
En el curso del homenaje a Manuel Flores Mora tributado en la Biblioteca Nacional, al cumplirse el centenario de su nacimiento, el profesor Gustavo Toledo tuvo a su cargo trazar una semblanza del gran político e intelectual compatriota. Ofrecemos a los lectores de CONTRAVIENTO la versión completa de su disertación, que es una aproximación amplia y detallada a la trayectoria del siempre recordado Maneco.
Por Gustavo Toledo[1].
Mi intervención no estará centrada en el recuerdo personal, que desafortunadamente no poseo, ni en el abordaje de su derrotero como servidor público, insoslayable por otro parte, en tanto fue diputado, senador, ministro y una figura clave de su partido, el Partido Colorado, sino en la lectura y análisis de su trayectoria intelectual.
Justamente, me parece valioso y necesario rescatar en esta hora al intelectual que se esconde detrás del político, o, más aún, al político-intelectual o al intelectual-político, como más guste, en cuanto tiene de singular (cada uno es uno y su circunstancia, como se sabe), pero también en cuanto tiene en común con otros tantos que antes y junto con él combinaron ambas dimensiones.
Vale distinguir esta categoría de la de político-culto, que los hubo muchos y muy destacados, en un aspecto preciso: si éste se define por su instrucción o por sus lecturas, que en ocasiones pone al servicio de un objetivo corto (sea de carácter electoral o propagandístico), aquel lo hace movido por un propósito de mayor enjundia, por una búsqueda constante, a veces empinada, en la que confluyen el deseo de comprender y explicar (la docencia) y el de transformar la realidad en función de una idea, una tradición o un conjunto de valores (la política en su mejor expresión) .
A propósito, su hijo, Manuel Flores Silva, en una nota para el Semanario Reconquista, lo definió hace un tiempo como un “intelectual de la acción” (a menudo incomprendido tanto por los intelectuales puros como por los políticos puros), en la línea de Emile Zola o André Malraux, por quien, en esa doble condición, “Maneco” sentía profunda admiración. Admiración que pudo demostrarle in situ, cuando de visita en Montevideo, en 1959, el ministro de Cultura de De Gaulle dio una conferencia en el Teatro Solís y ésta fue interrumpida por una manifestación estudiantil, que lo acusaba de colonialista. A la salida hubo incidentes, y al lado de Malraux, se vio a un joven diputado colorado en guardia; sí, no era otro que Maneco”[2].
Si bien la mayor parte de su vida transcurrió entre clubes seccionales y redacciones, entre la militancia partidaria y el desempeño profesional del periodismo, conservó intacta su vocación literaria, que se remonta a sus tiempos de estudiante, cuando el azar lo cruzó a principios de los años treinta, en las aulas del Liceo Francés, con quien luego se convertiría en su amigo personal, socio en varios proyectos intelectuales y concuñado, Carlos Maggi. También con Emir Rodríguez Monegal, pero esa ya es otra historia.
Allí, ambos jóvenes comenzaron a despuntar su común afición por la escritura. Maggi, a través de un diario mural (“Nimbus”), escrito a mano, en el que comentaba los últimos sucesos de la clase, que recogía en una cartulina que colgaba en la pared; y “Maneco”, a través de otro, escrito a máquina, llamado “En voz baja sobre el Nilo”, en el que abordaba con el mismo talante las Guerras Médicas, pero con los personajes de la clase.
El periodista y el literato comenzaban a darse la mano, al tiempo que emergía el compromiso político, saliendo con otros amigos del liceo a pegar carteles contra las potencias del Eje y a tirarle piedras a la vidriera de un diario filo fascista en plena calle 18 de julio.
