

El segundo es Nueva Zelanda, también insular, también geográficamente periférico, que con 5.100.000 habitantes en 268.000 Km2, cuenta con una densidad poblacional de 19 habitantes por Km2.

Como sabemos, Uruguay cuenta con 3.400.000 habitantes, repartidos en 176.000 Km2, lo que nos empata con Nueva Zelanda.

En materia de PIB per cápita, Islandia cuenta con un ingreso anual de USD 68.000, contra los USD 49.000 de Nueva Zelanda y los modestos (en términos mundiales, en índices sudacas son principescos) USD 18.500 del Uruguay. De este índice, se desprende el lugar que cada uno ocupa en el Ranking mundial, ubicando al primero como 9º, a NZ como 21º y subiendo, y a UY en el 51º.

Directamente vinculado con población y producto interno bruto, veamos los índices de desempleo. A 2022, Islandia tenía un 3,6%, NZ un 3,3% y Uruguay un 7,8%. De vuelta, mucho para el mundo, poco para el barrio.

Otro índice que dice mucho de los tres países, la población económicamente activa (PEA). En Islandia era del 71%, en NZ del 77% y en UY el 61%. Terceros, cómodos.

Interesa al suscrito, en plan de argumentar sus conclusiones, la incidencia de la asistencia social como porcentaje sobre población, y aquí sí impone compararse con el vecino inmediato. Los llamados planes sociales -eufemismo institucionalizado- comprenden a un 52% en Argentina, en tanto en UY cubren al 31% de sus habitantes.

Conviene aquí consignar algunos datos cualitativos, complementarios, a los que cuantitativamente detalla en su nota Pascale, en la comparación de Argentina con Uruguay.

Nuestros más próximos vecinos, y por población y producción, más comparables, la Provincia de Entre Ríos tiene una densidad poblacional apenas inferior a UY, de 17 habitantes por Km2. En tanto, en el índice de pobreza, nuestros hermanos entrerrianos ostentan un penoso 39% contra el 9.1% uruguayo.

A modo de conclusión

Planteado como dicotomía, si a Uruguay le falta población o no y si ello es condición para su desarrollo o, por el contrario, un aumento de ella podría agravar los problemas, considero que las primeras conclusiones apuntan a que, por sí sola, la densidad poblacional no explica ni lo uno ni lo otro. Queda claro sí, que el aspecto cuantitativo es de fundamental importancia, aún cuando no sea el único.

Si se toma, con las debidas precauciones, lo que se define como Índice de Desarrollo Humano por países, Islandia aparece en el puesto número 3 de los muy desarrollados, Nueva Zelanda en el puesto 13 y Uruguay, recién en el lugar 58. Con todo y con ello, sería el segundo más desarrollado de América Latina.

No se explica ese grado de desarrollo, como tampoco se explicaría todos y cada uno de los índices de Islandia siendo uno de los más despoblados del planeta.

La densidad poblacional tampoco explicaría tal disparidad entre Nueva Zelanda y Uruguay, siendo como fueron países casi mellizos hasta la década de los 80, casi en todos los aspectos que en ese momento se quisieran analizar, y cuatro décadas después nos casi triplique en PIB per cápita, tenga menos de la mitad de desempleo y con la misma población por kilómetro cuadrado.

Tal vez, una de las claves para empezar a encontrar una respuesta, provenga del grado de intervención estatal en seguridad social, mínimo en los más desarrollados y de proporciones bíblicas en nuestro barrio, con absoluta independencia de cuántos habitantes se posea por kilómetro cuadrado.

Es posible, asimismo, extraer otra conclusión que proviene de otros índices que, en la extensión de esta columna no es viable analizar, pero que explicarían esta realidad, y son los que tienen que ver con el grado de libertad económica, la facilidad para hacer negocios y montar empresas, la flexibilidad laboral, las regulaciones acotadas y los grados de certezas jurídicas, todo lo cual brilla por su ausencia en tierras sudamericanas.

En suma, parece claro que, como lo dice el propio Pascale en su columna, un incremento poblacional de la entidad propuesta, sólo “en un marco de reformas económicas que lo hagan posible”. Va de suyo que tales reformas, profundas, estructurales y permanentes, deberían ser implementadas a priori de pensar en cualquier plan de incremento poblacional.

Por otro lado, parecería entonces que más que cantidad, se debería apuntar a la calidad de los habitantes actuales, futuros y potenciales, entendiendo ello como sus grados de formación, capacidades de emprendimiento, hábitos de trabajo y deseos de superación.

Mientras los árboles precisen de trece personas y tres días para ser cortados, deberíamos descartar la importación de más “deliveries” y preguntarnos qué podemos hacer para hacer más y mejor con menos.

Solamente eso, sería un gran principio.

Eso, o esperar el próximo Diluvio.