
“En esta nota intentaré contar cómo siendo una niña viví los comienzos de la dictadura y la irrupción (y la seducción) de la izquierda en Uruguay”
Sucedió en un asado, hace unos meses: amigos, conocidos. De pronto, surgió el tema y nos pusimos a hablar todos de “nuestra” dictadura. Todos plus 50, de modo que muchos la vivimos en la infancia y otros en la primera juventud. Y fue una catarata de recuerdos. Nos íbamos pasando la palabra uno tras otro contando cómo vivimos la dictadura. Distintas miradas, recuerdos que surgían de pronto.
Y eso Intentaré hacer en esta nota: contar cómo –siendo una niña; tenía diez años en 1973- me fui enterando poco a poco de la dictadura y de la irrupción de la izquierda en la política del país (y en mi vida).
Mis primeros recuerdos de movimientos sociales violentos son muy claros. Yo iba a la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) y una tarde no pudimos salir porque habían tirado gases lacrimógenos. En ese momento, la sensación era simplemente de curiosidad y hasta diversión: nos lloraban los ojos ¿Qué pasaba? (éramos niños). Sabía vagamente de la existencia de los Tupamaros pero imagino que se nos evitaban los informativos por los hechos de sangre.
También en la ACJ algunas compañeras cantaban el jingle del FA. No me parecía bien, porque en mi casa había solo votantes. Y a mi madre no le gustaba nada la izquierda. Ella votaba a los colorados y mi padre se definía como de “zurda moderada”. Recuerdo que el día de las elecciones de 1971 nos visitaron unos amigos de mi padre y ambos tenían la escarapela del FA. También el disgusto de mi madre por eso. “Estos son comunistas”. Una visionaria. Y pensar que intenté durante años de convencerla de votar al FA. Jamás lo logré.
Había controles en la Interbalnearia. Al principio la suspensión de clases. Poco después (vivíamos muy cerca de la cárcel de mujeres), se cerró con barriles con portland todo el perímetro y en las esquinas se levantaron garitas (la calle Miguelete entonces era de dos manos; mi padre daba la vuelta en U para entrar al garaje yéndose sobre la garita para espanto de mi madre que invariablemente le decía que un día nos iban a disparar).
Por vivir tan cerca de la cárcel, solían “visitar” nuestra casa un par de militares que pedían para pasar a ver la bodega (nuestro lugar de juegos). “Amablemente”, pero sin dejar lugar a dudas de que iban a entrar. Cada vez que salía a la calle veía una camioneta con militares armados. Eran una presencia cotidiana.
Ya más grande, empecé a tomar conciencia de las libertades que faltaban. Cada tanto se hacía un control del largo del pelo de los varones (que no podía tocar el cuello de la camisa). La clase de Educación Moral y Cívica era de adoctrinamiento y era dada por unos semi analfabetos colocados a dedo. Uno de ellos era incapaz de decir “el objeto del derecho”. Para él, a pesar de nuestras insistentes correcciones era el ojebto. El insoportable, machacón “Comunicado de prensa de las Fuerzas Conjuntas”, con su música que se me grabó, infame.
Y de pronto me encontré buscando material que me confirmara que la dictadura estaba mal. Encontré el art.18 de las Instrucciones del Año XIII: “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos”, lo subrayé con furia y lo comenté en clase ¡Lo decía Artigas! La profesora (que cuando egresamos me dijo en privado que estaba de acuerdo en muchas cosas conmigo, pero no lo podía decir), me ignoró amablemente.
Y la alarma sonó más fuerte cuando mi padre por razones laborales viajó a Cuba y vinieron (sin violencia, pero vinieron) a revisar la biblioteca. Ahí, cuando escuché a mi padre decir: “Si vienen otra vez me voy a la m…”me di cuenta que estaba complicado.
No tengo recuerdos de “resistencia y lucha contra la dictadura” la mentira que luego se instauró como verdad absoluta. Desde 1973 acá no volaba una mosca. Recién cuando se empezó a dar una pequeña apertura (después del plebiscito de 1980), semanarios, compañías de teatro, murgas y radios hacían malabares para eludir la censura. La mayoría de izquierda. ¿Por ahí empezó el relato? Es probable, quizá empezó antes. Por lo demás si había resistencia, lucha, etc., era tan secreta que no la veía nadie. Ni un mísero volante vi, jamás.
Libros prohibidos, música; ausencia de libertades, épica de los movimientos de izquierda: la caída y el brillante discurso de Allende: mártires. La rebeldía de la juventud. El menú estaba servido. Mi padre murió en el 76. Para intentar saber qué le gustaba empecé a leer la gran y variada biblioteca que había dejado. Y encontré (en mala hora) a Eduardo Galeano. Pero allí empezó otra historia.