El 13 de febrero de 1973, en su espacio radial, el líder de la mayoría del Partido Nacional emitió sus primeras declaraciones públicas en relación a los sucesos de los pasados días.
Después de un mes de interrupción, aquí estoy nuevamente dispuesto a reiniciar el diálogo «que mantenía con ustedes desde hace mucho tiempo, diariamente, Hubiera deseado que esta reiniciación se produjera algunos días antes, cuando los sucesos que vienen conmoviendo la vida nacional, volvieron imprescindible, diría, mi contacto con ustedes para que tuvieran ocasión de oír directamente a través de mi voz, cual era nuestra posición ante estos problemas que la república está enfrentando.
Pero la función especial que se había asignado a esta emisora en la cadena de los mandos militares imposibilitó la reanudación de estas audiciones hasta el día de hoy. Solucionados los problemas, aquí estamos de nuevo y como el tiempo es escaso, vayamos directamente al tema.
¿Qué posición tenemos? ¿Qué posición tiene el Partido Nacional en la crisis político-militar, que se está desarrollando?
Contestémoslo. En primer lugar, afirmamos que hay, detrás de los hechos, en los hechos que se están desarrollando, mucho más de lo que puede decirse hoy. Algún día, que no será lejano, algún día muy próximo, podremos decir en detalle, sin causar daños a la república, a precisamente aquello que se quiere defender, cuánto hemos hecho ininterrumpidamente, sin descanso, para preservarle al país su sistema democrático de gobierno y sus instituciones históricas, esas que son casi definidoras de la nación. Y cuando esa historia se escriba, se verá con cuánta ceguera, con cuánta obstinación, con qué total ausencia de grandeza tuvimos que enfrentamos; se verá cuanta carencia de sentido político y de visión histórica encontramos nuevamente pero para eso, tiempo habrá.
Ahora, cuando se anuncia una distensión, cuando las aguas, si bien siguen bastante turbias, por lo menos no transcurren tan tumultuosamente, miremos un poco para atrás, no para cobrar cuentas, no para recreamos en la comprobación de que teníamos razón, sino simplemente para entender lo que está ocurriendo.
Esto, esto de hoy, esto de ayer, esto de la semana pasada, no es sino la consecuencia inexorable de las semillas que se fueron arrojando a la tierra. Cinco o seis años de progresiva pérdida de la conciencia de la legalidad. Burla reiterada de la constitución, de la ley, de las magistraturas de origen popular, juego político menor, sustituyendo los objetivos nacionales auténticos. Encubrimiento de una categoría de aduladores del régimen que exhibieron tanta deshonestidad como obsecuencia; simultánea pérdida -todo es lo mismo- del sentido nacional. Fraude electoral directo e indirecto para imponer la candidatura de un ciudadano sin vocación política, y sin posibilidad de comunicación emotiva con las multitudes y sobre todo, profundamente ajeno a los grandes problemas que el Uruguay enfrenta y a las maneras de resolverlos.
El nuevo gobierno comenzó siendo un pachequismo sin Pacheco; con todos los hombres de Pacheco, pero sin éste, y así, aunque no parezca, no quedamos mucho mejor que antes. Pero el nuevo presidente, sin embargo, tuvo su oportunidad, su gran oportunidad, como quizás nadie la tuvo antes. El nuevo presidente pudo exhibir ante el país su honradez personal, que nadie discute, su calidad de jefe de un hogar respetable, su condición de padre de una hermosa familia. Todos éstos son valores que cuentan, en una colectividad como la nuestra, donde afortunadamente predomina la escala de valores de nuestra clase media. Pudo aprovechar la confianza, que en principio le extendió, y la esperanza que en él cifró mucha gente, muchos de sus conciudadanos, seguramente muchos más que los que votaron por él. No lo supo ver. Pagó precios que no debió pagar, que no tenía derecho a pagar. No solamente que no necesitaba pagar, sino que no tenía derecho a pagar. Se rodeó de quienes, hasta por el prestigio de la magistratura que desempeñaba, no debieron estar a su lado. Prefirió los arreglos políticos menores, Con sus cuotas de reparto con sus objetivos secundarios.
