Hay que hacer un esfuerzo de voluntad, tolerancia y fe para volver a confiar en un país arrasado por el populismo y la corrupción
El proceso electoral de Argentina es tan disparatado como todo lo demás. Los planes supuestamente integrales y profundos que enuncian los candidatos no son tales al menos en lo que se comunica, más allá de algunos listados de objetivos que van cambiando día a día y donde cada uno va incorporando elementos dialécticos del contrincante.
El gobierno kirchnerista semeja – a decir de algún tuitero- uno de esos inquilinos al que el dueño no le renueva el alquiler y, enojado, destroza el departamento y lo deja inhabitable.
En el único punto en que todos parecen estar de acuerdo es en que reencauzar la economía y volver a poner en marcha el país va a requerir un esfuerzo sostenido varios años, además de una tarea de persuasión social y desgaste político que puede dejar los desmanes de París reducidos a una estudiantina.
Los economistas más respetados y prestigiosos coinciden en que es fundamental arrancar desde el 10 de diciembre comunicando un proyecto integral a la población y al mercado y empezar a ejecutarlo el primer día, aun a sabiendas de que será imposible establecer un cronograma de metas parciales. Esas metas parciales son fundamentales de lograr para poder implementar las etapas siguientes, en especial si se trata de lograr una salida del cepo, especialmente del mercado de cambios “administrado”, o controlado, una de las razones principales del sistemático suicidio nacional de 15 lustros.
Para no confundirse, las únicas ideas o proyectos que deben tratar de entenderse o de evaluarse son las de Juntos por el Cambio y las de La Libertad Avanza, ya que el peronismo no tiene ninguna idea de cambio, sino la persistencia en una suerte de falsa doctrina que sería demasiado generoso caracterizar de ideología, una especie de mescolanza entre la ignorancia, la corrupción y la demagogia.
Las dos fuerzas opositoras declaman más o menos los mismos objetivos, que de una y otra forma se han ido acercando, incluyendo la meneada dolarización, o la bimonetización, que tienen por objetivo pulverizar la inflación, establecer una moneda confiable y recuperar la confianza de los mercados internos y externos, merecidamente perdida.
La definición de estos términos ha sido hasta ahora bastante elástica y por más que los partidarios de uno y otro sector aseguran que han estudiado cuidadosamente el proceso y saben cómo implementar los cambios que se proponen, no sería aconsejable creerles.
Se podría intentar explicar la situación afirmando que, cuando el populismo se ha hecho sociopolíticamente sistémico, salir de él es prácticamente imposible, sea porque los votantes son al mismo tiempo los beneficiarios de las dádivas y coimas a la sociedad que reparten los gobiernos, sea porque la asonada popular – falsa o real – es previsible y planeada, sea porque el rompecabezas legislativo traba cualquier cambio.
Hay quienes suponen que el resultado electoral es un mandato para hacer todos los cambios que ayuden a volver a la sensatez. Falso. El voto es irracional, tribal, impulsivo, no implica análisis ni mandato alguno. Menos en la sociedad argentina, en que todos están de acuerdo en parar la carrera inflacionaria, pero nadie quiere correlacionar esa lucha con la baja del gasto que le conviene o lo beneficia.
La inflación corre por carriles similares. Una vez que se han desatado las furias de la emisión descontrolada, la inflación es imparable. Ni aún la idea de dolarizar y cambiar la unidad monetaria (dolarización) puede calmar el tsunami, mucho más cuando no sería posible aplicar esa panacea al día siguiente de asumir. El kirchnerismo, con su reciente paquete enloquecido de medidas, ha garantizado por lo menos por dos años una inflación de dos dígitos mensuales, insoportable para cualquier economía.
Como resumiendo la situación, hay dos puntos clave que no se han resuelto en los supuestos planes del gobierno futuro, o que no se han especificado al menos. Uno es lo que ocurrirá con las Leliqs. Como se sabe, estos instrumentos son una especie de letras que cada semana el Banco Central le coloca a los bancos públicos y privados, a una alta y creciente tasa de interés.
Permite absorber la liquidez generada por el propio gobierno con sus irresponsables planes “platita” y su política delirante de gastos y ahora de regalos impositivos, lo que supuestamente evita que la demanda de dólares libres aumente y eleve el precio de la divisa en los mercados no controlados. (Blue, MEP, Contado con Liquidación)
Al mismo tiempo, supone que esas letras impedirán que ese dinero falso ponga más presión sobre la inflación, porque los bancos simultáneamente financian esas letras con plazos fijos de sus clientes por los que abonan similar interés, con lo que el público está financiando al estado y los bancos están en una peligrosa situación patrimonial.
