“Experimentar la destrucción de un mundo es verlo por primera vez. Herederos de un orden que no construimos, somos hoy testigos de un declive que no habíamos previsto” Timothy Snyder (El camino hacia la no libertad)
Breve resumen de cómo llegamos aquí
“El camino a la no libertad es el paso de la política de la inevitabilidad a la política de la eternidad” Timothy Snyder (El camino hacia la no libertad)
Esta nota pretende darle un cierre a las tres anteriores, publicadas a partir del final del proceso electoral y con el nuevo mapa político partidario a la vista, en las que la columna ha ido esbozando su visión, a partir de un análisis desde dónde venimos de lo que, a partir de este presente podemos esperar del futuro, esa terra incógnita de la que poco sabemos pero que nos emite señales que más vale no ignorar.
Aquí los enlaces a las notas precedentes:
https://contraviento.uy/2024/12/02/el-sindrome-de-falsa-oposicion-y-las-democracias-administradas/
https://contraviento.uy/2024/12/19/orsi-la-chacra-un-gabinete-y-la-hegemonia-que-avanza/
Para arribar a las conclusiones a las que debería llevarnos esta columna, conviene tener presente un concepto que es central al análisis: se debe tener en cuenta que el columnista ha enfocado su trabajo en dos aspectos que son fundamentales para ese propósito, sin perjuicio de otros que, en realidades complejas, interactúan con ellos.
En la primera de ellas, analizamos lo que la columna llama el “síndrome de falsa oposición” y cómo, a partir de este fenómeno, un partido o grupo hegemónico monopoliza todos los resortes del poder y controla, mediante concesiones menores, una oposición que no es tal, que no aspira a disputar el poder, sino que le basta esas parcelas para formar parte de un status quo funcional a ambas partes. En ella, dejábamos la reflexión de cómo esta falsa oposición resultaba requisito imprescindible para instrumentar lo que el politólogo ruso Vladislav Surkov -asesor principal de Putin durante dos décadas- denominó las democracias soberanas y administradas, aspecto este último en el que poníamos especial énfasis como amenaza para un sistema político uruguayo en pleno proceso de mutación.
La segunda nota, hacía un análisis del esquema de concentración de poder que se estaba gestando desde la futura Torre Ejecutiva, especialmente por parte del designado Pro-Secretario Jorge Díaz, el ex super Fiscal que, como ajedrecista que se declara, como dios detrás de Dios, era el brazo que la jugada avanza, en un proceso que, al final, concentrará en su persona todos los resortes de la Seguridad, Inteligencia, Fiscalía y Justicia, acabando al final, con la (para ellos) perimida separación de poderes instalando, Ministerio de Justicia mediante, la doctrina Bayardo-Bengoa que subordina el Poder Judicial al Ejecutivo.
Como parece claro, ese plan en plena marcha es plenamente funcional al concepto de democracia administrada.
Finalmente, en la tercera columna abordamos la cuestión de la hegemonía partidaria a partir de la preeminencia del EmePepe, tras reunir el 80% de los votos frenteamplistas, de la acumulación de la práctica totalidad de los cargos estratégicos de decisión y, de una lógica de poder bastante atípica: la sensación, avalada en los hechos desde la elección a hoy, que el verdadero centro de poder gira en torno a La Chacra, a Mujica y Topolasky, acercándolos peligrosamente a lo que podríamos llamar una “autocracia de facto”.
Una suerte de papa emérito que otorga o deniega la bendición de lo que, el Medvédev de Mujica, pretende hacer desde Torre Ejecutiva. Una situación que, de comprobarse y convertirse en manejo de poder de hecho, da por tierra con todo marco constitucional y legal, pero que es, extremadamente funcional a una democracia administrada donde todo parece ser lo que no es.
Crónica de una Hegemonía cultural inevitable
Puestos ya en contexto, es momento de referirnos a otros dos grandes aspectos que, bajo la denominación común de hegemonía cultural hacen posible el avance arriba esbozado.
Para expresarlo en términos gramscianos -que, como veremos, tiene mucho que ver con todo esto-, en primer lugar, lo atinente a la superestructura, entendida ésta como “la sumatoria de las instituciones culturales y sociales, así como de las estructuras legales y jurídicas, ideológicas y políticas creadas en una sociedad a partir de una base económica capitalista, la estructura.
