“De cómo una pequeña isla del Caribe explota por seis décadas el sentimiento de culpa de sus víctimas, y de cómo la claque progre aplaude y no deja de aplaudir…”
La sexagenaria tiranía castrista
Los regímenes totalitarios de corte marxista-leninista de línea estalinista son todos iguales, aunque llegado el caso, unos sean más iguales que otros.
La sexagenaria tiranía castrista es uno de ellos, de los más iguales. En lo que respecta a cómo mantener por tanto tiempo tamaño anacronismo, encontramos que la base es siempre la misma: el relato, único y permanente, la deriva orwelliana de neo-lengua y doble-pensar donde la libertad es la esclavitud, sigue siendo la base del dominio de una élite y sus guardias pretorianas por sobre la “chusma”, sentada bajo los portales habaneros esperando el próximo derrumbe, como esperaban los “proles” de Orwell en “1984” la próxima bomba.
Aún los más consumados estrategas de la alta política -y Castro Ruz (Fidel, el Gran Hermano) lo era en grado sumo- necesitan una cuota de fortuna. Y de eso, Fidel tuvo de sobra. Los proles, no. La suerte del uno, era la condena de los otros. Pero esos, los otros, no lo sabían. Veamos.
El embargo yankee, vendido de inmediato como “salvaje bloqueo”, en realidad y en gran parte, ya venía de principios de 1958 bajo Batista, pero se amplió luego de la ola de expropiaciones sin indemnización y persecución a propietarios estadounidenses. Casi en simultáneo, la “crisis de los misiles” originada por el intento de Kruschov de responder con una base en Cuba a la que los EEUU había acordado con la Turquía aún kemalista. En medio, Bahía de Cochinos y el fracasado golpe contrainsurgente apoyado por el Imperio.
Tamaño regalo no se podía creer.
El chantaje emocional como política exterior
En un continente que ha hecho del victimismo una profesión de fe, que Cuba, la “Revolución” y Fidel -ah del doblepensar, que pareciera que las tres cosas son la misma cosa- se convirtiera en la “vístima” del imperialismo yankee, le abría las puertas para perfeccionar un sistema de chantaje político-emocional que llegó a cotas de perfección. Con la URSS como su primer y más fuerte “cliente”, cuando aquella vaca no dio más leche y ya no hubo siquiera vaca, el ingenio inacabable de Fidel para el chuleo encontró otras vacas. Ninguna tan lechera como el Galáctico Comandante Hugo Chávez Frías.
La caída de la Madre Patria soviética, que le costó un largo y terrible “período especial” -otra vez la neo-lengua en su auxilio, les evitó hablar de hambre-, le hizo ver que era imprescindible diversificar las fuentes de recursos y proveedores, en forma de “solidaridad”, ayudas, venta de servicios, asesorías y espionajes, todo era factible de ser comercializado para mejor proveer.
Las mentiras, las denuncias y el silencio cómplice
En 2010, la Dra. Hilda Molina publicó en Argentina “Mi verdad”, libro autobiográfico donde con la precisión quirúrgica de la gran neurocirujana que es, cuenta su largo periplo de mujer, médica y parte de la Revolución, integrante de “misiones médicas” al exterior, y cercana a Fidel, tan cercana como ella lo permitió pero no tanto como Fidel hubiera querido.
Mientras fue la niña mimada de Fidel, muy útil para vender la industria de la “medicina cubana de excepción”, todas fueron flores. El día que hubo de optar entre su familia, en parte argentina, y la Revolución, y decidió mantenerse fiel a sí misma, probó en propio cuerpo el amargo sabor de un régimen totalitario con reflejos vengativos propios de amante despechada.
Si bien sabíamos desde mucho tiempo antes de qué iban en realidad las famosas “misiones médicas cubanas”, ningún testimonio tan exhaustivo, con tanto detalle y conocimiento de causa como el de Hilda Molina. Lo que el régimen había montado en torno a la medicina era, en Cuba, una nueva modalidad de turismo sanitario para extranjeros adinerados, especialmente políticos sudamericanos a los que la tiranía les ofrecía discreción y atención VIP, a cambio de pago en dólares “para la Revolución”. Una especie de Truman Show médico, que mostraba su rostro impecablemente maquillado, mientras detrás de la cortina los cubanos de a pie se hacinaban en hospitales que harían ver al Saint Bois uruguayo como un hotel cinco estrellas.