Las Leliqs, que alguna vez con otro nombre fueron un mecanismo de financiamiento en pesos del estado, ahora son simplemente deuda en pesos que se renueva semana a semana a un costo cercano a la inflación, lo que garantiza más inflación futura a medida que se deban pagar esos intereses.
Esto muestra que la idea de elevar la tasa de interés para frenar la demanda inflacionaria al sustituirla por ahorro, como hacen la FED y otros bancos centrales, no es demasiado útil o es contraindicada en casos de alta emisión-inflación. El monto de Leliqs acaba de llegar a 20 billones de pesos argentinos. (27 mil millones de dólares) Los intereses que el gobierno paga por ese instrumento, junto al de los Pases Pasivos, o Repo, un truco similar, representan hoy un 12% del PIB. Está claro que discontinuar las Leliqs dejaría a los bancos sin contrapartida para los plazos fijos y los fundiría, y despojaría al ahorrista de esos montos prestados al sistema bancario.
Nadie está demasiado seguro de cómo resolver el problema, sea que se mantenga el peso vigente, o se reemplace por cualquier otra divisa. Porcentualmente, se tendrá el mismo problema, aunque siempre se puede apostar a que una lluvia de confianza generada por un grupo de medidas supuestamente infalibles resolverá el problema. Es cuestión de fe.
Antes de aplicar su famoso plan de Convertibilidad, Domingo Cavallo se las ingenió para que su predecesor, Erman González, ministro repartidor de Carlos Menem, reemplazara compulsivamente los plazos fijos por Bonex, bonos argentinos en dólares, con lo cual una situación parecida a la actual se esfumó de la noche a la mañana y se transformó en deuda pateada para más adelante, una vieja costumbre telúrica del vecino, casi un himno.
Los principales defensores de la dolarización creen haber descubierto un mecanismo tautológico por el cual esos Plazos Fijos, y esas Leliqs, se convertirían a dólares, y su pago se garantizaría con un fondo integrado por lo que hoy son pagarés internos entre el Tesoro argentino y el Banco Central, que ilusoriamente al venderse al mercado generaría los fondos en dólares para saldar esa deuda. Muchos analistas sostienen que la idea tiene implícito el recurso de obtener los dólares vía la permanencia del fatal sistema de retenciones o de algún control cambiario.
En realidad, y para agregar más confusión al tema, los acreedores de Plazos Fijos en pesos no han sido afectados como los acreedores en dólares, que sufrieron ya varios defaults ocultos. Ninguna quiebra admitiría semejante disparidad de tratamiento. Si no se encuentra un mecanismo serio para transformar esa deuda de cortísimo plazo en una deuda a largo plazo el tema puede estallar en las narices del nuevo gobierno con efectos de magnitud imposible de evaluar.
La frase: “hay que cuidar los ahorros de la gente”, que se usa para garantizar que los plazos fijos sean intocables, tampoco es comprobable, ni explica por qué el resto de la gente que no tiene plazos fijos sufre los efectos de la inflación y los titulares de Plazos Fijos no. No parece equitativo condenar a un vasto resto de la población a garantizar esta operatoria. Ni a tomar deuda en dólares en un mercado que ya se ha defaulteado para “salvar” a los titulares de plazos fijose pesos de los efectos de la quiebra virtual del país.
Las Leliqs y su correlato, los Plazos Fijos, no son un tema resuelto ni puede confiarse en que se resolverá. El costo heredado será grave.
El otro punto que más allá de las declamaciones no está aclarado es todo el manejo del mercado de cambios, incluyendo retenciones. Nadie sabe ni cual será el tratamiento, ni si el mercado de cambios será libre o controlado. El control de cambio es acaso el culpable máximo de la ruina argentina. Ni los dolarizadores, ni los bimonetaristas, ni nadie, tiene claro los cómo ni los cuándo de los supuestos cambios. Ni siquiera, si se archivará la idea de que los dólares del sector privado son del gobierno, catecismo del kirchnerismo.
¿Cuándo eliminarán las retenciones? ¿A qué tipo de cambio se convertirían los pesos en una dolarización? ¿Se podrán firmar contratos que serán ley entre las partes en cualquier moneda?
Y queda por resolver otro tema, que parecen soslayar los “dolarizadores”: ¿qué se hará con las deudas en pesos entre privados? Recuérdese que ese punto casi lleva a una rebelión popular en 2001. Hay quienes atinan a pensar en un desagio, exitoso en el Plan Austral de 1985. Pero es una frase, por ahora.
“Recuperar la confianza” es la frase mágica, el sésamo, ábrete de la política futura, tanto en lo interno como en lo externo. Pero la confianza es como la virginidad. Se pierde una sola vez. Y no se recupera con votos.