Por Denise Aín
Todos aquellos que somos padres, en algún momento hemos tenido que resolver el difícil dilema de elegir (en la medida de las nuestras posibilidades) el mejor jardín / escuela / liceo para nuestros hijos.
Ahora bien: ¿De qué hablamos cuando nos refierimos a la “mejor escuela”? (Abarco con el término “escuela” a cualquier institución educativa sin importar el ciclo o nivel).
Obviamente cada uno de nosotros ponderará cosas muy diferentes: la calificación de los docentes, las condiciones locativas, el énfasis que den a los valores/creencias con los que nos identificamos, el nivel de exigencia, el acceso a tecnología, la enseñanza de idiomas, la cercanía, la oferta de actividades extracurriculares, por nombrar sólo algunas pocas.
Una escuela uruguaya entre las diez mejores del mundo
Más allá de cuáles sean los requisitos para cada quién, en última instancia, podríamos decir que la mejor escuela, es aquella que mejor contemple nuestras expectartivas en relación a los que creemos que son las necesidades educativas de nuestros hijos en un momento dado.
Ahora bien: más allá de la órbita individual, obviamente exiten parámetros algo más objetivos para determinar cuales son las “mejores escuelas”, de allí que a lo largo y ancho del mundo, las instituciones educativas (y en particular las universidades) se rankean en función de determinados atributos.
Para quienes habitualmente nos informamos de las noticias del día, ya no será sorpresa (pero sí motivo de orgullo) saber que pocos días atrás, la Escuela Rural N° 67 de Salto, ubicada en Pueblo Olivera, que cuenta con dos docentes y 23 alumnos, fue distinguida por la fundaciónT4 Education, como una de las diez mejores escuelas del mundo.
Esta distinción fue otorgada según la organización que premia, porque “A través de sus incansables esfuerzos, la pequeña escuela de dos maestros no sólo abordó un problema de la vida real que había estado dañando a su comunidad, sino que también creó conciencia sobre la importancia de la calidad del agua al tiempo que destacó la necesidad de investigación en ciudades pequeñas y remotas”.
La realidad que se presentaba, era que los alumnos sufrían cuadros gastrointestinales de manera frecuente, de los que se desconocían las causas.
A partir de observaciones, entrevistas, y del trabajo en red que impulsaron con Intendencia, Municipio y Udelar, pudieron constatar que el agua de pozo del pueblo no era agua apta para el consumo humano.
Frente a esta situación, los niños lograron la dificil tarea de concientizar e involucrar a las familias y a la población toda, a buscar soluciones como lo fue la instalación de un clorador en la bomba que potabilizara el agua, además de analizar semanalmente el nivel de cloro.
En suma: esta comunidad educativa partió de identificar un problema, delimitarlo como objeto de estudio, plantearse hipótesis causales, contrastarlas con la realidad, y buscar soluciones prácticas a ese problema.
En otras palabras, lo que hizo la escuela, fue HACER CIENCIA APLICADA, y con ello, mejorar la calidad de vida de todo el pueblo, que cuenta con 200 habitantes.
El trabajo que llevaron a cabo, lo hicieron con la metodología ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos) que en este caso, tuvo por ejes las competencias Ciudadanía y Comunicación, y lo abordaron con un enfoque de Educación STEAM (acrónicmo de los términos en inglés Science, Technology, Engineering, Arts y Mathematics).
Este enfoque se caracteriza por propiciar el aprendizaje interdisciplinario, INTEGRADOR, en base a PROBLEMAS REALES y creando contextos de aprendizaje SIGNIFICATIVOS. En ese marco, es que se ponen en juego conocimientos de ciencia y tecnología, el aprendizaje con recursos digitales, el desarrollo del sentido crítico, la capacidad creativa y de comunicación, así como el trabajo colaborativo y la autonomía de los estudiantes, que en el caso de la escuela N°67 de Salto, van desde nivel inicial (4 años) hasta 6° de primaria.
Esta escuela ya tenía experiencia acumulada a partir de otras investigaciones por las que también recibió premiaciones a nivel nacional, de modo que esta forma de trabajo, seguramente ya formara parte de la cultura institucional.
Otro dato no menor, es que sus docentes (Aldana Antúnez y Pablo Santurio) cuentan con formación permanente, en algún caso a partir de becas obtenidas en el exterior y más concretamente en Chicago.
Volvamos nuevamente a la escuela de nuestros hijos, esa que elegimos como “la mejor escuela” para nosotros, y hagamos el ejercicio de pensar, si alguna vez vimos a nuestros hijos investigar científicamente.
Supongamos en el mejor de los escenarios que sí, para hacernos otra pregunta:
¿Alguna vez investigaron sobre un problema REAL, que los involucrara emocionalmente, y que por ello consituyera un aprendizaje sitnificativo?
¿Alguna vez habrán tenido nuestros hijos en esa “mejor escuela” la vivencia de que algo de lo que aprendían era útil a efectos de cambiar una realidad determinada para mejorarla?
¿Qué valor tiene el aprendizaje, si no conlleva una fuerza transformadora en nosotros y/o en nuestra realidad más, o menos inmediata?
¿Es posible concebir el aprendizaje, sin que el objeto de conociento y/o el proceso de aprender movilice en nosotros algún tipo de emoción particular?
Una explicación del fracaso escolar
Más allá (o más acá) de nuestros hijos, quizá estas preguntas sean insoslayables a la hora de intentar explicar justamente el otro polo de la educación: el de los peores resultados, el del “fracaso escolar”, el de la desmotivación de estudantes y docentes, el del abandono y la deserción.
El sistema educativo tiene mucho por cambiar, pero si algo creo (y por eso traigo el ejemplo de esta escuela de Salto), es de que sólo tendremos mejores escuelas y oportunidaes de aprendizaje en la medida de que éstas, como comunidades, logren plantearse buenas preguntas: preguntas reales, significativas y emocionalmente movilizantes en el más positivo de los sentidos.