En esa superestructura están contenidos los medios de comunicación, el sistema educativo, instituciones religiosas y partidos políticos, y, en general, toda manifestación de la sociedad civil, las que son determinantes en mantener y reproducir las relaciones de poder ejercidas por las clases dominantes mediante la hegemonía cultural manifestada en la superestructura.
El segundo aspecto tiene que ver, también en términos gramscianos, con la sociedad política en la que están contenidos los partidos políticos y demás instituciones que, desde el Estado o a partir de él, monopolizan la coerción mediante la que se manifiestan aquellas relaciones de poder.
Sucinta historia de la hegemonía cultural propiamente dicha
El siglo XX uruguayo, en el aspecto cultural amplio, el de la superestructura gramsciana, tuvo varios hitos.
Hasta mediados de Siglo, y un poco más acá, el país se ufanaba de su pluralidad y civismo. El gobierno, en lugar de concentrarse como en el resto de América, se repartía a través de un experimento único en el continente: el gobierno colegiado.
Aún con la resaca de Maracaná, el fútbol era la gran pasión nacional, como blancos y colorados en la política, nacionalófilos y peñarolenses disputaban rivalidades, pero compartían tribunas, sin pulmones y ni “operativos de seguridad” y cada quien iba a la cancha vestido como había ido a la feria dominical.
En la mesa, se compartían los ravioles el abuelo herrerista con la abuela colorada, el hijo, el del sindicato textil se decía comunista, pero en torno a la mesa eso no era problema. Al tablado iban todos, porque allí la política tenía el lugar que debía tener: la de ser objeto de sátira, pareja y sin distinciones.
En tal país, no sonaba extraño que Haedo fuera en colectivo al Palacio Legislativo, y que el propio dirigente blanco recibiera al Che Guevara en su quinta de Punta del Este, para tomar mate y ver por dónde iban los tiros en la Isla. Tal vez por todo ello, no sonaba como un exabrupto que el mismo Che, que desde la propia ONU reivindicaba el fusilamiento como arma de justicia, dijera -y se lo dijera a la propia izquierda en tono de consejo- que en Uruguay no existían las condiciones (ni necesidad, agrego yo) para lucha armada ninguna, y que la vía seguía siendo la electoral.
Sin embargo, la granada estaba disparada, desde la estructura el post stalinismo en la URSS, el revisionismo del culto a la personalidad y la tímida muestra de los horrores soviéticos, y luego la Revolución Cubana que -vía armada- ponía en cuestión la, hasta entonces, hegemónica doctrina leninista sostenida por el comunismo arismendista uruguayo.
Los Comités de Apoyo a la Revolución Cubana fueron testigos de esa larvada lucha política que persiste, soterrada, hasta el día de hoy.
La siguiente bomba explotada que provino desde la estructura política a impactar debajo de la línea de flotación de la superestructura cultural fue la caída del Muro de Berlín y la desintegración del Muro de Berlín.
En una década donde burgueses apurados proclamaban el fin de la historia y la marea neo-capitalista (no “neoliberal”, que de liberal muchos de esos tenían lo mismo que mi perro salchicha) la izquierda, todavía aferrada a la ortodoxia leninista que hacía agua por todos lados debió proclamar muerto el Rey, viva el Rey y salir a buscar un monarca sustituto.
Encontraron a Gramsci, loado sea el señor. Aderezado luego, con algo de Foucault y Derrida, pero sobre todo, con el invalorable aporte del argentino que no podía faltar, Ernesto Laclau, el Santo Grial de una nueva y renovada lucha de identidades vendría a rescatarles del naufragio de la fracasada lucha de clases.
Es este el tiempo donde la izquierda cultural (en la academia, la educación, el cine, el teatro, la música, el carnaval, la calle, los colectivos -verdaderos hongos de oportunidades-) convierten una estrepitosa derrota ideológica y moral –había que hacerse cargo del Gulag- en una lenta pero incuestionable victoria, recuperando para sí, como por arte de magia, una superioridad moral que sólo aquellos faltos de toda moral podían reivindicar.
Es sobre el final de esa década, final de siglo, milenio y ciclo histórico, donde la izquierda derrotada por la estructura política del seudo-liberalismo -que en Uruguay nunca fue más que un tímido escarceo rápidamente sofocado desde dentro mismo de quienes se suponían tales- sin un correlato cultural acorde, hace de pérdidas ganancias y, aunque sin una denominación concreta aún, ingresa en el terreno de la política de la “inevitabilidad”.
