
Relato de la secuencia de hechos que derivó en la trágica caída de la muy fiel y reconquistadora Montevideo. De cuando el coraje de muchos no alcanzó ante los errores e indecisiones de sus dirigentes.
Quizás se pregunte los motivos de porque realizar una crónica sobre aquellos hechos. En primer lugar, es que ocurrieron en estos días, pero de 1807. Luego, que distinguidos columnistas de Contraviento exponen cada semana sobre esa pasmosa costumbre uruguaya de reiterar errores e imprevisiones. Es entonces que al repasar aquellos tristes sucesos nos es posible encontrar actitudes y acciones que de modo sorprendente se proyectan hasta nuestros días. Esta crónica periodística, desplegada en cuatro sucesivos capítulos diarios, toma como base las documentadas obras de Carlos Roberts y Juan Beverina. Incorporando sustanciales aportes desde la óptica militar por parte de Albino, Buschiazzo, De Marco y el propio Beverina, entre otros investigadores, que nos permiten un acercamiento distinto a los desganados resúmenes que se suelen publicar.
Montevideo: cuadro de situación
En los años iniciales del siglo XIX la ciudad era una fortificación edificada sobre la saliente que cerraba la bahía de Montevideo. Sobresalían del perímetro amurallado dos cubos de baterías; uno al Sur, frente al Río de la Plata, y otro al Norte, frente al puerto. Defensa que se complementaba con baterías artilladas a cada cierta distancia. Vivían en ella, y alrededores, unos diez mil habitantes, mil de los cuales eran negros esclavos.
La plaza contaba en ese entonces con 44 cañones de 24 libras (con un alcance de 2,4 km), 17 cañones de 18; 18 cañones de 12 y 29 de calibres menores; entre ellos 5 obuses de 6 pulgadas y 11 morteros de 11 y 6 pulgadas. A cargo de este material estaba el Real Cuerpo de Artillería, integrado por una compañía de 100 hombres, y el Cuerpo de Artillería a caballo con dos brigadas y compañías que sumaba 4 cañones de 4 libras y 2 obuses de 6, cada una.
La ciudad tenía una pequeña fuerza naval. Unas 25 lanchas cañoneras (portaban cada una hasta dos cañones grandes y hasta tres de menor calibre), cinco faluchos como correos y transporte con Buenos Aires, más cinco bergantines artillados destinados a patrullar el estuario y las costas de Patagonia y Malvinas. A fines de 1806, ante una inminente invasión inglesa, se protegió la bahía con 12 de las cañoneras acoderadas con naves menores, formando una línea entre la batería de San José (puerto) y la batería de la Isla del Puerto o de Ratas. Dentro de la bahía el respaldo de 5 buques artillados.
Algunas deficiencias
No obstante, había sectores en que las murallas estaban debilitadas o en malas condiciones. “La Ciudadela adolecía de males de obra, ya que muchas veces se derrumbaban sus muros sin ser tocados por los mínimos proyectiles”, según señala el Cap. Marcelo Díaz Buschiazzo.
El frente terrestre de la fortificación, al Este y Noreste, debía mantener por delante, según el uso de la época, una zona libre de construcciones u obstáculos equivalente al alcance promedio de un cañón, unos 1.200 metros. Para tal fin se había amojonado un «cordón» que iba desde las aguadas hasta el Río de la Plata, demarcando así la zona libre para la defensa. Tal «cordón» seguía un trazado similar al de la actual calle Ejido.
Sin embargo, en esa área que debería estar libre de obstáculos, y hasta de árboles, se diseminaban caseríos, hornos de ladrillos y mataderos alternados por algunas pequeñas instalaciones militares. En total 136 edificaciones que demuestran el desdén sobre las normas y el espacio público que llega hasta nuestros días.
Otro aspecto negativo estaba en el cálculo para las defensas de Montevideo. La ciudadela había quedado por debajo de elevaciones cercanas y estas no habían sido convenientemente defendidas y artilladas. Hoy es sencillo de comprobar esta situación, situándose al pie del monumento en la Plaza de Cagancha, mirando hacia la Plaza Independencia e imaginando el panorama de entonces desde el punto de vista de un artillero.