«Gran Premio Presidencia de la República»
En 1941, con 18 años “Maneco” y 19 Carlos, se embarcaron en una aventura que les abrió las puertas del gran público. Suena exagerado, pero no lo es. Se presentaron a un concurso de ensayo histórico, que tenía por tema “José Artigas, primer estadista de la revolución”. Con la ayuda de los historiadores Eugenio Petit Muñoz y Edmundo Narancio, quienes les abrieron las puertas de sus bibliotecas, y tras seis meses de arduo trabajo, se hicieron con el “Gran Premio Presidencia de la República”, convirtiéndose en los responsables del primer bets-seller de su generación, ya que el Consejo Nacional de Enseñanza Secundaria dispuso un tiraje de 20.000 ejemplares que distribuyó en todos los centros educativos del país.
Como si esto fuera poco, el SODRE se interesó en hacer una versión radial del texto, “Vida de Artigas”, que fue grabado por la Comedia Nacional, en diez episodios. Tres años después, Narancio los convocó como ayudantes de investigación del Archivo Artigas con la misión de copiar documentos en Buenos Aires, lo que los llevó a radicarse durante cuatro meses en la vecina orilla. En 1950, en el centenario de la muerte del prócer, el diario “El País” publicó un libro en su homenaje, donde se incluyen trabajos de ambos, y en el que “Maneco” perfila un Artigas austero, popular, republicano.
Según Maggi, eran tiempos marcados por el deseo de escribir y por la “pedantería”. Un fragmento de “Monumento al doble genio”, escrito a cuatro manos, da cuenta de ello:
“Dichosa edad aquella, ¡edad feliz!
en que brillen los hombres por su ingenio
y quien nos mire incline la cerviz!
entonces tú serás, cartón endeble,
monumento elevado al doble genio
recuerdo alentador, marca indeleble!
Antes, en 1942, vio la luz “Ápex”, una revista cultural pretensiosa y efímera, impulsada por ambos en compañía de Rubén Larra, seudónimo de Benjamín Oppenheim, y Leopoldo Novoa. Pese a que el propósito de la publicación era darle cabida a los jóvenes, proclamando jactanciosamente que “todavía no existía un arte uruguayo…” (afirmación que enardeció, según dicen, a Paco Espínola) se destacó sin embargo por el aporte de veteranos ya consagrados, como Juan José Morosoli o Joaquín Torres García, quien les confió el único texto literario que escribió en su vida (“Divertimento”).
Entre el primer y segundo número de “Ápex”, se produjeron dos hechos trascendentales: por un lado, el dúo dinámico estrechó contacto con Juan Carlos Onetti (en verdad, “Maneco” ya lo conocía de la agencia de noticias Reuter, que éste regenteaba, y a la que se había incorporado con 17 años), y, por otro lado, desembarcaron en el Café Metro, erigido en centro de operaciones de lo más granado de la intelectualidad montevideana, pegado casualmente a la agencia de noticias, donde paraban entre otros Mario Arregui, Liber Falco y el propio Onetti.
Onetti y Bergamín
Vale decir que el autor de “El Pozo” se convirtió en un maestro para ambos jóvenes, no sólo por la influencia que ejerció sobre ellos, lo que se evidencia en su escritura (“réplicas algo más jóvenes y optimistas”, dirá el implacable Rodríguez Monegal), sino también porque los acercó a los grandes autores de la literatura universal: Dos Passos, Faulkner, Hemingway, Frank…
Otro referente ineludible fue José Bergamín, poeta de la Generación del 27, afincado en nuestro país. De su mano, Maneco se acercó a lo mejor de la literatura española: Quevedo, San Juan de la Cruz, García Lorca, Miguel Hernández… Bergamín llegó a Montevideo en 1947, dispuesto a dictar un curso en la Facultad de Humanidades, invitado por su decano, el filósofo Carlos Vaz Ferreira. Poco después, se incorporó como catedrático de Literatura Española, y, en 1948, se instaló en Uruguay. Su estilo concordaba con el espíritu informal que inspiraba el plan de estudios de Vaz Ferreira y gracias a esas clases, que terminaban casi siempre en el café, el poeta español logró concitar la adhesión casi religiosa de un grupo de jóvenes escritores entre los que se encontraban Carlos Maggi, Ida Vitale, Ángel Rama, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer y el propio “Maneco” Flores Mora. Maggi, aficionado a los neologismos, llamó “entrañavivista” a ese grupo que rodeó a Bergamín y alentaba la idea de una literatura viva.