La paciente construcción de una sola idea
“De chiquilín te miraba de afuera
Como a esas cosas que nunca se alcanzan
La ñata contra el vidrio
En un azul de frío
Que solo fue después, viviendo
Igual al mío” Cafetín de Buenos Aires (Enrique Santos Discépolo)
La de que “no hay alternativa” es, en esencia, la idea fuerza que justifica la política de la inevitabilidad: fuera de nuestra única idea, no hay ideas. A partir de que la sociedad acepta que no hay alternativa, el individuo niega su responsabilidad individual y la posibilidad, siquiera, de cambiar las cosas.
En la versión capitalista de la política de la inevitabilidad -la que transitó y transita aún el Frente Amplio- con el “mercado como sustituto de la política” se genera una desigualdad que niega la fe en el progreso. Con la movilidad social cuestionada, la inevitabilidad da paso a la eternidad y la democracia cede su lugar a la oligarquía política (algunos le llaman casta, pero da igual).
Esa oligarquía será quien se encargue de narrar un pasado inocente donde sus destinatarios son víctimas, ofrecerá una protección falsa (la de las “ayudas sociales”), un acceso a la tecnología que operará como espectáculo que sustituirá la libertad y, al final, con el futuro disuelto en las frustraciones del presente, la eternidad se convierte en la vida cotidiana.
De la inevitabilidad a la eternidad, de la cultura a la política
A medida que el relato cultural hegemónico avanza, a partir del acceso a la primera cuota real de poder, la Intendencia de Montevideo, comienza a instalarse la idea de la inevitabilidad. La base urbana, donde concentra la militancia cultural hace su trabajo y, tras una década, instala el dogma –adoptado por sus fieles, pero también de sus supuestos contrarios- de que el acceso al poder es inevitable, cuestión de tiempo.
Un lustro después, cuando sucede, prontamente el relato cultural ya casi hegemónico instala la idea que, lejos de considerarla una mera victoria electoral, circunstancial, acotada a un período de gobierno, a esa idea única de la inevitabilidad se le ha confiado un proyecto de construcción de poder -poder, no gobierno- de largo plazo, como mínimo de 15 años. Es el propio Astori, poco tiempo después de asumido, quien lo verbaliza en esos términos. Son voceros del MLN, tales como Topolansky y Marenales, socios con creciente poder, los que insisten en que la labor de gobierno es circunstancial: lo sustancial -con vistas a la eternidad- es la construcción de poder.
Al Poder, orden de concentrarse
Efectivamente, tras ese propósito, la superestructura de la hegemonía cultural, apoyada en la estructura política encara un imparable programa de copamiento de sectores del poder, desde los medios masivos de comunicación (en un doble juego, disciplinamiento económico de dueños y accionistas, e ideológico y de espacios a los operadores), un formidable, paciente y metódico trabajo de infiltración, remodelación y modificación de correlación de fuerzas en la Justicia, sobre todo a través de la Fiscalía General de la Nación y de una modificación del CPP a su medida -donde el demiurgo Jorge Díaz mostró el talento que le puso, ahora mismo, rumbo al Piso 11 de Torre Ejecutiva- que les aseguró, impunidades propias y persecuciones ajenas.
Por supuesto, en ese recuento de centros de poder que la hegemonía superestructural requiere para asegurar la política de la eternidad desde la estructura del sistema político, un elemento ineludible y relevante lo constituye la calle, la capacidad no discutida de movilizar las masas en apoyo de aquella.
Lo de 2019, un interregno
“La diferencia entre la democracia y la democracia administrada es la que hay entre una camisa y una camisa de fuerza”, Timothy Garton Ash.
La ajustada victoria electoral, transitoria por definición, de la oposición en 2019, resultó muy mal leída, no solamente por la suma de partidos coaligados que desplazaron del gobierno a la izquierda, sino también por algunos sectores y actores de esa izquierda, quizás abrumados porque no esperaban que el proceso sufriera interregno alguno.