El Partido Nacional le ofreció su colaboración, total y desinteresada, sin otra contraprestación que un programa de realizaciones de gobierno. En una carta que ustedes conocen que ustedes seguramente recuerdan, Carlos Julio Pereyra y yo le pedimos algunas de las cosas que ahora acepta de la imposición militar. Entonces no quiso, y así, prefirió intentar la división del partido tradicional adversario, y hacer un pacto menor, con algunos cadáveres políticos, que hoy se ve obligado a dejar sin sepultura a la vera del camino. ¡Ya qué precio! ¡Qué precio! Porque no es cosa buena para el país esta abdicación, primero de la dignidad y ahora de las competencias constitucionales del jefe de estado. Las fuerzas militares que hoy imponen condiciones programáticas al presidente de la república, y en los hechos, a través suyo, a todo el sistema político nacional, infieren un grave daño al país. Y esto con absoluta prescindencia de la justicia de los postulados, que sostienen, de la honradez -que nadie pone en duda- con que se invocan estos valores. Las Fuerzas Armadas, que hoy imponen condiciones programáticas, repito, al presidente de la nación, y que éste acepta (las mismas condiciones que antes se negó siquiera a considerar), no están habilitadas constitucionalmente para gobernar la república pero tampoco están capacitadas para hacerla.
No estoy pensando en la falta de competencia o de especialización de sus integrantes, que existirá o no, como muchas veces no existe, desdichadamente quizás las más, entre los políticos o entre quienes se denominan tales. Yo estoy pensando en otra cosa, estoy pensando en que la propia estructura de la organización castrense no proporciona, por su misma esencia, la flexibilidad indispensable para enfrentar una realidad fluctuante y sobre todo, estoy pensando en que la organización militar carece de los modos de captación de las inquietudes populares.
Eso que los partidos políticos y sólo los partidos políticos pueden dar. Claro que acá es difícil de ver, que a veces resulta imposible ver, sobre todo de cerca, cuando no se mira al partido sino al partido destruido, inexistente, cuando no se ve al político sino al politiquero concreto, a veces al concreto ministro deshonesto o al edil delincuente. Y claro, nadie sale a luchar en defensa de meras abstracciones.
Pocos son los capaces de desentrañar, con adecuada perspectiva, en el episodio concreto, todo lo que implica de futuro. Es muy difícil ver cómo determinadas rupturas, aun cuando pudieran solucionar problemas a corto plazo, no hacen sino agravarlos para el futuro. Pero nadie sale a luchar, repito, en principio, en defensa de meras abstracciones. Y por eso, el llamado angustioso del señor presidente de la república pidiendo a su pueblo que acudiera en defensa de las instituciones, dirigido a todos sus conciudadanos, por la radio, por la televisión, apenas atrajo a 150 ó 200 personas, que más no había, frente a los balcones de la Casa de Gobierno, y eso se explica.
Porque la gente que hubiera podido ir a la Plaza Independencia a defender las instituciones, hubiera mirado hacia arriba y hubiera vuelto a sus casas, al ver el espectáculo, que se le ofrecía desde el balcón. ¿Quién va a salir a defender a la presidencia, si en ella ve al actual presidente, pero sobre todo, detrás de él al señor Gari o al señor Pereira Reverbel, o a cualquiera de sus similares? Por eso es que hoy las instituciones se tambalean ante la indiferencia popular.
Para el Partido Nacional es muy clara la conducta a asumir. No nos sirve el gobierno del señor Bordaberry, porque no le sirve a la república, naturalmente. No nos sirven los salvadores autodesignados, cualquiera que pudiera ser la honradez de su intención. Y si las magistraturas constitucionales son débiles, hay un solo modo de defenderlas, que es hacerlas pasar por el baño lustral de la investidura popular.
Consúltese al pueblo de la república y estese a lo que él decida. No hay, no puede haber otro camino, a pesar de que muchos hoy lo anden olvidando.
Algunos que estaban acostumbrados a ello y otros que acuden presurosos, quizás cansados de tanta lucha, a subirse al carro del vencedor.
Nosotros seguiremos nuestro camino, que a veces tendrá, ante los obstáculos, transcurso sinuoso, pero siempre perseguirá un mismo objetivo nacional, y no nos apartará de nuestros ideales ni nos hará flaquear en nuestra conducta.
Repito: consúltese al pueblo, él dirá su palabra. Y cúmplase su decisión. Va en ello el honor nacional, va en ello el destino de nuestra tierra.