El tercer maestro que guio sus pasos en el mundo de las letras fue Francisco “Paco” Espínola, por quien Maneco sentía verdadera devoción en lo personal y en lo literario. Con Maggi, asistieron a su curso sobre el Canto V de La Odisea, contagiándoles el amor por los clásicos.
Entre 1947 y 1950, colaboró con varias revistas culturales, “Clima” y “Escritura”, donde dejó su sello.
Como periodista, Maneco comenzó su actividad profesional en “El Diario de la noche” haciendo crónica parlamentaria. Poco después, Carlos Quijano lo convocó para que se sumara a “Marcha”, en la que llegó a dirigir su página literaria, y por ese entonces empezó a hacerlo también en “El País”, donde adquirió fama como periodista deportivo bajo el seudónimo “Salvaje”, que rememoraba el modo en el que el caudillo bonaerense Juan Manuel de Rosas denominaba a los colorados durante la Guerra Grande.
Cuando Luis Batlle Berres fundó el diario “Acción”, en 1948, lo mandó llamar para que se incorporase a su redacción a sabiendas de su filiación batllista. No se conocían personalmente. Batlle, era presidente de la República en ese momento, y Maneco entendió inconveniente aceptar el convite[3]. Recién lo hizo cuando éste dejó el poder, colaborando con el diario quincista desde 1952 hasta 1964. También lo hizo con el “Semanario Canelones”, que dirigió en 1953-1954, donde comenzó a tallar la pluma de nuestro compañero de mesa, el Dr. Julio María Sanguinetti.
Luis Batlle
En “Acción”, además de una escuela de formación política y un espacio de pertenencia, encontró una segunda referencia paterna y un puente con otro tiempo.
Dice el propio Maneco:
“Luis Batlle era uno de los hombres que nos comunicaba con los muertos. (…) Y cuando digo que nos comunicaba con los muertos, desde los cuales venía, era porque con él estaban vivos de algún modo sutil, casi remoto. Nadie es jefe en virtud de su fuerza, nadie como consecuencia de su energía o razón. La jefatura no es el arte prepotente de someter a los demás. Por el contrario, es el de levantarlos desde su mera condición individual a la dignidad colectiva. Jefes son los que nos comunican con el pasado, los que nos entregan por nuestras propias fuerzas la inalcanzable corriente que viene desde tan atrás, los que por eso mismo, con una naturalidad sin esfuerzo, son capaces de indicarnos el rumbo.”[4]
La poeta Ida Vitale nos recuerda en una columna de su autoría que “el joven recién casado que prefirió gastar el dinero recibido por los novios en comprar el retrato de su antepasado Venancio Flores por Joaquín Torres García, aunque luego y por algún tiempo la pareja careciera de mesas y de sillas, siguió fiel hasta el fin de su vida a la convicción de que el pasado histórico encierra la salud posible del presente político. Con razón o sin ella, al aceptar la defensa de su divisa, optó implícitamente por un estilo indiviso, entre presente y pasado, por un estilo que reafirma los escasísimos elementos peculiares de una historia que tiende a ser arrastrada por la vorágine de intereses mundiales.”[5]
Carlos Real de Azúa describe el firmamento cultural de los años cincuenta, identificando varias constelaciones de escritores e intelectuales configuradas en torno a distintos liderazgos y espacios partidarios, y en especial una intelectualidad “berrista”, en la que se destacaban Carlos Maggi, Ovidio Fernández Ríos, Juvenal Ortiz Saralegui, Alba Roballo, Luis Hierro Gambardella y el propio Maneco[6].
