Miguel Henrique Otero
Se repite que los actuales son tiempos de mentiras. De proliferación de discursos plagados de mentiras. La mentira como el género predilecto del espacio público en las primeras décadas del siglo XXI.
Estudios realizados en Estados Unidos y en algunos países europeos arrojan resultados preocupantes: casi 10% de las informaciones que recibe diariamente cualquier ciudadano relativamente bien informado son noticias falsas. Sin embargo, cuando se ahonda en la cuestión, se pone en evidencia el empeoramiento real del fenómeno: mientras menos información recibe una persona, mayor es la cantidad, mayor el porcentaje de noticias falsas que consume.
Si a este panorama se añaden las posibilidades que la Inteligencia Artificial pone y pondrá a disposición de los fabricantes de mentiras, no podemos esperar otra cosa que una expansión y una profundización de la presencia de la mentira en todos los ámbitos. Casi puede pronosticarse: recién estamos entrando en la Era de Mentira. Derrotar el avance de las mentiras probablemente será el más grande desafío que la sociedad tendrá durante los próximos tiempos. Solo que no se trata de un enemigo fácil. Al contrario, tiene una gama de disfraces, “ocultamientos, engaños, medias verdades, afirmaciones incompletas, simulaciones, errores no reconocidos como tales, falsos criterios, especulaciones, reduccionismos, citas fuera de contexto, distorsiones en la percepción, conclusiones obtenidas a partir de precarios ejercicios de sospecha”, que le otorgan una enorme ventaja. De esa gama de variantes habla Mentira, el revelador libro de Franca D’Agostini, filósofa italiana, que nos recuerda que la mentira es el más poderoso enemigo de la democracia
Sin embargo, entre mentira y cinismo hay diferencias sustantivas que no pueden pasar inadvertidas, especialmente si de lo que hablamos es del cinismo como condición medular del ejercicio del poder, si hablamos de Maduro y su dictadura.
Mientras el mentiroso se propone engañar, es decir, envolver la verdad para ocultarla a su interlocutor, disfrazarla y aprovechar la buena fe de quien lo escucha, al cínico no le interesa la práctica del engaño. Ha dejado la mentira atrás. Ha saltado a otra condición.
Esa condición es la del desprecio. La del absoluto desdén por la realidad. Al cínico no le importa ni la verdad de los hechos ni tampoco la dignidad de sus interlocutores. No le importa que sea evidente que sus afirmaciones son falsas. Al contrario, su deseo consiste en que quienes le escuchan, quienes están obligados a someterse a su palabrerío, sepan que les miente. Que no le importa. Y que esas mentiras no tendrán consecuencias. Porque ese es su modo de causarles humillación. De hacerles sentir la amargura de la impotencia. El cínico usa el cinismo (y no es una frase redundante) para mostrar su superioridad. Para decir: puedo lo que tú no puedes. Con sus acciones dice: no soy igual a ti, tengo un poder del que tú, simple ciudadano, persona inofensiva y desarmada, careces por completo.
Para asumir o adoptar la condición cínica el poder debe cruzar, al menos, tres umbrales. Romper sus compromisos en tres órdenes primordiales. Eso es lo que ha hecho el régimen de Maduro, de forma paulatina e irreversible.
El primer rompimiento que el cínico Maduro y su régimen han ejecutado es de carácter económico. Dejó de importarles la pobreza. Peor: desde la cima del cinismo entendieron que a mayor pobreza, mayor dependencia del régimen, es decir, menos resistencia y participación política. Mayor capacidad de chantaje y coerción.
A continuación vino el rompimiento de carácter social: las comunidades pobres y exhaustas, las necesidades de la sociedad, los legítimos reclamos de las comunidades, dejaron de importar. Pasaron a un segundo plano. Luego, a un tercero. Hasta desaparecer. Lo que era un ruido molesto se hizo, con el tiempo, inaudible para el poder. Dejó de escucharles. Tras el rompimiento social, el régimen estableció un pensamiento que rápidamente se expandió como consigna y plan de acción, a partir de 2017: o te la calas o te vas. O silencioso hundimiento o exilio.
La tercera ruptura del cínico y su régimen ha sido de carácter político. Se hizo visible, de forma cada vez más nítida, desde mediados de 2023, cuando para cualquier observador atento fue inequívoco que Maduro estaba perdiendo el apoyo popular a una velocidad vertiginosa, y que el régimen había decidido no disputar el favor de los electores ante el potente llamado de la oposición encabezada por María Corina Machado. Entonces diseñó su salto al vacío, su salto al cinismo puro: se concentró en la planificación de un fraude electoral, solo que ante la insalvable magnitud de su naufragio, tuvo que ser ejecutado de forma apurada y chambona.
¿En qué consiste el cambio en Venezuela, a partir del 28 de julio? En el salto de Maduro y su régimen, en el salto de Maduro y sus poderes públicos, en el salto de Maduro y sus grupos armados, a un estatuto de pleno cinismo. Bajo esa condición, ya no importa que sea visible ante el mundo entero, ante los propios electores y ante las instituciones especializadas y los observadores, que perdieron las elecciones.
Ahora, atrincherados en la fortaleza del cinismo, persiguen, secuestran, detienen, cazan a ciudadanos inocentes, a un rendimiento, a una tasa que sobrepasa todas las anteriores. Actúan bajo la previsión del poder eterno. Y porque desde la fortaleza hay hombres espiando, hombres con las armas cargadas, con el dedo en el gatillo, atentos a la orden de disparar.