El último adiós a Waldemar Victorino, un ícono de una generación que pese a entregarnos grandes glorias ha sido en gran medida ignorada.
Puede ser difícil de imaginar para las nuevas generaciones, acostumbradas a ver fracasos de los clubes uruguayos en el ámbito internacional, pero hubo una época en el pasado reciente donde los mismos eran destacados protagonistas.
Así, en la década del 80 los dos principales equipos uruguayos lograron cuatro Copas Libertadores de América y tres Intercontinentales, en tanto en enero de 1981 Uruguay se alzó con la Copa de Oro de los Campeones Mundiales, disputada en el Centenario en homenaje a os 50 años del primer Mundial.
Pieza fundamental en tres de esos triunfos fue Waldemar Victorino, que aseguró con sus goles las conquistas de Nacional y Uruguay en 1980.
Nacido en 1952, en un hogar humilde del Cerro, debió trabajar desde muy chico para contribuir al sostén de la familia, por lo que su debut en el fútbol profesional se dio recién a los 22 años, en Progreso, en un partido de la B donde le tocó anotar los dos goles del encuentro. Pasó luego a River Plate, donde fue tentado para sumarse a Peñarol, oferta que no aceptó.
“Soy demasiado hincha de Nacional. No me siento capaz de tener que ponerme la camiseta, ir a Los Aromos o a Las Acacias”, le respondió entonces al Presidente de River, echando por tierra la transferencia, sin saber que una semana después llegaría la oferta de Nacional.
Allí se destacaría no solo por sus goles sino por su profesionalismo y hombría de bien, lo que le llevaría a la titularidad en la Selección Uruguaya, que al mando de Roque Gastón Máspoli se preparaba para la Copa de Oro de 1980.
Mejor que intentar sin éxito describir con palabras es compartir los momentos culminantes de esas acciones, como la coronación en la Libertadores 1980.
De igual forma, la Final en Tokio de la Intercontinental contra el Nottingham Forest lo tendría como protagonista, al convertir también el único tanto del encuentro que pondría a Nacional en la cúspide del fútbol mundial por segunda vez en su historia.
Victorino hizo también festejar a todo el país, al convertir el tanto definitivo en la Final de la Copa de Oro de Campeones Mundiales de 1980 ante Brasil.
Su carrera luego lo llevaría a otras tierras, tras un oscuro suceso que lo afectaría indirectamente, pese a no haber tenido participación en el mismo, y cuyos detalles decidió llevarse con él, pagando las consecuencias sin delatar jamás a los reales protagonistas.
Otros tiempos, otros hombres, otros códigos.
Tal vez por ello la maquinaria de humo del deporte actual minimice los logros de estos gladiadores, para no develar la mediocridad imperante hoy, y así los grandes ídolos estén empezando a irse en soledad, en tanto algunos de los que quedan son tolerados con paciencia como molestias necesarias y otros han optado por mantenerse lejos de las orgánicas de los clubes y de los parciales «hinchas de hinchadas», aunque nunca podrán ser alejados del corazón de aquellos que vibraron con sus gestas y se enriquecieron con su ejemplo.
Se consagraron Campeones y nos hicieron Campeones.
Nada podrá cambiar eso.