Con ello, vino la subdirección de “Acción”, la militancia política, diecisiete años de actividad parlamentaria, entre 1954 y 1971, dos ministerios y una audición radial (“La Hora de Lucha Colorada”) con la que intentó contrarrestar las diatribas antibatllistas de Benito Nardone, Chicotazo. Un derrotero que sus maestros y compañeros de la generación del 45 nunca vieron con buenos ojos y sintieron como una pérdida para las letras.
Tras el cisma que precedió a la muerte de Batlle Berres y a su alejamiento de “Acción”, retornó al periodismo en el diario “El Día” a mediados de los setenta, ya en dictadura. Antes, había regresado a su primer-gran-amor: la literatura. En esos años escribió tres obras de teatro (“Casandra”, “El Senado” y “Trastámara o el límite”, basada en los tiempo de Juana la Loca; incluso, según algunas versiones, podría haber una cuarta, titulada “El Tristán”, pero su paradero es por ahora desconocido), y una novela inconclusa, “Alba de Tormes”.
El guionista
Hay en su haber además un guion de cine, “El Cementerio”, y varios de “Los Risatómicos”, un programa de humor en radio “El Espectador”, al que llegó también en compañía de su amigo Carlos Maggi.
En 1982, reingresó a la política con vistas a las elecciones internas de los partidos políticos y fundó el semanario “Radical”; y a fines de 1983, cuando aparece “Jaque”, se hizo cargo de las “Contratapas” (tal como antes lo había hecho en “Marcha”), desde las que aguijoneó de modo constante e inmisericorde al régimen de facto, procurando despertar conciencias adormecidas. Así, viernes tras viernes, él mismo se convirtió en un puente entre el presente y ese pasado que se había decretado extinto. Se despidió de la vida y la literatura con una contratapa célebre, entrañable, dedicada a su amigo y colega Mario Arregui:
Dice Maneco:
“A su respecto (de Mario) he estado dos veces heroico. Las veces que lo visité en Impasa no se me movió un musculo. Sólo después de salir de la sala, fuera ya de su vista, lloré sin consuelo. La segunda vez esta nota. Mira, lector, la casi liviandad con que está escrita. Después de mi firma, sin embargo, viene mi libertad. Deja que me vaya con mi dolor, con el recuerdo de Mario y con el llanto.”
Murió el 15 de febrero de 1985, el día que se reestablecían las instituciones y el país se reencontraba consigo mismo.
Amanda Berenguer, amiga y compañera de generación, en su poema “Viaje”, se pregunta:
“¿Dónde estará tu gesto, Manuel Flores.
el aire altivo y dulce de tu cara,
cuando mueran los álamos que vemos,
cuando el gesto de todo se confunda y un
olvido de cal dejen los huesos?”.
[1] Profesor de Historia, investigador de la Biblioteca Nacional del Uruguay.
[2] Flores Silva, Manuel: “Recuerdos republicanos de Maneco”, Semanario Reconquista, 2011.
[3] “Un día había una muchacha, una limpiadora que era polaca y trabucaba todo, y un día llegué yo a casa a eso de la una, y me dice: ‘lo acaban de llamar por teléfono’. Le digo ‘¿quién?’. ‘Uno que se llama igual que el Presidente’. Le pregunto ‘¿cómo?’ Y me contesta: ‘uno que se llama Luis Batlle’”, en “Maneco: todo en prosa”, entrevista de Néber Araujo y Jorge Traverso a Manuel Flores Mora en Radio Sarandí, publicada por el Semanario Jaque, viernes 1 de marzo de 1985.
[4] Flores Mora, Manuel: “Gratitud y cariño. Homenaje a Luis Batlle”, Diario Acción, Suplemento Especial, 15 de julio de 1965.
[5] Vitale, Ida: “Manuel Flores Mora, indiviso”. Semanario Jaque, viernes 22 de febrero de 1985, p. 14.
[6] Real de Azúa, Carlos: “Partidos Políticos y Literatura en el Uruguay”, Tribuna Universitaria 6-7, Federación de Estudiantes Universitarios, Montevideo, 1958, p. 127.