Sin embargo, en su proceso hegemónico, a pesar de algunos momentáneos titubeos, le sirvió para reordenar el juego, redefinir roles, purificar estructuras y reorganizar el proceso. A partir que pudo determinar el estado de la nave, hacer control de daños y comprobar que la estructura de poder estaba intacta -cosa que demostró a lo largo de los cinco años- era cuestión de que la superestructura demostrara músculo volviendo a instalar la inevitabilidad, es decir, una democracia administrada.
Ahora, en camino a la eternidad, la hegemonía partidaria del PRI uruguayo
«Una hegemonía del FA similar a la que ejerció el P. Colorado durante la mayor parte del siglo XX es a lo que se enfrenta el país si el liderazgo de las fuerzas liberales y republicanas no hace la lectura correcta de la realidad» Graziano Pascale
Producto de aquella mala lectura que hiciera la oposición -transitoriamente en ejercicio del gobierno, no del poder- desde la noche misma del ballotage, quedó demostrado que ese período había sido una suerte de repliegue táctico y que ahora volvían a reclamar el gobierno para seguir edificando poder hacia la eternidad hegemónica.
La política y su relación con los juegos de poder están llenos de señales y símbolos que, muchas veces, tienen más significación que los propios hechos.
El inmediato reconocimiento de la derrota por parte del Presidente Lacalle, cuando todavía la Corte Electoral no había emitido resultado oficial alguno, basándose exclusivamente en el anuncio de las Consultoras de opinión -parte de la superestructura de poder de la hegemonía, huelga decirlo- simbolizaba la admisión tácita que había recibido el gobierno en préstamo por cinco años y ahora era momento de devolverlo a los detentadores del poder.
En línea con ello, que la totalidad de los medios mainstream comenzaran a enfocarse en el gobierno electo como un gobierno en funciones que meramente está procediendo a un recambio de equipos, y relegando a ese gobierno en retirada como si ya hubiere abdicado, fue demasiado evidente.
Desde entonces, quedó también en evidencia que el centro del poder había migrado desde la Torre Ejecutiva hacia la Chacra de Rincón del Cerro y en el futuro, sería allí donde se repartirían las cartas.
A partir de allí, las señales provenientes del futuro gobierno casi en funciones, son nuevamente las de un proyecto político de partido hegemónico que vuelve a instalar el “quincenio” como hipótesis de mínima para el ejercicio del poder, que busca consolidar la hegemonía partidaria avanzando también sobre la oposición.
Sin oposición, la democracia habrá muerto
“Las democracias mueren cuando la gente deja de creer que el voto importa. La cuestión no es si se celebran elecciones, sino si son libres y limpias. En ese caso, la democracia produce una sensación del tiempo, una expectativa de futuro que tranquiliza al presente. El significado de cada elección democrática es la promesa de la siguiente” Timothy Snyder (El camino hacia la no libertad)
Comportándose como el PRI uruguayo -como le llamó nuestro Director, Graziano Pascale- el Frente Amplio monopolizado por el MPP mujiquista, zanahorias y garrote en mano, sale a comprar y disciplinar, lo que salga más barato según el caso.
Las ofertas de rendición, en algunos casos incondicional, en algunos otros esperanzados en obtener una generosa porción de las zanahorias disponibles, no permiten ser muy optimistas en cuanto a la firmeza opositora. La maquiavélica jugada armada desde la Chacra para comprarse dos votos en Diputados a cambios de ancianos en sillas de ruedas tal vez termine siendo innecesaria, toda vez que no parece difícil se consigan muchas más voluntades a mucho menor precio.
Por lo pronto, una guerrita en torno a los municipios parece más acorde con sus aspiraciones, en tanto ello les permita conservar sus respectivas parcelitas de presupuesto.
Huelga decirlo, eso es exactamente, lo que asegurará la existencia de un Partido hegemónico, que ejerza un poder concentrado en muy pocas manos, con pretensiones de eternidad.
Como el lector, que hasta aquí me haya acompañado podrá comprobar, el columnista no ha utilizado palabras tales como República, libertad ni independencia judicial porque, conviene según nuestro criterio, irse olvidando de tales ideales, guardándolas en todo caso, junto con las fotos de nuestra niñez y juventud, para, en las tardes lluviosas, sentarnos a añorar los tesoros perdidos.
Los que habríamos perdido por el solo discurrir de la vida, y estos otros, porque no habremos sabido cuidar de ellos.