Otras deficiencias
A pesar del mancomunado y exitoso esfuerzo militar entre ambas ciudades del Plata durante la invasión y reconquista de Buenos Aires, las relaciones entre las autoridades de ambas eran «tirantes», también las relaciones entre los propios integrantes de cada Cabildo.
El virrey Rafael de Sobremonte, que por su accionar durante la invasión a Buenos Aires, había sido destituido parcialmente por el Cabildo, quitándole el mando militar en favor de Santiago de Liniers. Por lo que Sobremonte se había trasladado e instalado en Montevideo el 12 de octubre, ante también la repulsa de los montevideanos. Si bien anunció que era para hacerse cargo de la defensa ante una posible invasión inglesa, solo traía consigo 729 hombres, de los más de 2.500 que había reunido para reconquistar Buenos Aires, pero que no participaron de las acciones. La mayoría de tal fuerza había sido reclutada perentoriamente y apenas pudieron se dispersaron.
El gobernador de Montevideo, Pascual Ruíz Huidobro, expresó que no aceptaría órdenes del parcialmente destituido virrey. De paso, tampoco aceptaría órdenes de Liniers. Por su parte, la gente común demostraba abiertamente el poco aprecio hacia Sobremonte. A tal punto que el Cabildo de Montevideo le sugirió que saliera de la ciudad para evitar problemas.
Primero se negó a tal posibilidad, pero luego decidió instalarse en Las Piedras, a cuatro leguas de la ciudad, con su corte y milicias, porque aún mantenía atribuciones de virrey hasta que se expidiera el rey en España. Desde Las Piedras ordenó al capitán de fragata Agustín de Abreu que con una fuerza de caballería de 400 hombres hostigara a los ingleses en Maldonado. Fueron derrotados en San Carlos, muriendo Abreu en la escaramuza.
En tanto, en Montevideo, Ruíz Huidobro, junto al Cabildo, conformaron gobierno que tenía una autoridad relativa, ya que todos opinaban y forzaban decisiones mediante ruidosas manifestaciones (algo impensado). Tal estado interno de casi anarquía se veía incrementado por el recelo de la tropa de tierra hacia los marinos de las cañoneras acusados de haber cometido supuestas cobardías ante la marina inglesa.
Si bien la guarnición de Montevideo contaba con unos 3.500 hombres, la mayor parte de esta fuerza eran milicias civiles, voluntarias o no, con escasa o nula instrucción militar, indisciplinadas y mal equipadas. Sumaban a 250 criminales sacados de las cárceles a cambio de integrar la milicia. Es así que la mayor experiencia en combate estaba en los cuerpos de dragones y húsares que participaron en la Reconquista de Buenos Aires.
En ese singular estado de preparación y moral interna, las velas inglesas aparecieron en el horizonte.
Fuentes consultadas:
Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806 – 1807). Carlos Roberts.
Las invasiones inglesas al Río de la Plata (1806 – 1807). Tomo II. Cnel.(R.) Juan Beverina. Círculo Militar. Biblioteca del oficial
La invasión inglesa al río de la plata entre 1806 y 1808. Actividades británicas desde el punto de vista naval. Vicealmirante Óscar c. albino
Análisis militar del asalto a Montevideo durante las invasiones inglesas. Cap. Marcelo Díaz Buschiazzo
Manuel Gracia Rivas. Relación del testigo presencial, teniente de navío de la Real Armada don Juan de Latre y Aísa, marino oscense, que por su condición de profesional de las armas, ofrece una visión de sumo interés de lo ocurrido.
Invasiones inglesas 1806 – 1807, estudio documentado. Guillermo Palombo.
La invasión inglesa y la participación popular en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires, 1806-1807. Pablo Andrés Cuadra Centeno/María Laura Mazzoni.
Los relatos historiográficos sobre las invasiones inglesas (1806 – 1807). Mercedes Giuffré.
La guerra de la frontera. Luchas entre indios y blancos 1536 – 1917. Miguel Ángel De Marco.
Historia argentina con drama y humor. Salvador Ferla.