En cambio, lo de las “misiones” era aún más sórdido. De lo que se trataba, y se trata, era de hacer contratos “de gobierno a gobierno” con regímenes adictos, para el envío de contingentes de modernos esclavos, a los que se les quita el pasaporte, se mantiene a la familia de rehén, se cobra por ellos y al final, vueltos a casa, se les deja un porcentaje menor de lo que ellos mismos generaron. En pesos cubanos la dádiva, faltaba más. En suma, esclavismo. Pleno Siglo XXI, fíjese usted.
Un mea culpa de un añejo defensor
Por estos días, el mercado editorial uruguayo de cabotaje, se ha visto sacudido por la publicación de un libro, uno más, sobre Cuba y su Revolución. Sin embargo, no es un libro más.
En primer lugar porque su autor es un ex tupamaro que participó en alguna de las más sonadas y sangrientas acciones terroristas en los años 70, y que luego del retorno a la democracia ocupó relevantes cargos de gobierno, tanto en el primer Vazquismo como durante el Mujicato, y con ello fue un habitual visitante (oficial) a la Isla-Cárcel.
En segundo lugar, porque si bien no es el “J’accuse” de Zola, es un manifiesto de rompimiento total y definitivo del monolítico, inquebrantable y tozudo apoyo de la intelectualidad de izquierda uruguaya, al punto tal de participar en escraches y contramarchas en defensa de la oligarquía habanera en el poder.
Si traje a colación específicamente el tema de la medicina de exportación, reconocida y condenada en “un lapidario informe de la Relatoría Especial de Trata de Personas de la ONU se dejó constancia de la preocupación…por los trabajos forzados, las “diversas formas de esclavitud modernas” y la persecución permanente que sufren los profesionales de la salud que Cuba suma para sus misiones especiales que envía el régimen castrista al exterior.” , es por el escándalo en torno al Contrato suscrito por Andrés Manuel López Obrador con Miguel Díaz-Canel para el envío de 650 efectivos cubanos, por un año, con un costo de un millón doscientos mil dólares mensuales, lo que significa un poco más de 1.800 dólares por cada “médico”, de los que solo 100 dólares le son abonados al trabajador y el resto se lo queda el Régimen.
Esto es un asunto archisabido en Uruguay, sin que jamás nunca la izquierda haya admitido semejante villanía, incluyendo al escritor de marras. Por lo menos en Google, ese que todo lo sabe, no aparece una sola mención. Si así no fuere, mis excusas.
Lo que quiero decir, y digo ahora y aquí es que la peor de las hipocresías campea por Iberoamérica, de la mano de supuestas “solidaridades progresistas” , mientras reprimen y explotan seres humanos, y ello con el constante apoyo -activo algunos, con el silencio otros-, de la izquierda vernácula biempensante.
Si durante seis décadas no bastó la nunca aclarada muerte de Camilo Cienfuegos, ni la cárcel y tortura por más de dos décadas del Comandante Huber Matos, la tortura y persecución de Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Armando Valladares y tantísimos otros, si Ángel Santiesteban, Coco Farinha nada significan, como el asesinato de Oswaldo Payá tampoco, si salir a las calles a corear “Patria y Vida” le significan a adolescentes de apenas quince o dieciséis años igual cantidad de años de cárcel, el mea culpa del escritor de marras suena, como mínimo, tardío. Tal vez, oportunista. En todo caso, de difícil recibo.
Hay quien se afilia a aquello de “más vale tarde que nunca”, en tanto hay quienes como yo, nos afiliamos a la tesis de que “más vale nunca que tarde”. Para el caso, aplica sin duda alguna.
Salvo que, en la próxima protesta contra el Régimen frente a la Embajada de Cuba, él esté allí, en primera fila, pero del lado de los que protestan y no de los mercenarios que intentan reprimirla. Veremos.