“Por eso es común encontrar en las democracias un liderazgo competente para ganar elecciones, pero una cierta incompetencia para gobernar”.
Tratando de comprender las motivaciones de por qué los ciudadanos elegimos personas en lugar de planes de gestión, encontré esa frase en el libro “El líder sin Estado Mayor. La oficina del presidente”, de Carlos Matus. El autor fue ministro de Economía de Salvador Allende. Por lo tanto, insospechado de sesgo ideológico de «ultraderecha», según la moda actual.
Si bien se entiende como ideal y más apropiado que los ciudadanos de un país o región elijan sus representantes por sus propuestas de gestión, la realidad indica que estos son elegidos mayormente por factores emocionales. Asociando aquí, si se me permite y de modo arbitrario, la afirmación del zoólogo Desmond Morris: “… a pesar de su gran erudición, el Homo sapiens sigue siendo un mono desnudo; al adquirir nuevos y elevados móviles, no perdió ninguno de los más viejos y prosaicos”.
Luego, el autor de “El mono desnudo”, agrega: “Esto es, motivo de disgusto para él; pero sus viejos impulsos le han acompañado durante millones de años, mientras que los nuevos le acompañan desde hace unos milenios, como máximo”. En resumen, continuamos eligiendo líderes como nuestros ancestros los Homo sapiens. Dicho esto sin ánimo ofensivo, solo descriptivo y con la intención de estimular la toma de mejores decisiones electivas con base en estudios mundialmente conocidos.
Matus, señala en su libro: “El concepto de liderazgo destaca la capacidad de algunos individuos para conmover, inspirar, movilizar y guiar a las masas populares, de manera que entre ellas y él se crea una alianza, en parte emocional y en parte racional, que los hace marchar juntos hacia el éxito o la derrota”. A pesar de esta aparente unión civil entre líder y votantes, lo cierto es que quienes sufren las consecuencias de malas elecciones son… solo los votantes. Nada más.
Emocionalidades montevideanas
Este preámbulo sirve para analizar brevemente el actual frontispicio electoral. Logrado, una vez más, el objetivo de respetar nuestras raíces ancestrales, nos encontramos ante la disyuntiva de elegir en poco tiempo más a quién dirija la Intendencia de Montevideo, y alguna otra, también.
Algunas agrupaciones y partidos han lanzado ya «nombres». Ninguno de ellos un plan de trabajo concreto. En el mejor de los casos, se ha visto una lista de tareas a realizar sin especificar qué, cómo ni cuándo. Propuestas que, analizadas bajo la lupa del Teorema de Baglini, se ven como buenas intenciones, aunque de escasas posibilidades de concretar.
Lo que nos llega con mayor énfasis, e incluso ímpetu, son consideraciones generales sobre las aptitudes morales o administrativas de los «nombres» lanzados. Se entienden como testeo previo de las “emocionalidades montevideanas” a fin de saber si avanzar o no. En definitiva, se propone elegir otra vez por cualidades personales y no por el compromiso de realizar un grupo de acciones que signifiquen alivio, ventajas o mejoras a los ya vapuleados habitantes de la «muy fiel y reconquistadora» Montevideo.
Llamado a la solidaridad
Es así que se requiere de quienes se presentan como precandidatos propuestas concretas con nombres de los responsables, plazo de ejecución y resultados a obtener que serán mensurables y públicos. Desde ya que ninguna propuesta de acción concreta puede estipular un plazo mayor a los primeros 60 días de gestión. Por la sencilla razón de que todo es en extremo urgente.
¿Parece excesivo? Quizás. Pero es así como se gerencia en la actividad privada. Se realizan estudios de mercado. Se trazan objetivos mensurables y útiles para el crecimiento patrimonial de la empresa. Quedando la estabilidad gerencial ligada al cumplimiento de tales objetivos. Por qué, entonces, no obrar igual en la gestión pública. Se lograría efectividad, posiblemente.
Fuentes consultadas:
“El líder sin Estado Mayor. La oficina del presidente”, de Carlos Matus.
“El mono desnudo”, de Desmond Morris.
Teorema de Baglini.