
Más que las novedades políticas sobre renuncias y enfrentamientos, más que los comentarios deportivos y hasta por encima de las incidencias climáticas, la atención en el último tiempo ha estado dominada por el agua de OSE que, sin apartarse aún de la potabilidad, al menos en la zona metropolitana ha dejado lejos aquello de “incolora, inodora e insípida”.
En realidad, la ausencia de olor es algo que solo resiste en la memoria, en tanto desde tiempo atrás es perceptible la presencia de cloro, que ha venido en aumento en los últimos años. A esto se suma ahora un cambio en la salinidad, que afecta directamente al sabor e, indirectamente a otras condiciones.
Ahora bien, esta situación que hoy reclama soluciones tan radicales tiene origen en acciones y omisiones de antaño, que deben ser consideradas en su conjunto a la hora de analizar el tema. Empecemos, pues, por el principio.

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