Por Denise Aín
Siendo yo bastante chica, recuerdo a mi madre poner fin una una pelea entre
hermanas diciendo: “tratarlas por igual no quiere decir darle a cada una lo
mismo, sino darle a cada una lo que necesita”.
No sé qué edad tenía yo en ese momento, lo cierto es que esas palabras, no
sólo pusieron fin a una discusión, sino que marcaron la ópitica con la que hasta
el día de hoy entiendo la mayor parte de las cosas de la vida: las mundanas, y
las otras.
¿Por qué comparto aquí este recuerdo infantil? Porque es con esa premisa, con la que también concibo el tema de la discapacidad y la inclusión (o no).
Por suerte (y porque la sociedad va madurando en algunos aspectos) desde
hace unos cuantos años el tema de la discapacidad se ha instalado en la
agenda pública, al punto de que resulta incuestionable que en todos los
ámbitos, las personas con discapacidad (PcD) sean consideradas a efectos de
favorecer y contemplar su derecho a la inclusión y a la participación plena.
Incuestionable no significa que ninguna batalla esté ganada ni mucho menos,
pero aún a pesar de que el tema sea objeto de buena cuota de hipocresía, de
mezquindades políticas de todo tipo y color, o de que se le imprima un
romanticismo poco ajustado, pensar que es lo mismo el tratamiento de la
discapacidad hoy, que hace medio siglo atrás, sería desconocer la realidad.
Los avances
Despúes del ámbito legal, es especialmente en el ámbito educativo, en que creo que pueden reconocerse los mayores avances, y en el que se han
propiciado los más importantes debates en el intento de instalar políticas que
respondan al universo más amplio posible en este caso, de alumnos.
Ese esfuerzo transformador, ha estado claramente orientado a estimular la
inclusión en las instituciones regulares, partiendo del entendido de que ésta
no sólo supone un derecho y un beneficio para la PcD, sino que también lo es para el resto del grupo y la institución.
En ese sentido, al menos en cuanto a aspiración o expresión de deseo, la
mirada ya no está puesta en homogenizar, sino justamente, en reconocer, respetar y atender a la diversidad.
Con o sin discapacidad, se entiende que todos tenemos distintas formas de
aprender, distintas motivaciones, fortalezas, tiempos, formas de vincularnos con el objeto de aprendizaje, por nombrar algunas pocas cosas de las infinitas que nos diferencian.
En ese sentido, aunque a un ritmo algo lento, también se han ido desarrollado y
difundiendo nuevos modelo pedagógicos, que aspiran justamente a atender la
diversidad en terminos amplios, y con ella, a la discapacidad.
Hasta aquí se podría decir que existe (o ha comenzado a existir) cierto
consenso: Lejos de tener que ir a Escuelas Especiales, las PcD debieran ser
incluidas en las escuelas regulares, porque además de ser un derecho,
significa un beneficio para todas las partes.
Ese consenso, que a priori resulta ser el reflejo de una sociedad que
evoluciona, a mi juicio, no sólo puede inhibirnos de hacernos algunas preguntas obligadas, sino lo que es más grave, puede arrojar a muchas personas a la más profunda soledad cuando nos corremos del plano de las expresiones de deseo, al de la realidad.
¿Qué más real y cotidiano que insistir en explicar a los padres de chicos con
discapacidad que“la escuela tiene la obligación de aceptarlo/a” o que “la
escuela no puede rechazarlo porque asistir es su derecho”?
Paradójicamente, en el mismo acto en el que se procura dar
segurida/tranquilidad a las familias, se les está diciendo que la inclusión de su
hijo no tendrá chance de éxito.
¿Cómo podría ser incluido genuinamente, un niño al que se le abren las puertas SOLO porque la ley lo ampara en su derecho a asistir?
En defensa de las Escuelas Especiales
En ese escenario: ¿Es esa escuela regular la mejor escuela para ese niño?
En los hechos, muchos chicos y sus familias no sólo deben batallar con todas
las las barreras y dificultades que acarrea la situación de discapacidad (del tipo que sea), sino que a ello se suma, el peso, el esfuerzo, el dolor, la frustración
de intentar formar parte de una escuela que no los expulsa (directamente)
SOLO porque no sería legal (ni bien visto).
Que un niño sea y se sienta incluido, sólo es posible en la medida de que ello
suceda “con todas las de la ley”, y no “por la ley”.
Este es uno de los muchísimos motivos en mi defensa de las Escuelas
Especiales.
Otro, resulta de no considerar que el concepto de discapacidad abarca una
infinidad tal de dificultades (físicas, intelectuales, socioemocionales,
discapacidades múltiples), a su vez con distintos niveles de severidad o
afectación, que hacen imposible no considerar que cada quien tiene
necesidades extremadamente diferentes.
Volviendo al inicio, sostengo que la clave está en entender que procurar
equidad en materia de oportunidades educativas, no se hace dando a todos lo
mismo (la escuela regular), sino dando a cada uno aquello que efectivamente
necesita.