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Contraviento

Nuevo París

16 septiembre, 2024

Roque García 

Una de las decisiones más importantes que debemos tomar los montevideanos en los próximos años es en qué tipo de ciudad queremos vivir. Para simplificar, podemos preguntarnos: ¿Queremos vivir en una ciudad como las grandes urbes americanas, al estilo de Texas, donde todo se hace en automóvil? ¿O aspiramos a un modelo más europeo? Ciudades que priorizan a los peatones, porque, al final del día, todos somos peatones. Ciudades con jardines, áreas de recreación, cultura y un entorno amable y acogedor para sus habitantes.
Me atrevo a decir que la mayoría de los montevideanos sueña con una ciudad que se parezca a Madrid, Barcelona o París. No es casualidad que uno de nuestros barrios se llame Nuevo París, como un guiño a esa aspiración colectiva de modernidad, bienestar y porque no de estilo. Pero aquí surge la gran pregunta: ¿qué nos falta para hacer realidad esa transformación? ¿Nos falta conocimiento técnico o voluntad política? A primera vista, parece que es más lo segundo.

Veamos el ejemplo de París, la ciudad luz, donde la alcaldesa Anne Hidalgo ha liderado una profunda transformación desde 2014. Bajo su mandato, se implementaron medidas drásticas pero necesarias: la reducción del tráfico automovilístico, la ampliación de carriles para bicicletas, la peatonalización de áreas clave como las orillas del Sena y la creación de más espacios verdes. Además, Hidalgo impuso restricciones severas a los vehículos contaminantes mediante zonas de bajas emisiones, todo con el fin de hacer de París una ciudad más habitable, sostenible y centrada en las personas.

Sin embargo, tras transformar París, Hidalgo solo obtuvo el 1.7% de los votos en las elecciones presidenciales de 2022. Esto lleva a una pregunta inevitable: ¿cómo es posible que, después de cambiar una ciudad de forma tan positiva, los votantes no la apoyaran a nivel nacional? La respuesta está en la naturaleza del cargo de intendente. Este no es solo un cargo de decisiones estéticas o de políticas agradables, sino un puesto donde la fiscalización es clave.

Fiscalizar significa exigir cumplimiento de normas, y eso implica multar. Multar muchas veces, miles de veces. Cada infracción que se sanciona es un voto que se puede perder. Por ejemplo, no basta con decretar que los perros deben tener chip, hay que multar a quienes no cumplen con esta normativa. Hoy, se estima que solo el 6% de los perros en Montevideo tienen el chip instalado, lo que refleja la falta de fiscalización efectiva. Y aquí está el problema: la falta de fiscalización afecta a la mayoría, porque unos pocos infractores no cumplen con las reglas, y al final, todos los ciudadanos sufren las consecuencias.

Un intendente que se compromete a cambiar la ciudad de verdad tiene que estar dispuesto a perder votos, porque la transformación requiere decisiones firmes. En Montevideo, desde hace décadas, los políticos que llegan a la Intendencia lo hacen con la mirada puesta en el próximo escalón de su carrera. Vienen para irse, y no quieren tomar decisiones impopulares que les puedan restar popularidad en el futuro. Dejan de lado las medidas que podrían generar un cambio real, por miedo a enfrentarse a la resistencia de una parte de la ciudadanía.

Tomemos como ejemplo el caso del cigarrillo en Uruguay. Tabaré Vázquez, durante su presidencia, implementó políticas estrictas para reducir el tabaquismo. Fue criticado, sí, pero no dejó que el temor a perder popularidad lo detuviera. Y hoy, esas medidas son vistas como un avance histórico en la salud pública. Ese mismo coraje es lo que falta en la política municipal de Montevideo.

Mientras los políticos que aspiran a la Intendencia continúen viendo este cargo como un trampolín hacia posiciones de mayor poder, las políticas de movilidad y transformación urbana seguirán quedándose a mitad de camino. No quieren arriesgarse a perder votos, y así, Montevideo sigue atrapada en un ciclo de promesas incumplidas y proyectos inconclusos.

La realidad es que, con esta actitud, con ese juego de poder, cada día nos alejamos más de ese ideal europeo al que tantos aspiramos. Montevideo sigue cada vez más lejos de parecerse a París.